La Fiesta del Cordero será jornada festiva para 2010 si la
previsión de los partidos políticos no cambia hasta la
fecha. En principio, según adelantaba ayer El Pueblo en
portada, existe consenso entre el conjunto de fuerzas
políticas de la Ciudad para instaurar la festividad
musulmana al calendario laboral local. Queda por acordar
cuál será finalmente la fecha fijada para su celebración,
decisión que dependerá a buen seguro de una junta islámica
de expertos.
Si establecer una fecha definitiva para la celebración de la
Pascua musulmana supondrá un contratiempo ya se verá, por el
momento en lo que a festividades católicas se refiere muchas
de ellas no se corresponden cronológicamente con el momento
histórico que conmemoran y sin embargo forman parte de
nuestro acervo cultural y sentimental más cercano. Un
concilio decide por una comunidad entera y luego nadie
recuerda el origen de la celebración excepto los más
eruditos. Tan sólo perdura un poso, una intuición, una idea
de por qué seguimos las tradiciones, a fin de cuentas nos
acostumbramos a ellas, a los motivos gozosos de su disfrute
y a su esencia fundamental. Lo que las fiestas religiosas
rememoran son actos honorables de hombres insignes o
parábolas de las que extraer una enseñanza; por eso las
cuidamos a pesar de que los aspectos lúdicos empañen a veces
el fondo primigenio.
La Fiesta del Cordero trae a colación un pasaje del Antiguo
Testamento, el que se refiere a Abraham y su hijo. En
definitiva una historia familiar a otras tantas religiones.
Ceuta es tierra de religiones conviviendo en armonía, en
este sentido el Día de Ceuta constituye la verdadera fiesta
grande de todos los ceutíes porque a todos nos honra.
Probablemente la medida desencadene una serie de opiniones
divergentes, incluso las comunidades hebrea o hindú podrían
erigirse, estando en su perfecto derecho y reivindicar sus
fiestas. Porque de eso se trata, de que todos albergamos los
mismos deberes y derechos y la Asamblea nos representa a
todos. Indudablemente estas son las cuatro comunidades
mayores de Ceuta. Claro que si a ellas le añadimos las que
por temas migratorios se suman, enriqueciendo y
diversificando la sociedad caballa posiblemente
concluyésemos que habitamos una de las ciudades más
cosmopolitas o al menos, igual de cosmopolita que cualquier
otra ciudad conocida. Es decir, una ciudad caracterizada por
su sociedad abierta, justa, tolerante...
En un estado laico la medida, a mi entender, no guarda tanto
relación con el asunto religioso como con el aun candente
asunto de la convivencia intercultural en la Perla del
Mediterráneo. El hecho sugiere otra reflexión, la
posibilidad de erigirse en un símbolo a favor del mutuo
entendimiento y la normalidad más absoluta que predica la
democracia en Occidente.
No sería aconsejable desaprovechar al respecto la ocasión
para analizar la situación actual. En un panorama político
donde periódicamente se recrudecen los enfrentamientos
amparados en conflictos religiosos sin resolver, Ceuta
debería constituir la salvedad que demuestre hasta donde
están dispuestos a llegar la ciudadanía y su representación
electoral.
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