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OPINIÓN - LUNES, 8 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

35. Aglabiles, fatimiles y omeyas
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Como advierte Kosminsky respecto a la colonización árabe, “Solo en las tribus bereberes (“mauritanas”, sic) encontraron una resistencia tenaz”, apuntando un detalle de vital importancia: “En el África septentrional se iniciaron las insurrecciones de las tribus moras contra el dominio árabe. La lucha con ellos absorbió todas sus fuerzas militares e interrumpió su posterior ofensiva sobre la Europa occidental”. De forma paralela, señala la profesora Paulina López, el poderoso califa abasí Harun al-Rasid (786-809), bajo cuyo dominio el Imperio Abasida había alcanzado su mayor extensión desde Egipto hasta la Transoxiana, “fue el primero que inició el desmembramiento del Imperio al conceder a los gobernadores aglabíes de Ifriqiya una autonomía próxima a la independencia (799) por la ayuda prestada para frenar a los bereberes”, aspecto también asumido por Abdallah Laroui: “La autonomía de Ifriquiya había sido adquirida con el acuerdo del califa, siendo el primer paso hacia el desmembramiento del imperio (…)”. A la muerte de Harun al-Rasid, “El bien guiado”, luchando contra los jariyíes del Jurasán, estalla una cruenta guerra civil en la que el shiísmo jugó un destacado papel. Pero, ¿Qué estaba ocurriendo en el Maghreb?.

Desde la actual Túnez gobierna una buena parte de la región la dinastía aglabí (801-909), en la práctica independiente aunque pagando un fuerte tributo anual y pronunciado la “khutba”, el sermón de los viernes, en nombre del califa abasí de Bagdad. Aun teniendo que sofocar numerosas revueltas e incapaces de unificar el Maghreb bajo la ortodoxia islámica, el sunnismo, esta dinastía se lanza a la conquista (siempre muy oportuna para aplacar problemas internos) y al corso, desembarcando en Malta y en Sicilia a través del puerto de Palermo en apoyo, teóricamente, de la flota bizantina (cristiana), pero adueñándose de la isla tres años más tarde tras debelar Siracusa. Controlando las aguas del Mediterráneo Occidental con su flota, razzian las costas italianas desde Tarento hasta Brindisi y Bari, navegando con numerosas naves en 864 Tiber arriba logrando llegar hasta las afueras de Roma (el papa Juan VIII les paga tributo), saqueando las basílicas de San Pedro y San Pablo antes de ser derrotados en la batalla de Ostia; en su retirada saquean Montecasino y Tívoli. Levantaron centenares de fortalezas, entre ellas la de Monastir, además de dejar como legado la mezquita de Kairuán antes de caer, sin presentar batalla, antes las tropas del Califato Fatimí (de obediencia shiíta) de El Cairo (909).

El periodo de 920 hasta 1060 es precisamente “el más oscuro de la Historia de Marruecos” (y del Maghreb en su conjunto) en palabras de Azzuz Hakim, pues pese a la existencia de numerosas fuentes escritas apenas han sido utilizadas. Las tierras maghrebíes son utilizadas como “limes” y campo de batalla entre el Califato Fatimí y el Califato Omeya (sunní) de Córdoba (Al-Andalus), utilizando como tropas auxiliares a los bereberes, siempre dispuestos a servir a unos u otros “pero sin perjuicio siempre de su independencia” (Azzuz Hakim). El omeya Abderrahmán III se apodera de Tánger, estableciendo su base de operaciones primero en Ceuta (tomada por una flota al mando del general Faray ben Ufair en 931, 319 de la Hégira) y después en la antigua capital de los Idrisíes, Fez.
 

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