El año que he pasado en Ceuta toca
a su fin. La idea que tenía, y cuyo plazo era exactamente de
esos 12 meses, de volver a mi ciudad natal estaba supeditada
a una serie de conceptos claramente diferenciados y
condicionados para que me quedara indefinidamente.
Parte de los proyectos que tenía en mente se cumplieron,
otros a medias y los más fueron un fiasco.
Esperaba encontrar una ciudad abierta, legal y honesta. Me
encuentro todo lo contrario, la verdad,
Esto influye sobremanera en el turismo. La falta de
alicientes, unida al poco entusiasmo de nuestras autoridades
para atraer al turismo, ha hecho de nuestra ciudad
simplemente un apeadero de paso forzoso.
La repetición de eventos, sobre todo los concernientes a
actos religiosos, conlleva una hostia consagrada al
aburrimiento, Actos que están fuera de tiempo, actos
trasnochados que los turistas, posibles turistas, ya no ven
como antaño.
Aparte de la falta de alicientes para atraer el turismo
están los precios. Precios abusivos en la mayoría de los
casos que no corresponden a la categoría de los atractivos
de la ciudad y ello conduce a que el turista se lo piense
dos veces. El euro es el mismo para todos. Ya no existen
esas pesetas que podían cambiar a paletadas.
Durante este año, que he pasado en la ciudad, mucho he
observado. De todo lo observado saco conclusiones tan
negativas, con alguna excepción, que no me produce incentivo
para permanecer aquí.
Mucha pompa y boato para mirarse en el espejo de los flashes
con nimios motivos que haría sonreír hasta el más pequeño
alcalde del más pequeño pueblo del Estado.
Sistema financiero que no encaja con la actualidad social y
destinado a cosas que no tienen absolutamente nada que ver
con el progreso y sí con funciones ilógicas de maneras
antañonas.
Sobre todo la nula información al ciudadano. La culpa la
tienen los propios ciudadanos que se callan, por razones que
prefiero ignorar, cuando tienen pleno derecho a saber. Algún
que otro ciudadano, eso sí, eleva su voz por encima de los
demás pero pronto es acallado con respuestas irrazonables y
fuera de toda lógica democrática.
Donde la que la hipocresía asienta sus reales.
Donde dice ser españolísima pero que ofrecen servicios a
quienes no se consideran españoles aunque lo voceen a los
cuatro vientos.
Donde ordeñan las ubres de la vaca hasta vaciarlas por
completo y siguen apretando por si queda alguna gota… para
usar el producto como le salgan de los cojones sin mirar al
futuro cuando no tengan con qué agarrarlos.
Donde muchos quieren vivir por la cara despreciando, con
ello, el trabajo de otros.
No todo puede ser negativo, que no lo es, y existen
conceptos positivos, tantos como se puede encontrar en
cualquier otra ciudad.
A pesar de todo, el reencuentro con viejos amigos y antiguos
compañeros de cole y fútbol me llena de alegría así como el
haber conocido a personas de indudable valor, tanto entre
los políticos como entre los ciudadanos, de los que me llevo
un grato recuerdo.
En fin, este artículo tan avinagrado supone mi despedida
física de la ciudad, que no de mi contacto diario a través
de “El Pueblo de Ceuta”, y ello significa que ya no estoy
con Vds., estimados, hipotéticos y amables lectores, Tengo
por delante cuatro años laborales que no me los quitan de
encima hasta mi jubilación total. Entonces tal vez vuelva a
Ceuta y decida quedarme hasta el fin de mis días… pero uno
propone y la familia dispone ¿Verdad?
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