A propósito del nuevo curso
político, se me ocurre cursar estas ideas, previo evocar que
la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para
el pueblo, por si alguien lo había olvidado. Dicho lo
anterior, la verdad que empieza a resultar preocupante la
siembra de cizaña que esparcen algunos políticos, o adictos
al pesebre de la política, a diestro y siniestro, sin
miramiento ni decoro alguno. La política ha de ser una
cuestión más de concordia, de acuerdos y pactos, de
conformidades antes que de conflicto permanente, el ámbito
donde más florezca el espíritu democrático, lejos de un
poder dominador y dominiaco, donde la corrupción campee a
sus anchas.
A mi juicio, se confunde el presidente de cualquier gobierno
nacional o autonómico, que por serlo ya lo es de toda la
ciudadanía, de los votantes suyos y de los no votantes,
cuando despacha a otras fuerzas políticas, sean oposición o
minorías, con la clásica de darle con las puertas en las
narices, alegando que si quieren cambiar una norma lo que
tienen que hacer es ganar unas elecciones. Esas no son
maneras de hacer política un demócrata. La democracia es
abrirse al diálogo, sin exclusión alguna, es la claridad con
que se exponen los problemas y la convicción que se traslada
para resolverlos, por supuesto lejos de propiciar discursos
de confrontación que lo único que hacen es crisparnos y
dividirnos.
La cizaña política no conduce a ningún entendimiento. Urge,
a mi manera de ver, injertar en la política un estatuto
auténticamente humano y también democrático, que impregne de
razón lo irracional y ponga al ciudadano como tal, sea del
partido del gobierno de turno o no lo sea, en el centro del
parte de trabajo político, respetando sus derechos
fundamentales por encima de doquier inspiración partidista,
puesto que la política ha de servir al bien de la
generalidad, de ahí la importancia de consensuar posturas
con todas las fuerzas oponentes. Si las funciones públicas
que pueden desempeñar los partidos les otorgan relevancia
constitucional y les imponen una estructura interna y un
funcionamiento democráticos, implícitamente lleva consigo
que ha de gobernarse para todos y entre todos, en
convergencia, si quiere armados de prudencia y paciencia.
Levantar fuego en tan noble tarea de servicio es contrario a
su propio fundamento. Tal y como está el patio de
charlatanes, pienso que regenerar la política viene a pedir
de boca. Hay mucho político inconsciente que no tiene
conciencia de su propio papel, que trabaja por su propio
bien y el de los suyos, que no respeta otras ideas,
inclusive las innatas del derecho natural, ni la coherencia
de sus propias promesas electorales.
A veces es tan descarado el grado de relativismo inmerso en
las políticas de nuestro país, que parece imposible
descubrir qué es un ciudadano para un político, puesto que a
muchos se les niega valores que son fundamentales, aunque
estén amparados constitucionalmente. No pasan del espíritu
de la letra y cada uno se hace su propia interpretación de
los mismos, obviando el debate y el pensamiento ponderado.
Se precisan menos politizaciones y más políticas de Estado.
Por ejemplo, un pacto de Estado para la reforma de la
justicia. Nada hay más injusto que buscar política en la
justicia. Un poder tan diferencial como ha de ser el
judicial, el mismo portavoz del CGPJ, Enrique López,
declaraba en una entrevista reciente, al respecto que “las
críticas desde la carrera judicial bienvenidas sean, pero
desde el ámbito político suponen una insufrible intromisión
en el autogobierno del poder judicial”. Totalmente de
acuerdo. Nunca debieran darse. La constitución es bien clara
en este asunto.
Toda política es cierto ha de estar comprometida con los
ciudadanos, pero con todos, con la mayoría. Y así, frente a
ese anuncio de normas abortistas y de otras como la
eutanasia, los políticos y máxime un gobierno de un país,
tiene el deber de dictar leyes justas a favor de la vida, no
de la muerte, respetando los valores morales de toda la
colectividad que derivan de la verdad misma del ser humano,
de la ley moral natural y objetiva, que es historia de
nuestra historia, punto de referencia normativo para la ley
civil. La ceguera ética de algunos políticos es tan acusada
que indispone cualquier raciocinio, hasta el punto que todo
se envenena, se desune, se enzarza, se enemista… Todo un
peligro, que podía evadirse, cuando el servicio de la
política lo que lleva tácito es la construcción de un orden
más humano al servicio de la vocación humana.
Meter cizaña, pues, en política, aparte de mezquino es
decepcionante. Lo que realmente debiera avivarse en verdad,
sobre todo en este momento que soportamos una leonífera
crisis económica en nuestro país que supera las previsiones
más optimistas, es la implementación de políticas coherentes
para apoyar la justicia social y lograr un reparto más
equitativo. Sólo así podrá evitarse el insostenible e
injusto desequilibrio entre las mismas comunidades
autónomas, a merced del político de turno. Sin duda, para
salir de esta crisis se requiere el regeneracionismo de un
liderazgo sindical, del sector empresa y de la clase
política, que tengo mis dudas de que exista en estos
momentos. Precisamos un nuevo modelo de crecimiento de
calidad, esto sí que es política progresista, basado en
mayores oportunidades de trabajo decente. Lo debe generar la
indisoluble unidad de la nación como tal, con sus diversos
agentes sociales regenerados con los labios poéticos de la
solidaridad autonómica.
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