Ser madre, aunque sea lo más
natural del mundo, no debe ser fácil; y optar por ser madre
soltera aun menos, aunque las consecuencias sean
amortiguadas por una buena posición social, política o
económica. Vaya pues mi respeto y admiración para aquellas
mujeres que decidan encarar la maternidad en soltería, sin
el apoyo no ya económico sino afectivo del varón, así como
de la respetabilidad que otorga la institución, civil o
canónica, del matrimonio. Por ello, la postura de la
atractiva ministra de Justicia francesa Rachida Dati
confirmando la evidencia, estar encinta, merece todo mi
elogio y admiración, máxime cuando en un alarde de elegancia
se ha negado tajantemente a revelar la identidad del
progenitor, además de enfrentarse a sus raíces religiosas.
Rachida Dati, nacida en Saint-Rémy (París), de ascendencia
magrebí por partida doble (su padre es marroquí y la madre
argelina), ha dejado alto y claro que es y se siente
“francesa de origen francés”, siendo la primera mujer con
orígenes magrebíes en asumir la responsabilidad de un
ministerio, en este caso en el Gobierno del populista
Nicolás Sarkozy. Con el embarazo, que en sus palabras espera
consolidar pues “Estoy todavía en un periodo de riesgo.
Tengo 42 años”, ha lanzado varios órdagos: primero al sector
conservador del electorado francés pero, sobre todo, a sus
orígenes familiares. El Islam tradicional admite mal a las
madres solteras, que son estigmatizadas y rápidamente
excluidas incluso de su entorno familiar, siendo condenadas
al ostracismo en un alarde de cinismo e hipocresía, como
puede comprobarse en cualquier país islámico del norte de
África; mismamente en Marruecos (el padre de Rachida Dati es
precisamente marroquí), las madres solteras no gozan
injustamente de buena fama (por decoro y respeto a las
mismas omito los calificativos), siendo obligadas en muchas
ocasiones a ejercer, para sobrevivir ellas y sus hijos, la
prostitución u otros trabajos mal pagados. Natural y
afortunadamente éste no va a ser el caso de la ministra
francesa de Justicia, una mujer bella, culta y elegante que
está, con su postura, desbrozando una opción para las
jóvenes musulmanas europeas, ayudándolas a enfrentarse a
impuestas tradiciones rancias y machistas, inmersas a veces
en el fundamentalismo.
El caso que nos ocupa está, también, adornado con no poco
morbo, ajeno hay que matizar a la firme y clara postura de
la protagonista. Un medio digital marroquí de reconocido
prestigio (esa fue mi mayor extrañeza), “L´Observateur”,
anunciaba hace dos días de forma nada críptica y sin revelar
sus fuentes el nombre del padre de la futura criatura: “No
se trata de un marroquí, ni siquiera de un francés. Es un
español. Era hace unos años jefe del Gobierno de su país,
antes que Zapatero”. El ex presidente Aznar (cuyos nietos,
bautizados y aunque el tercero se llame Pelayo, son de
ascendencia argelina por parte de su padre A. Agag) no ha
tardado en desmentir tajantemente los rumores (“una total y
completa falsedad”), prometiendo emprender inmediatas
acciones legales contra aquellos diarios que aseguren,
expresa o implícitamente, ser el padre de la criatura que
espera Rachida Dati. Yo, naturalmente, ni quito ni pongo,
expongo, aunque de ser cierto según asegura “L´Observateur”
solo atestiguaría el buen gusto de José Mª Aznar.
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