Se cumple un año más del
macroatentado terrorista del 11-S en el “World Trade Center”
de Nueva York, cometido por el antiguo aliado de los Estados
Unidos en su enfrentamiento con la extinta URSS, el
extremismo islamista, alentado, financiado y equipado años
ha, al alimón, por Riad y Washington utilizando, como
intermediario, a los servicios secretos paquistaníes (ISI);
Z. Brzezinski, ex consejero de Seguridad Nacional y W. Casey,
director de la CIA en la etapa Carter, serían los artífices
del “invento”. Tras la caída de la Unión Soviética en 1991 y
por una conjunción de factores que no vienen al caso, una
buena parte del islamismo extremista liderado, entre otros,
por Osama Ben Laden (antiguo agente de la CIA), decide dar
la espalda a sus mentores y emprender la “Yihad” (guerra
santa) por su cuenta: si la poderosa URSS fue derrotada,
¿por qué los Estados Unidos y el resto de Occidente no
podían seguir el mismo camino?; además, el fin de los “rumi”
(los romanos y por extensión sus herederos, nosotros)
estaría anunciado en el sagrado Corán...
Existen no pocas zonas de sombra en el 11-S, al igual que en
el 11-M de Madrid, aunque hay una notable diferencia en
ambos atentados: sus autores intelectuales no pueden ser los
mismos. El 11-S alumbró un modelo de alianzas… que saltó
hecho añicos el 11-M. ¿O acaso el terrorismo de matriz
islamista atenta, nunca mejor dicho, contra sus propios
intereses…?. Por lo demás el 11-S (al igual que la voladura
del Maine en la Habana o el ataque nipón a la base aeronaval
de Pearl Harbour, en el Pacífico) fue altamente oportuno,
desencadenando un avance geoestratégico (mal ejecutado y
peor aprovechado) en áreas geográficas claves del suministro
energético: desde Irak (una guerra que había que hacer pero
no de esa forma, salvo que consideremos la teoría del
avispero) cortando los ventajosos contratos petrolíferos
firmados por Francia y Rusia con el dictador Hassan Hussein,
hasta Afganistán, país tapón entre los yacimientos de
petróleo y gas de Turkmenistán (junto al Mar Caspio) y
Kazajastán (el 70% de los cuales están, desde 1991, bajo
control de empresas norteamericanas) y su traslado por
oleoductos al Océano Índico a través del puerto pakistaní de
Karachi, obviando la salida natural por el sistema de
oleoductos del norte, bajo control ruso. Posiblemente otro
error: ¿no hubiera sido mejor estudiar una alianza
estratégica con Rusia?. Porque la actual vuelta de un
sucedáneo de la “guerra fría” entre Washington y Moscú, con
la insurgencia islamista al acecho, guarda un inquietante
paralelismo con el agotamiento en la época preislámica de
los imperios bizantino y persa en una lucha agónica y
estéril, que permitió posteriormente su desmoronamiento al
paso, tras la muerte del Profeta, de las banderas de los
primeros califas “bien guiados”…
En la lucha de Occidente contra la gran amenaza que supone
el terrorismo islamista, los Estados Unidos han estado a la
vanguardia regando, con la roja sangre de miles de sus
soldados, las libertades que disfrutamos. También deben
reconocerse no pocos errores que han desembocado en el
sacrificio de numerosas vidas de inocentes. Solo los
imbéciles pueden pensar en una guerra “limpia” y los
pancarteros en la paz kantiana. Convengo incluso en que,
posiblemente, los Estados Unidos sean en ocasiones unos
grandes hijos de puta pero, ¿saben?, ¡son nuestros hijos de
puta!.
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