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OPINIÓN - SÁBADO, 23 DE AGOSTO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

23. Jariyismo y substrato étnico bereber
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Conviene tener claro el vuelco estratégico dado en el Maghreb por el substrato étnico beréber (o amazigh), que asume como propia su identidad islámica adaptándola a sus usos y costumbres mientras, a la vez, se rebela a los “padres espirituales” (los árabes) en nombre de su nueva religión adquirida. El mismo Jawad Touhami reconoce: “Se ha querido ver en esta revuelta la manifestación de un antagonismo racial o nacional. Sin llegar justo allí, es cierto que los Bereberes que soportaron con impaciencia la autoridad de la lejana Bizancio no se acomodaron a ésta de Damasco, la capital Omeya, sobre todo cuando los Califas imitan la opresión fiscal de los emperadores griegos”. Laroui por su lado, estima que “La tendencia general de las luchas jariyitas puede resumirse en dos puntos: rechazo de un estado de explotación sobre el modelo bizantino e imposibilidad de construir un contra-Estado sobre la base de un desarrollo orgánico de las instituciones ya existentes”. Con todo, el citado Maisara (que sin duda era más que un simple aguador) antes de caer asesinado por los suyos se proclama en Tánger “Amir Al Mouminin” (Príncipe de los Creyentes), introduciendo desde entonces en Marruecos esta distinción política-religiosa que en varios momentos de su historia compitió con la figura del califa; de hecho y en el transcurso de la rebelión, tras la “Batalla de los Nobles” un segundo encuentro a orillas del Sebú acabó definitivamente con la autoridad califal en Marruecos.

Reviste especial interés relacionar la revuelta en el Maghreb con otras disidencias jariyís en el resto del mundo islámico, sobre todo en Oriente Medio: ¿casualidad fruto del azar?; ¿resultado de la planificación y una activa propaganda?. No lo sabemos. Si bien autores como Gautier han sostenido que los adeptos al jariyismo se encontraban entre las masas menos urbanizadas del imperio omeya y en el Maghreb “era zenata, es decir nómada destructor”, al igual que en la herejía calvinista dentro del cristianismo (con la que hay más de una semejanza) las ciudades fueron también importantes focos de rebelión. Si Laroui presenta un punto de vista árabe, otros autores como G Camps parten de exposiciones filobereberes rechazando tesis al uso y esforzándose en buscar un hilo de continuidad desde el primer siglo antes de la Era Común hasta prácticamente el siglo IX, durante los que la población amazigh habría ido sacudiéndose (o adaptándose) la penetración de pueblos invasores intentando reconstituir los antiguos reinos bereberes de la época preromana. Terrasse no duda en afirmar que “(…) el Jariyismo ha decidido la historia política del Occidente musulmán”, a caballo obviamente (añadamos) de la población bereber autóctona.

Solo en Marruecos e incluso durante el desarrollo de la dinastía xerifiana Idrisi en Fez, vieron la luz varios pequeños reinos no forzosamente jariyíes, pero sí desvinculados de los califas omeyas y abasíes: desde los Barguata en la costa atlántica al sur del Sebú, entre Salé y Azemmour, al emirato del Nekor en la costa rifeña junto a la actual Alhucemas, el del profeta Hamïm en la zona de Gomara (¿por Oued Laou?) y, finalmente, el emirato (hasta 931) de la familia bereber de los Beni Isäm en Ceuta (Blida). En el resto del Maghreb ven la luz los reinos jariyíes de Tahart, Tremecén y Sihilmasa.
 

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