Los jugadores de fútbol, cuando
llegan a un estadio los días de partido, a cualquier
estadio, lo primero que suelen hacer es pasear el terreno de
juego para inspeccionar el césped. Y, si éste se encuentra
en condiciones óptimas, no falla la voz que exterioriza la
circunstancia convertida ya en tópico: “Quien no juegue aquí
bien es que no sabe jugar”. Y es que hay escenarios donde no
caben las excusas si uno no da la talla.
Es lo que pensé el martes cuando, a hora muy temprana, pasé
por delante del Patio de Armas de las Murallas Reales. Tal
es así que me salió del alma decirle a quien me acompañaba:
Quien no hable aquí bien es porque no sabe. Ya que es el
teatro soñado por quienes tienen arte hablando en público.
Por ser el lugar idóneo para cuantos tienen algo que decir y
son capaces de decirlo con elocuencia.
Y no sé por qué se me vino a la memoria la de veces que
había leído críticas contra la forma de expresarse de
Manuel Chaves. Incluso recordé artículos donde se
fustigaba su mala dicción. Y qué decir de cómo se mofaban
algunos articulistas, muy reputados ellos, de las muchas
veces que el presidente de la Junta de Andalucía cometía al
hablar lo que se conoce por metátesis y sustituciones. En
román paladino: cambios de posición de una letra dentro de
la palabra.
De modo que me entraron unas ganas locas de ver a Chaves en
la televisión discursear en su tierra de nacimiento y en un
recinto tan colosal. Para comprobar si su oratoria había
mejorado no hasta el extremo de parecerse a Castelar
o al mejor Azaña, pero sí al menos para no desentonar
en un escenario en el cual debería estar prohibido que
ningún político pegue el petardo nada más abrir la boca. Y
quede tan desairado como expuesto a la chanza generalizada.
Y ocurrió que, llegado el momento, Chaves se situó en el
atril y sacó a relucir una labia que para sí la quisieran
muchos de los que andan en todo momento tratando de provocar
sonrisas no de amable comprensión, sino de sarcasmo a costa
del hablar del presidente. Su discurso fue impecable. Pero
lo mejor estuvo en que manejó muy bien los tiempos y que
supo mantener el interés de los asistentes de principio a
fin.
Su voz fue clara y su deje andaluz, familiar y cercano,
resultó atractivo y convincente en una tarde septembrina,
donde los recuerdos, sus recuerdos de una niñez caballa,
calaron entre un público que lo arropó con sus aplausos
sinceros. Y fue entonces, viéndole erguida la planta en el
escenario y con el aplomo que propicia la experiencia y sin
un gesto de más y escatimando los movimientos de sus brazos,
que caí en la cuenta de que Manolo Chaves no ha tenido más
remedio que obtener esa labia en el pueblecito irlandés de
Blarney. El cual está a ocho kilómetros al noroeste de Cork.
La piedra se halla en lo alto de la muralla del castillo que
allí existe. Y es triangular. Y cuenta la tradición que el
que bese la piedra Blarney poseerá el don de la elocuencia.
Un logro nada fácil. Puesto que hay que ser un atleta para
lograrlo. Enhorabuena, pues, al presidente de la Junta de
Andalucía.
Me conmoví durante la entrega de la medalla de la Ciudad a
Antonio Benítez. Con quien jamás he tenido el placer
de hablar. Juan Vivas estuvo en su línea.
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