Regreso a Mataró desde París
encontrándome con tres mujeres chinas en la puerta de mi
casa. Están tratando de vender DVD’s con películas copiadas
quién sabe cómo y dónde. Una de ellas habla correctamente
español y le pregunto, en plan de broma, si quiere trabajar
en una fábrica de calzado. Me responde que no, sin añadir
las gracias, porque no ha salido de su país para caer tan
bajo (?).
Luego de dejar el equipaje en casa, salgo de nuevo para
acudir a mi bar favorito que tiene nombre ochocentista
“Espartero”. En la barra está sentado un chino, de la China
Olímpica, esperando a que desocupen la máquina tragaperras.
Se lleva un chasco por cuanto el dueño del bar desconecta la
máquina al terminar el usuario que estaba jugando sin
suerte. Es una constante en todos los bares, los chinos
parecen expertos exprimidores de esas máquinas y por lo
tanto proscritos.
Cuando salgo del bar, un negro, del África esa, pasa raudo a
escasos centímetros de mi nariz, montado en una bicicleta.
Rodando por la acera atestada de gente, cosa que nos tiene
prohibida el Ayuntamiento.
Los musulmanes, y eso que en Mataró viven el doble que en
Ceuta, parecen invisibles. No se les ve por ninguna parte
cuando en otras ocasiones pueblan las calles. Tal vez el
Ramadán tenga algo que ver con eso.
Me acerco a la oficina del INEM para observar al día las
cosas que se cuecen y la cola que hay está totalmente copada
por inmigrantes de todos los colores menos el amarillo. Al
parecer los chinos no están en paro, ¿cómo van a estar si ni
siquiera quieren trabajar?
Me doy una vuelta por el entorno de la ciudad para ver si se
trabaja en los campos de “fruta”. En Mataró no existen
campos de “fruta”, sí de flores, rosas sobre todo, donde
están trabajando varios jornaleros negros como el carbón. De
paso, durante mi paseo con la moto, encuentro varias
prostitutas apostadas en puntos estratégicos de las
carreteras secundarias. Casi todas tienen pinta de
jovencitas caucasianas. Cerca de ellas observo un coche con
ocupantes aparcado bajo la sombra de un olmo, ignoro si son
policías o macarras vigilantes.
Regreso al centro y me acerco a “Mercadona” para comprar
viandas en el momento que ocurre un altercado bastante
escandaloso: han detenido a un sudamericano que trataba de
largarse con sendas bolsas llenas sin pasar por caja. Gritos
y gesticulaciones para la galería.
Calmadas las cosas compro lo que necesito y regreso a casa.
En el ascensor me encuentro con mi vecino, paraguayo por más
señas, que después de saludarme me indica que está en el
paro. Aclara que prefiere seguir en el paro por lo que cobra
aunque sabe que todo tiene un límite. Llevaba seis años
trabajando en una empresa de la construcción.
Cambio de tercio. Mientras en Ceuta se monta un circo a
causa de un vertido de hidrocarburos en la Bahía Norte por
el que se culpa a un inocente barco de bandera argelina, con
exigencia de depositar 120.000 euros, cuando resulta ser un
descuido de la propia ciudad por no vigilar sus viejas
instalaciones, en Tarragona se hunde una gabarra que
transportaba 350 toneladas de fuel, 260 de gasoil y 3.000
litros de combustible, contaminando las aguas del litoral y
sin embargo no se monta un espectáculo.
Es una constante, en nuestro país, de acusar a alguien sin
tener pruebas consistentes y basándose simplemente en
observaciones, a veces tremendamente equivocadas. Muchos
inocentes están penando por otros…
Para terminar y antes de que me acusen de racista u otras
lindezas, indicaré que los adjetivos que utilizo en mis
artículos (moros, negros, amarillos, etc.) no tienen porqué
ser ofensivos, siendo como son adjetivos que definen con
tremenda exactitud la fisonomía de quienes señalo, si en el
diccionario de la RAE vienen perfectamente definidos,
¿porqué no puedo utilizarlos?.
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