Como advierte Kosminsky respecto a
la colonización árabe, “Solo en las tribus bereberes
(“mauritanas”, sic) encontraron una resistencia tenaz”,
apuntando un detalle de vital importancia: “En el África
septentrional se iniciaron las insurrecciones de las tribus
moras contra el dominio árabe. La lucha con ellos absorbió
todas sus fuerzas militares e interrumpió su posterior
ofensiva sobre la Europa occidental”. De forma paralela,
señala la profesora Paulina López, el poderoso califa abasí
Harun al-Rasid (786-809), bajo cuyo dominio el Imperio
Abasida había alcanzado su mayor extensión desde Egipto
hasta la Transoxiana, “fue el primero que inició el
desmembramiento del Imperio al conceder a los gobernadores
aglabíes de Ifriqiya una autonomía próxima a la
independencia (799) por la ayuda prestada para frenar a los
bereberes”, aspecto también asumido por Abdallah Laroui: “La
autonomía de Ifriquiya había sido adquirida con el acuerdo
del califa, siendo el primer paso hacia el desmembramiento
del imperio (…)”. A la muerte de Harun al-Rasid, “El bien
guiado”, luchando contra los jariyíes del Jurasán, estalla
una cruenta guerra civil en la que el shiísmo jugó un
destacado papel. Pero, ¿Qué estaba ocurriendo en el Maghreb?.
Desde la actual Túnez gobierna una buena parte de la región
la dinastía aglabí (801-909), en la práctica independiente
aunque pagando un fuerte tributo anual y pronunciado la “khutba”,
el sermón de los viernes, en nombre del califa abasí de
Bagdad. Aun teniendo que sofocar numerosas revueltas e
incapaces de unificar el Maghreb bajo la ortodoxia islámica,
el sunnismo, esta dinastía se lanza a la conquista (siempre
muy oportuna para aplacar problemas internos) y al corso,
desembarcando en Malta y en Sicilia a través del puerto de
Palermo en apoyo, teóricamente, de la flota bizantina
(cristiana), pero adueñándose de la isla tres años más tarde
tras debelar Siracusa. Controlando las aguas del
Mediterráneo Occidental con su flota, razzian las costas
italianas desde Tarento hasta Brindisi y Bari, navegando con
numerosas naves en 864 Tiber arriba logrando llegar hasta
las afueras de Roma (el papa Juan VIII les paga tributo),
saqueando las basílicas de San Pedro y San Pablo antes de
ser derrotados en la batalla de Ostia; en su retirada
saquean Montecasino y Tívoli. Levantaron centenares de
fortalezas, entre ellas la de Monastir, además de dejar como
legado la mezquita de Kairuán antes de caer, sin presentar
batalla, antes las tropas del Califato Fatimí (de obediencia
shiíta) de El Cairo (909).
El periodo de 920 hasta 1060 es precisamente “el más oscuro
de la Historia de Marruecos” (y del Maghreb en su conjunto)
en palabras de Azzuz Hakim, pues pese a la existencia de
numerosas fuentes escritas apenas han sido utilizadas. Las
tierras maghrebíes son utilizadas como “limes” y campo de
batalla entre el Califato Fatimí y el Califato Omeya (sunní)
de Córdoba (Al-Andalus), utilizando como tropas auxiliares a
los bereberes, siempre dispuestos a servir a unos u otros
“pero sin perjuicio siempre de su independencia” (Azzuz
Hakim). El omeya Abderrahmán III se apodera de Tánger,
estableciendo su base de operaciones primero en Ceuta
(tomada por una flota al mando del general Faray ben Ufair
en 931, 319 de la Hégira) y después en la antigua capital de
los Idrisíes, Fez.
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