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sociedad - SÁBADO, 23 DE AGOSTO DE 2008


Una socorrista vigila. m.z.

REPORTAJE / Playa
 

El mar, la arena y la voluntad
derivan en la Cruz Roja

Los socorristas de esta institución forman parte del entramado de la playa durante todos los días del verano; para llegar a cumplir esta función necesitan superar varias pruebas físicas y teóricas, además de haber cursado primeros auxilios y, por supuesto, tener una virtud fundamental, servir a los demás

CEUTA
Luis Parodi

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Cuando una familia baja por las escaleras de acceso a la playa y ve las cruces rojas sobre fondo blanco se siente una tranquilidad que no tiene precio, sobre todo por los niños. Después de eso, las cruces rojas quedan relegadas al subconsciente y nadie se preocupa de ellas hasta que, Dios no lo quiera, suceda algo extraordinario. Pero las cruces rojas son los distintivos de unas personas que están adiestradas para salvar; gente, en la mayoría de los casos, con un espíritu voluntario que les obliga a matar el gusanillo de la responsabilidad en un área con arena, mar y roca; siempre los tres elementos al arbitrio de la naturaleza. “Cada mañana hay que hacer una inspección del terreno, ver en qué estado se encuentra la playa, cuál es el estado del mar”, explica Bilal Mohamed, y, en función de eso, se prepararan para una jornada de sobresalto o de pausa.

A continuación, les corresponde izar la bandera: verde, amarilla o roja, según el temperamento del agua en ese día concreto. “Cuando colocamos la amarilla advertimos a la gente de que hay que ser precavido; si ponemos la roja, les estamos diciendo que no tenemos por qué acudir a un rescate en caso de que se produzca una anomalía dentro del agua”. Esas son las reglas del juego, “aunque siempre acudimos al rescate”, añade Mirfat Ahmed.

Tanto Bilal como Mirfat son los dos voluntarios más veteranos de la playa de la Ribera, con ocho y cinco años a la espalda cada uno, haciendo labores de vigilancia cada verano. En este puesto hay además otras tres personas más en cada turno. Su situación dentro del recinto de baño es estratégica. En la torre hay una persona de manera permanente, con unos anteojos constantemente avizor, por si existiera cualquier percance. La caseta está vigilada por otro compañero; dos más hacen la patrulla, que consiste en recorrer a pie la orilla; mientras otra persona se mantiene cerca de la torre de vigilancia, pero a ras de suelo.

La jornada de estos jóvenes se incia a las 11.00 horas oficialmente. Media hora antes, entrar en el agua para hacer unos largos y entrenar los músculos por precaución y para mantener el físico. Nunca se sabe. Los trabajos concluyen a las 19.00 horas, justo cuando finaliza el servicio de playa y realizan el parte de las incidencias. En la mayoría de las ocasiones estos partes se rellenan con cuatro datos, pero otras veces surgen imprevistos. La semana pasada, un esquizofrénico tuvo en vilo a estos sanitarios de la Cruz Roja durante todo el día, cuando se precipitó desde la carretera hasta el foso para llamar la atención y en actitud revanchista después de que le hubieran llamado la atención por estar nadando fuera del perímetro delimitado por la red antimedusas. A las horas, volvió a simular un desmayo en la playa del Chorrillo. Pero, “desgraciadamente, hay otras personas que no padecen de esquizofrenia y que también se tiran hacia el foso cada tarde, o que cruzan a nado desde la Ribera al Chorrillo, cuando el foso está destinado únicamente al paso de embarcaciones y, muchas veces pasan a más velocidad de lo permitida”, advierte Mirfat. “Algún día pasará algo. Me gustaría recalcar esto, porque las personas no se dan cuenta de la responsabilidad que tienen al hacer estas cosas”.

Por el momento, no ha sucedido nada, aunque la caseta de estos socorristas está perfectamente adecuada para cualquier intervención que fuera necesaria hacer. Una camilla preside el habitáculo, al que le rodean todos los apósitos imprescindibles, desde una manta térmica, capaz de dar calor y frío, hasta ‘betadine’ u otros elementos que palian problemas de primera necesidad.

Mirfat dice que este año ha sido muy bajo el número de picaduras de medusas que se han registrado en el agua, aunque, por si acaso, siempre hay un espray para aplicar en caso de que se produzca la tan temida picadura. Las avispas, por contra, sí han dado más la lata durante estos meses, pero siempre ha habido un remedio. Para casos mayores la Cruz Roja dispone de una dotación formada por lanchas, una en cada bahía, y una ambulancia.

Estos jóvenes son capaces de atender primeros auxilios con una alta cualificación, gracias a los cursos y la preparación que poseen. Antes de ingresar en el cuerpo es preciso pasar por un par de fases. La primera de ellas consiste en un examen físico y teórico. Para superar el examen físico, es necesario nadar 200 metros en tres minutos o hacer 25 metros de escalada. Posteriormente se entra en un curso preparatorio intensivo, donde se nada más de un kilómetro al día; se simulan rescates, tanto apoyados en Dispositivos Flotante de Rescate (DFR y conocido como lata de rescate) como sin ellos; enseñan a zafarse de una persona que se engancha al socorrista dentro del agua... Previamente, se pide obligatoriamente un curso de primeros auxilios.

Tanto Mirfat como Bilal no eluden la responsabilidad que conlleva ser socorrista. “Todo lo que pase dentro del agua es responsabilidad nuestra”, afirma Bilal. “Si sucede algo, ya sería un juez quien determinara si ha sido una negligencia por nuestra parte o si ha sido una irresponsabilidad del bañista”, añade. Ellos dos cobran por su trabajo, aunque hay otros que solamente funcionan recibiendo a cambio una dieta, ya que pueden darse de barja en cualquier momento, no están contratados. Pero esos contratos, más allá de una remuneración económica, ofrecen una remuneración sentimental, y es que más allá de un grupo de trabajo, estos componentes forman una familia. Para conseguir esta estabilidad es imprescindible que haya un reparto de tareas y que todos tengan en cuenta cuáles son las normas incorruptibles. “Nosotros tenemos que estar muy pendientes de los usuarios de riesgo y tenemos que controlar que nadie se nos pueda ahogar”, comenta Mirfat, aunque este colectivo es el más propicio a sufrir algún imprevisto. Se trata de aquellas personas que entran al agua con ropa, ya que pueden sufrir algún enredo; de los niños, tengan o no flotador; de los ancianos y personas con poca movilidad; y, por último, de las personas que se bañan estando ebrios.

Los niños suponen un grupo de riesgo continuo, ya que a veces, algún descuido puede provocar que se pierdan. Las pulseras, un invento traido este año consiguen que los socorristas puedan dar con los familiares del niño accidentado lo más pronto posible, si no, existen otros métodos para encontrar a los padres.

La gran familia de los socorristas acaba trasladándose a toda la playa. “Hay señores que nos saludan a diarios, niños que te sonríen cuando les has curado... ver a la misma gente cada día en la playa supone una satisfacción”, señala Mirfat. Seguramente, estas alegrías sean la recompensa a la vocación de estos jóvenes, que se mantienen operativos todo el año, de cualquier manera. “Al final, tú te haces a la gente y la gente se hace a ti”, agrega Mirfat. “Tiene sus pros y sus contras, porque a veces se te hace monótono estar todo el día en la playa, pero es muy gratificante velar por la seguridad y el cariño de transmiten las personas.
 

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