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OPINIÓN - JUEVES, 4 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

La labia de Manuel Chaves
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los jugadores de fútbol, cuando llegan a un estadio los días de partido, a cualquier estadio, lo primero que suelen hacer es pasear el terreno de juego para inspeccionar el césped. Y, si éste se encuentra en condiciones óptimas, no falla la voz que exterioriza la circunstancia convertida ya en tópico: “Quien no juegue aquí bien es que no sabe jugar”. Y es que hay escenarios donde no caben las excusas si uno no da la talla.

Es lo que pensé el martes cuando, a hora muy temprana, pasé por delante del Patio de Armas de las Murallas Reales. Tal es así que me salió del alma decirle a quien me acompañaba: Quien no hable aquí bien es porque no sabe. Ya que es el teatro soñado por quienes tienen arte hablando en público. Por ser el lugar idóneo para cuantos tienen algo que decir y son capaces de decirlo con elocuencia.

Y no sé por qué se me vino a la memoria la de veces que había leído críticas contra la forma de expresarse de Manuel Chaves. Incluso recordé artículos donde se fustigaba su mala dicción. Y qué decir de cómo se mofaban algunos articulistas, muy reputados ellos, de las muchas veces que el presidente de la Junta de Andalucía cometía al hablar lo que se conoce por metátesis y sustituciones. En román paladino: cambios de posición de una letra dentro de la palabra.

De modo que me entraron unas ganas locas de ver a Chaves en la televisión discursear en su tierra de nacimiento y en un recinto tan colosal. Para comprobar si su oratoria había mejorado no hasta el extremo de parecerse a Castelar o al mejor Azaña, pero sí al menos para no desentonar en un escenario en el cual debería estar prohibido que ningún político pegue el petardo nada más abrir la boca. Y quede tan desairado como expuesto a la chanza generalizada.

Y ocurrió que, llegado el momento, Chaves se situó en el atril y sacó a relucir una labia que para sí la quisieran muchos de los que andan en todo momento tratando de provocar sonrisas no de amable comprensión, sino de sarcasmo a costa del hablar del presidente. Su discurso fue impecable. Pero lo mejor estuvo en que manejó muy bien los tiempos y que supo mantener el interés de los asistentes de principio a fin.

Su voz fue clara y su deje andaluz, familiar y cercano, resultó atractivo y convincente en una tarde septembrina, donde los recuerdos, sus recuerdos de una niñez caballa, calaron entre un público que lo arropó con sus aplausos sinceros. Y fue entonces, viéndole erguida la planta en el escenario y con el aplomo que propicia la experiencia y sin un gesto de más y escatimando los movimientos de sus brazos, que caí en la cuenta de que Manolo Chaves no ha tenido más remedio que obtener esa labia en el pueblecito irlandés de Blarney. El cual está a ocho kilómetros al noroeste de Cork. La piedra se halla en lo alto de la muralla del castillo que allí existe. Y es triangular. Y cuenta la tradición que el que bese la piedra Blarney poseerá el don de la elocuencia. Un logro nada fácil. Puesto que hay que ser un atleta para lograrlo. Enhorabuena, pues, al presidente de la Junta de Andalucía.

Me conmoví durante la entrega de la medalla de la Ciudad a Antonio Benítez. Con quien jamás he tenido el placer de hablar. Juan Vivas estuvo en su línea.
 

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