La vida nos entrega lecciones que
se nos pasan desapercibidas. La lección de los cayucos es
una de ellas. Y, aunque dicen que la historia se repite, lo
cierto es que sus enseñanzas no suelen aprovecharse.
Conviene recordar que estas humanas gentes se lanzan a la
mar porque no tienen otra salida. Vivir es un desconsuelo
permanente para muchos. Unos lo tienen todo y otros no
tienen nada. La injusta distribución de las riquezas, del
desarrollo y del bienestar, es el problema. Mientras no se
acometa la solución de estas contrariedades en su raíz,
seguirá habiendo movimientos migratorios, unas veces
regulados, otras espontáneos y sin papeles, a la
desesperada, como viene sucediendo en los últimos años con
trágicos resultados. La mar, por desgracia, se está
convirtiendo en el mayor cementerio de vidas, mientras desde
la otra orilla, desde la nuestra, apenas soltamos una
lágrima de amor. Nos hemos acostumbrado a sus muertes.
La menguante cultura del don, (de donación y entrega
incondicional), nos ha empedrado el corazón de indiferencia.
Hasta los suspiros han perdido el alma y nadie se pone a
reparar daños causados. La pobreza, y sobre todo, la
creciente desigualdad entre áreas, continentes y países,
incluso dentro de estos últimos, debieran estar en todas las
agendas de todos los poderes del mundo y de las naciones.
Hay que dirigir nuestras fuerzas hacia los marginados,
emplearse a fondo en considerar la regeneración de la
sociedad a partir de las exigencias de los indigentes y
necesitados.
Es un acto de corazón indispensable, una verdadera cuestión
social. Nuestro país debe estar en primera línea de salida.
Lo que no tiene sentido es que un poder tan vital como el de
la justicia pierda el tiempo ahora en desempolvar los
muertos de una incivil guerra. Si la justicia es el hábito
de dar a cada cual lo suyo, hágalo en vida y a los vivos.
Tarea no falta, la desigualdad en el mundo nos desborda.
Tampoco tiene muchas luces que poderes como el ejecutivo o
el legislativo gaste sus fuerzas en historias, que no pasan
de ser de salón, cuando tenemos una crisis económica
galopante, donde España bate el récord en creación de
parados, sobre todo de inmigrantes que vinieron en cayucos.
La lección de los cayucos, para bien o para mal, es un
diario en nuestro país, y aunque la inmigración es un
fenómeno presente desde los albores de la historia de la
humanidad, que nos van a decir a los españoles de ello, el
hecho de que en nuestros días se haya convertido en una
emergencia para muchos seres humanos ha de interpelarnos, no
dejarnos en la pasividad, viéndolos morir en la mar o vivir
en condiciones infrahumanas. Aparte de exigir nuestra
solidaridad, la de cada uno en particular, impone al mismo
tiempo respuestas políticas eficaces y actos de justicia,
donde los diversos poderes de un Estado social y democrático
de Derecho han de trabajar coordinados y en la misma
dirección, a pleno corazón y a pleno rendimiento. Este
esfuerzo si que debiera ser prioritario.
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