La noche invitaba a pasear la
ciudad. Y así lo hice con el editor de este medio, José
Antonio Muñoz. El ambiente habitual de las calles
céntricas se había trasladado al escenario ecuestre
instalado en el Parque Urbano Juan Carlos I. En el cual los
caballos andaluces acrecentaban su fama artística. Muñoz y
yo caminábamos relajados, haciendo tiempo para asistir al
cóctel que ofrecía el presidente de la Junta de Andalucía en
el Hotel Tryp. Y a mí se me ocurrió contarle al editor lo
que me había sucedido, esa mañana de miércoles, en la
avenida de Sánchez-Prados.
Fue así: se me acercó una señora y me preguntó si yo era de
Ceuta. Le respondí que no lo era por nacimiento pero sí por
muchas otras circunstancias que no venían al caso contar.
Pero ella, resuelta a decirme lo que pensaba, no dudó en
halagar mis oídos: “Tiene usted la suerte de vivir en una
gran ciudad. Créame que me habían hablado muy bien de Ceuta.
Pero jamás pensé que fuera tan hermosa y que luciera de
noche como luce...”.
Cumplí perfectamente con mi cometido, agradeciendo a la
visitante de qué manera me había expresado la inmejorable
impresión que le había causado una ciudad que a mí me
encandiló ya cuando no se parecía ni por asomo a la actual.
La verdad es que hablar de los encantos de esta tierra es
exponerse a que salga Aróstegui, con su carácter avinagrado
y su sensibilidad apolillada, mostrándose iracundo en su
dardo, por atreverme a decir, una vez más, lo que es axioma:
Ceuta está preciosa y los visitantes se la comen con los
ojos.
Las palabras de aliento de la señora, al recordarme que era
muy afortunado por estar empadronado en esta tierra,
necesitaban ser celebradas. Y a fe que lo hice... Eso sí,
gracias a que el presidente de la Junta de Andalucía me
había invitado al cóctel que ofrecía en el Hotel Tryp, con
motivo de su visita oficial a la Ciudad Autónoma de Ceuta.
La planta quinta del Hotel Tryp estaba repleta de invitados.
Había ambiente grande y la conversación, en los primeros
momentos, la acaparaba el espectáculo ofrecido por jinetes y
caballos andaluces. Inmaculada Meni, la esposa del
delegado del Gobierno, nos contaba lo mucho que había
disfrutado en la función ecuestre. A propósito: esta señora
propicia, con su forma de ser, que la figura de su marido se
agrande.
Salvador de la Encina más que agrandado estaba
crecido. Y tiene sus razones: aceptó en su día una tarea
delicada y ha sabido encauzarla sin perder un ápice de
credibilidad. De la Encina tuvo palabras de elogios para
Juan Vivas y me aclaró que él nunca ha dejado de mirarme
con buenos ojos. Y tampoco escatimó elogios para el editor
de este medio.
José Antonio Muñoz, Jesús Lopera, director
territorial del Ingesa, y Juan Díaz Triano hablaban
con verdadero interés, mientras yo buscaba la compañía de
Fernando Jover y su esposa. Reunión a la que se sumó,
durante un buen rato, Beatriz Palomo. Me interesé,
lógicamente, por María Antonia, la hermana de
Beatriz. Y Sergio Moreno me dijo que estaba de
vacaciones. A Fernando Tesón, teniendo como testigo a
Josefa Vilar Mendieta, secretaria de Gobierno de los
juzgados y tribunales de Ceuta, le mostré mi afecto de
siempre. Ya en la calle, volví a la carga: ¡Qué bonita está
Ceuta!, ¿verdad, José Antonio? Y allá que nos despedimos.
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