Hoy, la ciudadanía hindú de Ceuta
celebra la fiesta del dios Ghanesha, deidad nacida de Shiva
y Parvati. Se reza dos veces al día, arrojándose ritualmente
al mar una estatuilla. El agua, como en los rituales de
otras religiones y creencias, es importante en el Hinduísmo;
de hecho los hindúes divinizan los fenómenos de la
naturaleza, personificando y venerando como diosas maternas
los grandes ríos: Ganges, Kaveri, Yamuna... Ghanesha es un
dios más del panteón hindú, pero maestro de la sabiduría y
la inteligencia; se le representa con cuatro brazos, cabeza
de elefante y una gran tripa, de ahí que estos días sea
común entre la pacífica y laboriosa comunidad de Ceuta la
elaboración de una exquisita dulcería.
El Hinduísmo, religión que suele confundirse con los
súbditos de la India, no es fácilmente definible al carecer
de un fundador o credo reconocido así como de un libro
sagrado; por lo demás y en general, los hindúes suelen
identificarse más por su idioma, casta, comunidad y región,
por no hablar de variantes o derivaciones como el budismo,
el jainismo (seguidores de Jina “El Victorioso”) y la secta
de los sikhs, nacida en el siglo XVI de la Era Común bajo el
gurú Nanak (1469-1539), coetáneo al Imperio Musulmán del
Gran Mongol. En general, los hindúes comparten textos,
tradiciones rituales y deidades (entre ellos la Gran Diosa “Devi”,
una manifestación de Parvati, la esposa de Siva, remanente
de antiquísimos cultos femeninos a la antigua y común Diosa
Madre y al ritual de la fecundidad), pero interpretándolos
con matices sensiblemente diferentes, por lo que muchos de
sus millones de adeptos no dudan en hablar más de una
cultura y, sobre todo, una forma de vida, que de una
religión más. De hecho, para el Hinduísmo (cuyos orígenes se
remontarían a unos cinco mil años con el nacimiento de la
religión védica; los “Upanishad” habrían sido escritos hace
2600 años y el “Baghavad Gita”, que tanto admiraba Gandhi,
unos 100 años antes de la Era Común) casi todas las
actividades de la vida tienen un componente religioso. En el
siglo XIX dos pensadores reformistas intentaron depurar el
sincretismo hindú: Ram Moham Roy (1772-1833) rechazó ciertas
prácticas como no ortodoxas, mientras que Dayananda
Sarasvati (1824-1883) estimaba que tan solo los primeros
himnos del “Rig Veda” (Sabiduría de los Versos) serían
escrituras auténticas.
Mientras, por el monte ceutí siguen tirados unos 72 hindúes
de nacionalidad India que hasta aquí llegaron engañados por
las mafias de costumbre y para los que, a los hechos me
remito, no parece ni haber solución… ni ese presunto
“talante” del que tanto se presume (y del que tanto se
carece) desde La Moncloa. Me consta también que desde algún
sector de la Plaza de los Reyes se ha despachado el
problema, recientemente, con bruscas palabras huérfanas de
sensibilidad. En otros y numerosos casos sí que se han
buscado alternativas, ¿por qué no ahora?; ¿acaso los hindúes
“pesan” o valen menos que otros para los que sí ha habido
manga ancha?. Un drama que por al menos razones humanitarias
debería de solucionarse inmediatamente y que, en cualquier
caso, está empañando desde esta acogedora tierra caballa la
eficacia y hasta la dignidad del Gobierno de Rodríguez
Zapatero.
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