Cuando se va uno de vacaciones o,
mejor dicho, de veraneo que es como siempre se ha llamado
esto de pegarse un garbeo por cualquier sitio menos el de
nuestra residencia, se encuentra con curiosidades que, a
pesar de lo mucho conocido, llaman la atención. Se han
dejado atrás, por ser pan nuestro de cada día, los problemas
de empleo, los fallecidos por accidentes de automóviles, de
aviación, el de las víctimas de violencia de género, de la
inmigración, de la salud laboral (siniestros laborales), en
resumen, de toda la política social que nos preocupa y ocupa
constantemente.
Y se ha hecho un alto en el camino entablando nuevos
conocimientos y efímeras amistades, algunas de países
lejanos como alemanes o suecos, comprobándose que todavía
existen caballeros de cierto rango social u hombres que se
les asemejan en parte, comportamiento y actitud, es decir,
auténticos “gentlemen”. Educados en grado sumo con los que
da gusto entablar una conversación que, como diría la
canción, se establece a media voz, sin alterarse, en una
palabra: educadamente. Luego nos acercamos a nuestra costa
gaditana y aquí disfrutamos de otra manera: v vemos por
doquier a Jennifer o a Cristian (cuyos nombres no sabemos
como se pronuncian en plural) y nos paramos a cambiar la
hebra con Curro el pescador que nos relata algunas hazañas
marineras de tiempos pasados cuando todo el mar era suyo y
no se perseguían las embarcaciones por el mero hecho de ir a
buscarse el sustento familiar. En sus playas, con sombrilla
y banquetas (hoy en día está prohibido instalar casetas o
cualquier otro artilugio que pudiera pensarse sirve de
cobijo o asentamiento ilegal a la familia) nos damos un
chapuzón y observamos el panorama que ofrece tan bellos
parajes y el comportamiento de ciertos grupos de personas,
seguramente venidas del interior, que no conocen o no están
habituadas a esto de bañarse en el mar. Y se oyen los
clásicos gritos de la madre que aconseja a sus hijos: ¡“Yennifeerrr,
el agua hasta el chocho na más y tu, Cristiannn, hasta la
picha”¡… Luego, ya en tierra firme, a disfrutar de los
placeres de los frutos del mar que en eso si que ganamos
cualquier competición: el “pescaíto” frito un buen gazpacho
con sus clásicos aditamentos de ajo, vinagre y aceite de
oliva y el vinito de la tierra, sin denominación de origen,
(¡una botella de tinto de verano, Pepe, para la mesa 4¡),
que para eso nos consideran profesores de gastronomía y es
una lección que se llevan muy bien aprendida cuando vuelven
a sus lugares de procedencia.
Todo un contraste de comportamientos o curiosidades que
encontramos durante el veraneo: el de los extranjeros tan
comedidos y diríamos casi silenciosos y el de nuestros
compatriotas (no generalizando, claro está) todo arrebato y
vehemencia. De ellos, de los extranjeros, nos quedamos con
la expresión clara de moderación y templanza y hemos copiado
los nombres no su forma de decirlo que para eso tenemos
nuestras costumbres y modos en las acciones o en las
palabras que no nos la van a cambiar, por mucho trato que
tengamos con ellos, los turistas foráneos.
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