Con la soberbia hemos topado; la
presunta incompetencia; también la vanidad. Y el oportunismo
político a dos bandas: porque la hambruna de protagonismo
del antiguo “juez estrella” (últimamente con el brillo
apagado), su señoría Baltasar Garzón, coincide ahora con una
gravísima crisis económica en la que ya despunta el fantasma
de la recesión, viéndose en España acentuada por problemas
estructurales de nuestra economía, la torpeza del conjunto
de la clase política al “vendernos” cierta idea de Europa y,
por si fuera poco, la cegata negativa del Presidente de
éstas tierras que todavía se llaman España a reconocer y
asumir la situación. No pierda el lector de vista el
contexto: es decir, la última “garzonada” (inútil por lo
demás jurídicamente hablando) de pretender juzgar los
crímenes de la Guerra Civil cometidos por uno solo de los
bandos enfrentados le viene como anillo al dedo al acosado
Gobierno de Rodríguez Zapatero para, utilizándola como
capote, intentar “torear” el angustioso drama social en el
que ya se ven inmersas miles de familias españolas, burlando
con pases de muleta la lluvia de críticas al Ejecutivo que
no tardarán en caer hasta convertirse en diluvio, mientras
desde La Moncloa tocan a rebato para convocar a sus huestes.
La táctica, demagógica, sucia y artera, es vieja.
Roto unilateralmente el consenso de la Transición, con el
país dividido y, en el exterior, una progresiva e
inquietante pérdida de proyección y prestigio, la última
“garzonada” de un juez con complejo de estrella no está
haciendo sino reabrir viejas y dolorosas cicatrices en la
memoria histórica de todo un pueblo. ¿Qué familia no ha
sufrido caídos, guerreando quizás hasta hermanos en los dos
bandos peleados en cainita lucha?; ¿quiénes tienen empeño en
reabrir viejas heridas; ¿por qué…?; ¿”Qui prodest”?, en
definitiva.
Suscribo íntegramente el editorial de “El Mundo” del pasado
martes 2, aunque no sintiendo luego el “estupor” de su
valioso director. ¿Acaso Pedro J. Ramírez no conoce, a estas
alturas, el país en el que escribe…?. Vivimos tiempos
sombríos, en los que se vislumbra desde el poder un intento
de recorte de las libertades (para unos) paralelo a una
indecente pasividad ante el libertinaje (para otros); la
Constitución es papel mojado y desde hace un tiempo (lo digo
fuerte y claro), ¡no todos los españoles somos ya iguales
ante la ley!. En el presente fangal y con un país
encanallado, suicida y sin pulso, sufrimos ahora las
consecuencias de aquél “asesinato virtual” de Montesquieu
perpetrado en Las Cortes por los putativos Padres de la
Patria, que tanta gracia le hizo en su momento a un
histórico parlamentario metido a “cocinero” (otro “servía”
la mesa) monclovita. La escabrosa colusión en nuestro país
entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, lastra
y prostituye el ejercicio de la democracia, denigrando un
sistema político del que, incauta y falsamente, tan
orgullosos estamos. Ante escándalos corporativos como el
reciente de sus respetables señorías, los jueces
instructores de la Audiencia Nacional pidiendo al CGPJ que
actúe contra el editorial de “El Mundo” amparando con ello
la “truculenta garzonada” (sic) del juez Baltasar, ciertas
actuaciones de la Justicia española parecen devenir en un
obsceno cachondeo, mientras que una parte de los jueces se
esfuerzan en ser, créanme, realmente incorruptibles: ¡no veo
la forma de obligarles a impartir justicia!.
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