Primero, distingamos para el caso
que nos ocupa dos zonas: Marruecos por un lado y el resto
del Maghreb por otro. Hagamos después una observación: la
del reino de Idris I en Fez (788-791) sin fronteras precisas
y coetáneo del resto que, por sus particularidades y no
estar vinculado en absoluto al jariyismo (aunque sí a la
otra corriente no ortodoxa del Islam, el shiísmo),
presentaremos con cierto detalle más adelante.
En el actual Marruecos destacaron, además de los citados
ayer, un emirato ortodoxo, el del Nekor (pegado a Alhucemas)
y el reino “hereje” de los Barwata. El emirato del Nekor
(809-917) fue fundado por un noble árabe, Salih Ben Mansur,
que había luchado contra los jariyitas siendo reconocido por
los Omeyas de Córdoba, quienes le dispensaron su protección
englobando en su momento parte de la región del norte bajo
su zona de influencia, además de las aguas del Estrecho.
Este detalle cobra importancia en esta historia compartida
en ambas riberas del Mediterráneo occidental, pues salvo
bajo las dinastías bereberes de Almorávides y Almohades
(unos ciento sesenta años), buena parte de el norte marroquí
estuvo bajo el control o la administración (Ceuta como
“llave” y “defensa avanzada” obviamente) de un poder
político peninsular (cristiano o musulmán), como
acertadamente demuestra el militar e historiador Salvador
Fontenla. En cuanto al Reino Barwata, rama de las tribus
Masmuda y situado en la planicie atlántica al sur del Sebú,
fue fundado por Salih Ben Tarif hacia el 744, quien abordó
en el plano religioso un verdadero sincretismo religioso y
popular en el que junto al Islam pervivían elementos
doctrinales judeocristianos, declarándose profeta y creando
un “Corán” en bereber. El Reino Barwata fue conquistado y
destruido por el fundamentalismo almorávide después de 1062,
no sin antes mantener en el siglo X (reconoce Abdallah
Laroui) “relaciones con el Califato Omeya”; Laroui atisba
una base doctrinal cristiana en la religión barwata tamizada
por la ideología shií (¿influencia del Reino Idrisi?) y, en
todo caso, una “alteración de las prescripciones coránicas”,
berberizándolas, preguntándose finalmente y no sin
intención: “¿Por qué este Islam berberizado no se ha
extendido al norte ni al sur, cuando ningún obstáculo lo
impedía?”.
“La Historia no registra casi ningún conflicto entre estos
reinos, que a veces ni siquiera llegaron a tener contactos
directos entre sí permaneciendo separados por cabilas
independientes”, señala Azzuz Hakim, mientras que para
Terrasse “Limitaron su esfuerzo a someter y a mantener el
orden en las tribus de su zona normal de acción, a islamizar
y a dotar de un mínimo de organización a estos estados
aglomerados recientemente bajo el signo del Islam ortodoxo o
herético”. Este sincretismo religioso y la paz gozada por
estos pequeños reinos hasta los siglos IX y X, afirma Azzuz
Hakim, “permitió que el Maghreb creara y consolidara las
formas de su nueva vida musulmana, por haber llegado a ser
cada uno de esos estados un activo foco de islamización bajo
doctrinas diversas, pero con formas bastante semejantes de
un Islam bereber”. Advirtamos finalmente que la
historiografía marroquí (Touhami y otros) suele ignorar la
existencia de éstos reinos, centrándose en el Reino Idrisi.
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