| 
                     Nos movemos en una horquilla de años entre el 750 y el siglo 
					X, en la que tras la gran rebelión khariyí cristalizan en el 
					Maghreb los reinos bereberes (o amazighs) de Tremecén, 
					Sihilmasa y Tahart además del Barwata en Marruecos, fundado 
					éste por uno de los compañeros del líder rebelde Maisara del 
					que ya hemos escrito, junto a otros reinos y emiratos 
					ortodoxos sunnís o shiís (reino Idrisi). Conocemos alguno de 
					estos reinos gracias a la descripción del geógrafo al-Yaqubi 
					y a Ibn Khaldún. Son unos siglos oscuros y de los que 
					desconocemos mucho puesto que, como señala B. Lugan, “Si 
					políticamente la situación del Maghreb occidental es más que 
					confusa en esta época, religiosamente no es tampoco más 
					clara pues, como hemos visto, las poblaciones bereberes se 
					adhieren a un Islam herético, el khariyismo”. Laroui 
					reprocha a los “historiadores coloniales” (sic) el hablar ya 
					en esta época de tres estados, embrión de los actuales: 
					aghlabida (shií fatimí) de Túnez, rustumide (khariyí) de 
					Tahart (Argelia) e Idrisi (de origen shiíta) de Fez 
					(Marruecos). Sin duda es muy temprano para marcar estas 
					diferencias, pero tampoco es tanta “aberración” como infiere 
					dicho autor conocido por sus tesis del “Maghreb árabe”, 
					olvidando que éste es una síntesis étnica-histórica en la 
					que el substrato demográfico bereber es, mal que a muchos 
					les pese, dominante. La historia muestra, insistente, la 
					existencia de un “Maghreb beréber”. 
					 
					El reino de Tremecén, en la actual Argelia, fue fundado por 
					Abou Ourra, “esencialmente un jefe militar” (Laroui) quien 
					convirtió la ciudad en plataforma logística de las fuerzas 
					insurgentes khariyís, cayendo en 786. Más hacia el sur y al 
					este del Atlas, surge hacia 757 el reino de Sihilmasa de la 
					mano de Isa ben Yazid al-Aswad, un khariyita árabe puesto a 
					la cabeza de una tribu beréber fundador de la dinastía de 
					los midraritas, que se mantuvo en el poder durante más de 
					dos siglos, quienes en ningún momento se proclamaron emires 
					y alcanzaron cierto grado de evolución (llegaron a explotar 
					las minas del Drá) atemperando su rigorismo, no sin mantener 
					cruentos enfrentamientos con sus hermanos de fe más 
					radicales. 
					 
					Pero de todos el más importante fue el reino de Tahart, 
					fundado por Abderrahmán Ibn Rustum, musulmán de origen persa 
					establecido en Kairuán quien acabó proclamándose califa 
					khariyita estableciendo la dinastía de los rustimides, 
					quienes gobiernan hasta el año 908 (296 de la Hégira) en una 
					villa-estado considerada por la disidencia khariyí moderada 
					como el paradigma de su ideal político-religioso (firman la 
					paz con Kairuán, la antigua base militar árabe retomada por 
					el Califato abatida de Bagdad, en 788). El reino se debate, 
					no obstante, en agudas controversias teológicas, mientras 
					que la comunidad ejerce un fuerte control sobre su líder 
					religioso. La influencia ideológica de Tahart se proyecta 
					por todo el Maghreb, manteniendo relaciones con el Califato 
					Omeya de Al-Andalus (dos hijos del fundador, Ibn Rustum, 
					viajan a Córdoba) si bien la ausencia de un ejército regular 
					lastra su expansión territorial. El reino es finalmente 
					conquistado por las tropas del Califato Fatimí (shiíta) de 
					El Cairo en 908, huyendo los supervivientes a refugiarse a 
					los oasis del Sud (Sadräta), donde aun sobreviven elementos 
					de esta secta así como en el norte de Argelia. 
   |