Cada día, y en las últimas semanas
más, estamos viendo, oyendo o leyendo que varias docenas de
inmigrantes, sin papeles, se han acercado a las costas
canarias, a las costas mediterráneas de Málaga o de la
provincia de Granada, a las inmediaciones del estrecho ...,
a donde pueden o a donde aciertan a llegar, Ceuta tampoco se
libra de esas llegadas, en más ocasiones de las que fueran
necesarias.
En el camino se quedan muchos, y otros muchos, también
tendrán que coger el camino de vuelta, a la fuerza. No
debemos darle más vueltas al asunto, vienen huyendo de la
miseria, del hambre y de la tiraría, además de ser atraídos
por un anhelo de libertad y de prosperidad.
Viajes de este tipo no son nuevos, no es algo que haya
surgido o nacido exclusivamente hoy. Desde el primer
asentamiento europeo en América del Norte, en los comienzos
del XVII, los Estados Unidos fueron una especie de polo de
atracción, para muchas personas que se desplazaban en busca
de aventuras. También aquellos huían de ciertas tiranías o,
en el mejor de los casos, intentaban lograr una vida mucho
más cómoda o, al menos, mejor.
Estos viajes del XVII se convirtieron en una auténtica
oleada en el XIX, que fue la época en la que decenas de
miles de seres humanos cruzaron el Océano Atlántico,
buscando una mejora en sus formas de vida. Era la búsqueda
del Edén, trataban de encontrar un mundo mucho mejor.
Y cuando analizamos las “atenciones” de hoy de los “sin
papeles” y las dificultades por las que tienen que pasar,
los que lograron burlar el viaje de retorno, y de alguna
forma se asientan en nuestras tierras, aquellos de Europa
que saltaron al continente americano no se encontraron en
aquellas tierras con todo ya preparado para ellos. Sus
primeros pasos fueron muy difíciles, aunque encontraran algo
de lo que iban buscando: libertad y oportunidad para obtener
un mayor provecho.
Esto significó que, mediante el trabajo duro y sus propias
iniciativas, muchos de ellos lograron alcanzar parte de los
sueños que habían tenido.
Esto mismo debemos verlo así, sueñan los que se embarcan en
un cayuco y arriesgan todo, hasta su propia vida, para
llegar a nuestras costas.
En su mente está asentarse donde sea, buscar un lugar al sol
y ¡quien sabe! si luego después no podrán llamar a sus
parientes o amigos para que sigan su mismo camino:
“operación llamada”.
El punto de partida es muy similar, el punto de llegada y el
desenlace final, puede tener alguna variedad, o muchas
variedades, porque ese milagro económico que casi todos
encontraron allí, tras haberse ido de Europa, no lo están
encontrando aquí los subsaharianos que logran llegar. Son
otros tiempos.
Son movimientos de la historia, a veces repeticiones, en
otras ocasiones paralelismos, pero nada nuevo hay en estas
oleadas que nos vienen azuzando en los últimos diez o doce
años.
Ya entonces, hace muchos años se analizaba esto, con una
cruda sensatez, cuando Adam Smith afirmó que “todo
intercambio voluntario genera beneficios para las dos partes
que intervienen en ello y que, mientras la cooperación sea
estrictamente voluntaria, ningún intercambio se llevará a
cabo, a menos que ambas partes obtengan con ello un
beneficio”. Claro que Europa hoy no está obteniendo nada
beneficioso con esto.
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