Las posiciones enfrentadas entre
naciones no conducen a nada. Cuanto antes se diriman las
controversias mejor que mejor. Hay que repudiar cualquier
violencia por ínfima que nos parezca. Que el presidente
francés, Nicolas Sarkozy, cuyo país ejerce este semestre la
presidencia de la Unión Europea (UE), haya convocado una
cumbre de jefes de Estado de los veintisiete Estados
miembros para el próximo uno de septiembre en Bruselas para
tratar la crisis de Georgia, me parece de lo más oportuno.
Abordar con diálogo la relación entre países en los que se
atisba cierta tensión siempre es una buena medida. Hablando
suele entenderse la gente. A veces sólo es cuestión de tomar
energía moral suficiente y ponerse manos a la obra. Lo que
se dice, predicar con el ejemplo. Además, si pretendemos
caminar hacia una ciudadanía europea activa, tenemos que
avivar comprensiones y tolerancias. Los veintisiete Estados
miembros, verdaderamente integrados, han de poner voz a la
edificación de una cultura jurídica europeísta, pacificadora
y pacifista, inspirada por los más altos ideales de justicia
y solidaridad. La edificación de un futuro más seguro para
la familia europea significa ante todo y sobre todo trabajar
por el desarrollo integral de los pueblos, por las
dignidades olvidadas, especialmente a través de adecuadas
medidas de respeto, poniendo freno a la corrupción y camino
a libertades perdidas. Se hace camino al andar, dijo el
poeta. Tomar conciencia de que estamos unidos por un mismo
destino puede ser el primer paso hacia la comprensión.
No puede haber paz, por mucho silencio que haya en el
paisaje, cuando el olor a muerte impregna todos los rincones
del aire. La idea de que la Unión Europea debe hablar con
una sola voz en los asuntos en los que espiguen tensiones
internacionales es tan vieja como el propio proceso de
integración europea. Sin embargo, durante años, la Unión no
avanzó hacia una política común exterior y de seguridad al
mismo ritmo que avanzaba hacia un mercado y una moneda
únicos. Nos alegra, pues, que se refuerce la capacidad de
reacción ante conflictos incipientes. Nunca es tarde cuando
la dicha es buena. Es cierto. Europa no puede permanecer
indiferente ante el aluvión de conflictos. Ha de implicarse
y ahondar en la causa de estos problemas que, generalmente,
radican en distintos factores tales como la pobreza, el
estancamiento económico, la distribución desigual de los
recursos, las estructuras sociales deficientes, la falta de
una correcta gobernanza, la discriminación sistemática, la
opresión de las minorías, los efectos desestabilizadores de
los flujos de poblaciones, los antagonismos étnicos, la
intolerancia religiosa y cultural, las injusticias sociales
y la proliferación de armas de destrucción masiva y armas
ligeras. Para controlar estos trances e impedir que
desemboquen en un mar de luchas, la unión de veintisiete
países trabajando en la misma dirección, seguro que hacen
desinflar más de una colisión.
La cooperación aduanera, que por cierto ahora cumple
cuarenta años de la Unión Aduanera de la Unión Europea, es
crucial para luchar eficazmente contra la gran delincuencia
internacional: tráfico de estupefacientes, armas, municiones
y explosivos, residuos peligrosos, robo de bienes
culturales, materias o equipamientos para la fabricación de
armas atómicas, biológicas y/o químicas, etc. Ha sido y es
un gran avance hacia la paz. El fragor de las armas nos
despierta en cualquier parte del mundo. Y cualquiera podemos
ser víctima. El rostro sufriente de la tierra nos desborda.
Europa no es ajena a este endemoniado retumbo de garras y
algarabía de guerras.
No podemos quedarnos impasibles ante el tumulto de la
sinrazón. El anuncio de la ONU de organizar un simposio en
apoyo a las víctimas del terrorismo, es otra manera de hacer
camino, de poner en viva voz el desconsuelo que sufren miles
y miles de almas que no se atreven ni a dar un paso. Viven
sumidas en un terror indescriptible que lo han vivido en
primera persona. Se celebrará el próximo nueve de septiembre
y tiene por objetivo promover la solidaridad y apoyo para
esas personas, así como involucrar a la sociedad civil en
una campaña global contra ese flagelo que tanto padecemos en
nuestro país. Se trata del primer simposio de este tipo en
la historia de las Naciones Unidas y no se enfocará en temas
políticos, sino en las víctimas y en cómo se puede responder
mejor a sus necesidades. La Asamblea General aprobó hace dos
años una Estrategia Global contra el Terrorismo. Entre otras
medidas dispone que se aborden las condiciones que conducen
a la expansión del fenómeno. También llama a los países,
tomen nota los gobiernos españoles, a establecer sistemas de
asistencia que promuevan las necesidades de las víctimas y
sus familias y faciliten la normalización de sus vidas.
Que los organismos internacionales adopten estrategias para
un mundo más seguro, es una tarea de justicia. El que en
diversas áreas del mundo persistan tensiones y contiendas,
actos de terrorismo e incluso donde no se vive la tragedia
de la guerra predominan sentimientos de miedo e inseguridad,
lo que debe hacernos pensar es que hacen falta acciones
comunes entre países y organismos internacionales. Por
desgracia, hemos cambiado el rumbo, a veces hasta el del
sentido común. A lo evidente me remito, hemos canjeado la
historia real por la histeria colectiva, las almas unidas
por las armas de aquí te espero, hasta engendrar malos
sueños en el campo de la vida, repelentes sentimientos,
pesadillas, desconfianzas, capaces del alterar la psicología
de cualquier bicho viviente que se ponga por delante. Por
estas calles del infierno se ha perdido el corazón y hasta
las ganas de vivir. Qué pena de existencia. Hay que poner un
canto a la vida en el sol de cada día. Y proseguir haciendo
camino al andar. Tanto la ONU como la Unión Europea son
buenos compañeros de viaje. Me fío de ellos, mientras me
pregunto en la soledad de la noche: ¿qué soy, al fin, sino
un latido a quien aviva el sonido del universo? Volverán los
dulces sueños a tomar verso en sí mismo, es cuestión de
sembrar paz aunque estemos en el campo de batalla.
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