La caída de la hoja cada vez está más próxima y acompañada
de ella, el regreso a la rutina del duro e intenso invierno.
Poco a poco, los lugares de ocio van quedando abandonados,
las calles menos transitadas, y la playa, el Parque, los
acantilados, respirando tristeza porque la soledad y el frío
serán sus únicos acompañantes.
Los más pequeños de la casa han podido gozar de casi tres
meses de verano en el que largas horas de juego y los viajes
en familia a otros destinos les han facilitado un periodo de
descanso, de desconexión y disfrute. Para los adultos, un
poco menos; cortas vacaciones en algunos casos o la
responsabilidad del hogar. Factores que propician que el
relax no sea su arma de defensa. Aunque siempre serán
agradecidos esos días en los que el despertador ha quedado
guardado en algún cajón y la música, el cine o las salidas
nocturnas sin horarios, han cobrado vida. Y aunque la mayor
parte de los ceutíes, niños, jóvenes o adultos, desearían
que la época estival durase todo el año, la realidad es que
la entrada de septiembre hace temblar incluso a una roca.
La rutina, las preocupaciones o el día a día programado son
las primeras imágenes que causan la desesperación, el estrés
o el agobio cuando hay que regresar a la vida normal.
Situaciones que propician el conocido síndrome
postvacacional. Un concepto bastante amplio que describe una
incapacidad de adaptación al trabajo tras la finalización de
las vacaciones, o en el caso de los menores, el recuperar el
ritmo del curso y los horarios al despertar o al caer la
noche. Este transtorno puede dejarse ver con síntomas o
desequilibrios físicos o psíquicos. “El síndrome
postvacacional llega cuando empiezas otra vez con la rutina
ya que han pasado 15 días, por ejemplo, en los que no has
mirado el reloj. En los adultos puede provocar depresión,
apatía, el no tener ilusión o motivación o incluso la
pérdida del apetito o insomnio”, explicó la psicóloga ceutí,
Mª Cristina Querol.
Aunque quienes mejor para explicar lo que se siente y padece
al concluir el periodo vacacional, que los propios ceutíes.
“El lunes empiezo a trabajar y regreso a las clases con los
jóvenes del programa de garantía social. Y el otro día, me
dio la pena al pensar que acababa el verano. Los días se
hacen más cortos en invierno, hay menos gente en la calle y
todo el mundo vuelve a la vida normal, a la rutina”,
explicó, en la mañana de ayer, la maestra Raquel Chaves.
Otros tantos, ya han experimentado el encuentro con las
responsabilidades.
“Ya he empezado con los horarios normales. La vuelta ha sido
un poco dura sobretodo el choque después de tantos días sin
trabajar y ser consciente. Aunque no lo sufro tanto porque
me encanta mi trabajo”, manifestó África Fort, enfermera de
urgencias. Claro está que para muchos viene mejor o peor el
frío invernal. “Acabo de aprobar las oposiciones, porque soy
profesor de secundaria, con lo cual empiezo con alegría.
Pero da un poco de estrés el contacto con los alumnos, al
principio es lo más duro hasta que no habitúan a las
clases”, sintetizó Jaime Salvat.
Y es que en muchos casos, el ambiente en el trabajo o la
pasión por la profesión hacen que se haga más ameno. “El
síndrome postvacacional no es duradero, depende mucho de las
expectativas o el trabajo que tengan las personas. A los que
les encanta su labor profesional no tienen ni porqué padecer
este transtorno”, añadió la psicóloga Querol. Pero no crean
que aunque sean pequeños y no lleven consigo la mitad de las
responsabilidades que puede tener un adulto, los niños se
excluyan de padecer esta circunstancia porque para ellos
también supone un choque frontal habituarse a la rutina.
“Los pequeños también pueden sufrir mucho cuando llega el
invierno debido al estrés de los horarios del colegio y las
actividades extraescolares. Normalmente, los primeros
síntomas que pueden describir el síndrome postvacacional
son: tristeza, nerviosismo, falta de sueño, no tener ganas
de jugar, llorar constantemente o estar deprimido”,
sintetizó la experta. Claro está, que el hecho de ser niño,
tiene también sus ventajas y no llegan a padecer las
depresiones que pueden diagnosticarse en un adulto. “Los
menores, sin problemas de fondo, lo pasan antes que los
adultos. El aliciente puede ser el encuentro con los
compañeros del colegio, el instituto y en pocos días ya se
han adaptado a la normalidad”, añadió la psicóloga.
Aunque quienes mejor que los propios niños o adolescentes
para explicar este proceso de cambio. “No tengo ganas de
volver al colegio porque no me gusta, me aburro. Y además no
se me han echo cortas las vacaciones porque he estado en
varios campeonatos de fútbol y también lo hago en invierno”,
explicó Nacho Jiménez, de 13 años de edad. Y en edades más
avanzadas, con las primeras salidas nocturnas, se nota más
el cambio. “No me gusta estudia, ni hacer exámenes, ni
levantame temprano. Lo que me gusta es quedarme tirado sin
hacer nada o salir con los colegas”, contó Jesús Domínguez.
Siempre hay motivos suficientes para preferir el ansiado
verano y dar la espalda a la rutina del invierno. Unos lo
llevan mejor, aunque otros, peor. Quizás en estos casos, una
de las vías de escape es afrontar la realidad, motivarse y
llevar la rutina lo mejor que se pueda.
Aunque los expertos y profesionales de la psicología también
pueden echar una mano cuando la depresión, la crisis, el
agobio o los estragos de la vida cotidiana se hacen
demasiado profundos.
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