Se ha puesto de moda la pasarela
de carteles en lugares de tránsito como pueden ser los
aeropuertos, o estaciones de autobús y tren. Para mí que se
reproducen como estrellas en la noche para que pongamos los
sentidos alfabetarios a traducir la multiculturalidad de
emisores. Por cierto, algunos son tan repetitivos que llega
un punto en que te aburres de ellos. Otros, sin embargo, son
tan gráficos que te ponen el iris en movimiento. A mí me
sucedió con éste: Acércate a las drogas en el extranjero y
cualquier país del mundo será tu prisión. Fue todo un
hallazgo. Lleva la firma del Ministerio de Sanidad y
Consumo. En el reverso de unas postales también figuran unos
recetarios consejos: No compres, consumas, ni trafiques con
drogas en el extranjero. Si sales de nuestro país, evita
cualquier contacto con las drogas, puede ser el inicio de un
viaje sin fecha de retorno. No hagas caso de falsas
informaciones según las cuales otros países son más
permisivos que España en el tráfico o consumo de drogas. No
aceptes hacerte cargo de equipajes u objetos cuyo contenido
desconozcas. En caso de detención comunícate lo antes
posible con el Consulado de España o de cualquier país de la
Unión Europea.
La verdad que este tipo de cartelería en principio se
agradece; primero, porque te pone en preaviso y, segundo,
porque es una llamada a la responsabilidad. Al parecer, la
cifra de españoles encarcelados fuera del país, tras haber
sido detenidos por posesión o tráfico de drogas o
simplemente por estar envueltos en alguna redada, se está
disparando. Ya no podemos afirmar que haya unos países
productores y otros consumidores. Esto también se ha
globalizado. Todos los países producen y todos consumen;
especialmente ahora con las drogas sintéticas. Están bien
los carteles y demás trípticos al uso, pero se precisa algo
más, por ejemplo un sistema regeneracionista de educación
globalizada, donde se aprenda y se cultive la reflexión
sobre sí mismo, a saber discernir entre bienestar y
felicidad, a descubrir el valor de la vida, a afrontar la
vida y sus dificultades, saber elegir y saber decir “no”
cuando sea necesario, aprender a respetar las leyes. Saber
ejercitar la voluntad, respetar el propio derecho de no
matarse a sí mismo. Aprender a vivir, en suma, por sí, para
sí y para los demás. Se trata de llevar a buen término un
esfuerzo reeducativo complejo, obviando fronteras, y como
tal debe ser resultado de un esfuerzo conjunto de todo el
mundo para sus moradores. Familia, los que la tengan porque
ya hay muchos que no la tienen, educadores, Estado e
Instituciones, Organismos internaciones, medios de
comunicación, etc., la sociedad toda ella, en suma, ha de
sentirse implicada en este impulso colectivo.
Lo de acércate a las drogas en el extranjero y cualquier
país del mundo será tu prisión, debiera sugerir además otras
vías, como la prevención y recuperación para el que ya está
enganchado a esta endemoniada y mortecina ola. Considero
fundamental combatir la organización mercantil y financiera
internacional de la droga; sobre todo, porque pienso que hay
que formar un frente compacto que se empeñe en denunciar y
perseguir legalmente a los traficantes de muerte. Eso es lo
que son. Es más, veo con buenos ojos que salgan a la luz los
intereses de quien especula en este mercado. Pero,
igualmente, considero que debemos regenerar valores humanos
perdidos, el del amor a la vida por ejemplo. Nos toca a
todos, más si cabe a los Organismos e Instituciones,
empeñarse en una política persistente y seria, dirigida a
subsanar situaciones de desajuste personal y social, entre
las que sobresalen la crisis de la familia, el desempleo
juvenil, la falta de servicios socio-sanitarios sobre todo
en verano, las deficiencias del sistema escolar, etc. En
cuanto a la recuperación, pienso que también es necesario
conocer al individuo que se droga e intentar comprender su
mundo interior, llevarlo al descubrimiento o
redescubrimiento de su propia dignidad y ayudarlo a salir de
esa absurda prisión que son las adicciones, antes que la
droga lo sepulte. Todos tenemos derecho a una segunda
oportunidad. Quedarse, pues, en un mero injerto de miedo
social, cuando la mayor cárcel es la droga, tampoco me
parece del todo efectivo (ni afectivo). En todo caso, un
ciudadano lo que tiene que tener siempre en mente es el
nivel de la dignidad, muy por encima, desde luego, del nivel
del miedo.
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