Ingeniero de 54 años, fue elegido como secretario general
del islamista PJD (Partido de la Justicia y el Desarrollo,
el más votado en las elecciones marroquíes de septiembre del
año pasado) a mediados de julio de 2008 en Rabat. No me fue
difícil dialogar en varias ocasiones con este político
apasionado, extrovertido y con buenas dosis de simpatía, de
palabra fácil, rigorista y puritano pero con acentuado
sentido de lo pragmático, preso a veces de sus excesos
verbales aunque siempre fiel a su rey, su religión y su país
(yo pondría éste orden): “Cualquier reforma constitucional
sobre los atributos y poderes de Su Majestad el rey, Amir Al
Moumenín, debe llevarse adelante en cualquier caso
consensuándose con el soberano”, me confiaba ahora hace un
año, pasándome un dulce y caliente vaso de té, en la sobria
sede del PJD de Salé.
Procedente de la “Chabiba Islamiya” (Juventud Islámica), fue
en 1985 sometido a tortura, aunque pese a ello nunca ha
ocultado sus excelentes relaciones con el ministerio de
Interior. Son también conocidos sus rifirrafes con la prensa
(el más sonado en julio de 2001 con una periodista de
televisión, en el marco de un debate parlamentario), así
como sus alegatos contra la depravación moral y los
festivales de música en el diario “Attajdid”, órgano del MUR
(“Movimiento Unicidad y Reforma”, la espina dorsal
ideológica del PJD), del que hasta hace poco fue director.
Con él al frente, no me cabe duda de que el PJD formará
parte a no mucho tardar del Gobierno de Marruecos, “si el
interés del país y el partido lo exige” (Benkirán dixit).
Naturalmente.
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