La ensoñación (vía sideral) de
septiembre ha comenzado. Ya empieza a despuntar la rosa de
los amarillos, anaranjados y el rojo de los vientos,
preámbulo de los lienzos del otoño, por el balcón de la
vida. Me gusta contemplar este arcoiris de abecedarios que
se clava en el iris como un sueño dirigido al corazón. Nada
que ver con ese otoño caliente que se nos anuncia (vía
inhumana) o con esa crisis galopante que nos deja deprimidos
en la cuneta de la desesperación, escoltados por el miedo y
la tristeza del final del viaje. Este país necesita llegar a
acuerdos humanos por la solidaridad armónica, que no
mecánica, entre unos y otros, entre las diversas
nacionalidades y regiones. Desde luego, la financiación
autonómica exige ir más allá de los meros vínculos
institucionales, se precisa una solidaridad de
comportamiento, de empatía, de ponerse en el lugar del
prójimo. Sólo así, bajo el paraguas de una auténtica
solidaridad, los servicios básicos del Estado del Bienestar
(educación, sanidad y servicios sociales) podrán ser iguales
para todos los ciudadanos, independientemente de su lugar de
residencia.
Justo con el derecho a la autonomía de las nacionalidades y
regiones se encuentra la indisoluble unidad de un país,
cuestión que conlleva una solidaridad armónica por
principio. El pacto de una solidaridad mecánica, sin
embargo, dejaría fuera de juego unos principios ciudadanos
básicos, esto es, ser solidarios por una verdadera
convicción de igualdad y de justicia. Si obviamos esta
evidencia, con posiciones ideológicas o políticas mezquinas,
poco habremos avanzado en un espíritu abierto al diálogo.
Acaso en ningún sector de la actividad humana exista mayor
necesidad de solidaridad armónica que en el área del
desarrollo de un país.
La experiencia del movimiento obrero en el siglo XIX, por
cierto nacida en el seno de una cultura cristiana, lo que
hace es afianzar una verdadera solidaridad como forma de
convivencia y fondo de vivencia: compartir hasta lo justo
para vivir. No en vano, la solidaridad es horizontal e
implica respeto mutuo. A mi juicio, los dislates que puedan
surgir de la financiación autonómica, son el reflejo de una
falta de solidaridad armónica, algo que debiera ser
principio social y virtud democrática.
Pasemos a los hechos de la necedad. Hace unos días Solbes
reiteraba, por activa y pasiva, en el Congreso la voluntad
del Gobierno de llegar a un acuerdo sobre financiación
autonómica. A nadie le faltan fuerzas para discutir sobre
suficiencias y garantías de financiación de los servicios
públicos fundamentales; lo que a muchísimos les falta (o nos
falta) es conciencia solidaria entre las diversas
nacionalidades y regiones y sus ciudadanos. No más
solidaridades burócratas.
Hay que promover valores solidarios que beneficien tanto a
los individuos como a la sociedad, a toda ella y a todos
ellos. No basta con ponerse en contacto y ayudar a quienes
padecen necesidad. Hemos de ayudarles a descubrir los
valores que les permitan construir una nueva vida y ocupar
con dignidad y justicia su puesto en la sociedad. El papá
Estado tampoco tiene porque solventar nuestros derroches
autonómicos y regionales. Autonomía sí, pero
corresponsabilidad también. Y, evidentemente, el sistema ha
de garantizar la financiación de todas las competencias
transferidas a las Comunidades Autónomas. Se trata, sin duda
alguna, de globalizar solidariamente la suficiencia global
de todas las nacionalidades y regiones. Ni el capricho ni la
ambición conoce de solidaridades armónicas.
La armónica solidaridad favorece el desarrollo integral de
un país, e incluso va más allá de sus fronteras,
trasladándolo a toda la familia humana. Buscar una
superioridad económica o política, a costa de los derechos
autonómicos de unos y otros, lo que hace es poner en peligro
el desarrollo del propio Estado como tal. El espíritu
solidario, por su misma naturaleza, es una realidad
ético-estética, o sea armónica, ya que conlleva una
afirmación de valor sobre la ciudadanía, que habrá que
cultivar si, en verdad, queremos reforzar el Estado del
Bienestar como país y no como privilegio de unas Autonomías
frente a otras. Estoy de acuerdo que este país tiene que
llegar a un pacto sobre financiación autonómica, pero lo
prioritario es que se forje una nueva solidaridad armónica
basada en el verdadero significado del término. Pues sólo a
partir de una justa concepción solidaria entre ciudadanos y
sociedad, será posible definir los objetivos.
Se ha dicho que el nuevo modelo va a mejorar la financiación
y ayudar a que los ciudadanos reciban mejores servicios, y
que las Comunidades Autónomas deben asumir su
responsabilidad y no limitarse a pedir más recursos al
Estado. Pero lo que también hay que añadir, es una mayor
transparencia en las acciones, ponderar las variables de
distribución, subrayar la lealtad a la indisoluble unidad,
cuidar la lucha por un orden social justo en el que todas
las tensiones puedan ser absorbidas y en la que los
conflictos -tanto a nivel de nacionalidades como de
regiones- puedan encontrar su solución más equitativa. Es de
justicia que la financiación autonómica se resuelva por
unanimidad de todas las comunidades, pero eso no es la única
garantía de la igualdad de todos los ciudadanos, sino se
injerta el valor de la solidaridad armónica, que es lo que
confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de
la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y
derechos, al camino común de los ciudadanos y del país hacia
una unidad cada vez más convencida, superando cualquier
forma de individualismo y particularismo o de nacionalismos
arcaicos y cerrados.
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