Los jóvenes que han participado en
el campamento de trabajo organizado por Obimasa este verano
con más de veinte chicos y chicas llegados desde todos los
puntos de vista a la ciudad autónoma son un buen termómetro
para calibrar el verdadero estado de Ceuta con ojos extraños
y, al mismo tiempo, no contaminados por la fuerza de la
costumbre, la inercia u otros condicionamientos. Por eso los
testimonios de Lidia, Raquel y el resto de participantes en
la extraordinaria iniciativa que debe repetirse año tras año
e incrementarse si es posible son tan o más valiosos que
cualquier encuesta.
Sobre todo porque ellos son portavoces de la impresión
unánime que se lleva el grupo de Ceuta. Esta es, dicen, una
ciudad limpia en lo que a su imagen exterior se refiere.
También, en lo que a su vida social atañe, un espacio en el
que distintas comunicades conviven de forma armoniosa y
respetuosa.
Lo que más les ha disgustado es, sin embargo, el estado del
cuidado del litoral de la ciudad autónoma. La advertencia
llega a tiempo y en un momento oportuno en el que la Ciudad
Autónoma, que lleva tiempo con su Consejería de Medio
Ambiente aplicada en la tarea, y la Delegación del Gobierno
en Ceuta parecen haber puesto todos los medios a su alcance
para revalorizar ese inmenso patrimonio local al que pueden
estar vinculadas buena parte de sus iniciativas de
desarrollo económico en el futuro.
Ambas instituciones deben tomar nota de la apreciación de
los jóvenes foráneos, pero sobre todo deben ser los ceutíes
de a pie quienes se apliquen en la tarea. No es posible
preciarnos de tener los maravillosos acantilados y fondos
marinos que posee Ceuta y al mismo tiempo llenarlos de todo
tipo de residuos, microondas incluidos. Primero, porque se
dilapida el dinero que todos damos a las administraciones
para cumplir su trabajo. Segundo, porque la imagen de la
ciudad y de sus vecinos se resiente notablemente.
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