El presidente de la Ciudad
Autónoma, Juan Vivas, se encontró ayer con el malestar de
toda una barriada, la de San Antonio, cuando asistió a
comprobar la situación de los hechos en la zona después de
que se declarase un incendio en las inmediaciones del Parque
de San Amaro que, a lomos del fuerte viento de Poniente,
trepó ladera arriba hasta sacar de sus casillas a los
residentes en la zona. En momentos de desesperación es
conveniente no perder la razón. Se puede disculpar, y seguro
que tanto el presidente Vivas como los consejeros y otros
compañeros de la Asamblea que le acompañaban sabrán
disculpar algún exceso verbal que pudo escucharse en San
Antonio cuando aún no se sabía si los bomberos, que dieron
un ejemplo más de capacidad de respuesta, valor y saber
estar, podrían controlar las llamas antes de que llegasen a
las viviendas de los vecinos. Por lo que estaba en juego, en
muchos casos el resultado del sudor de toda una vida, todos
los implicados deben comprender el desasosiego de los
afectados. En este caso es a los responsables
institucionales a los que cabe exigirles más paciencia y
atención porque, aunque con su simple desplazamiento hasta
el lugar de los hechos para padecer juntos el humo y la
tensión ya demuestran capacidad para el cargo que
desempeñan, uno no puede saber cómo camina quien tiene
delante si no está en sus zapatos. Y como ninguno de ellos
lo estaba es de agradecer que supieran no perder los nervios
y dialogar con los vecinos. Con todo, los momentos de
discusión vividos en San Antonio ayer no fueron ni mucho
menos lo más importante. Lo que hay que aclarar primero y
resolver después en estos momentos es si el Monte Hacho en
general y esa vaguada en particular tenían la atención y la
vigilancia que merecen. A simple vista parece que no. El
delegado del Gobierno, que también acudió al lugar de los
hechos y no paró de hacer gestiones para contribuir a la
mejor solución del problema, no puede permitir que ante una
situación de emergencia el apoyo peninsular pueda tardar
tres horas en llegar. En ese tiempo hubiera ardido toda la
barriada. Para llamar a la razón hay que dar pasos para
eliminar el temor.
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