El Jariyismo, una de las tres
corrientes del Islam junto al Sunnismo y Shiísmo, está
trágicamente vinculado a la naciente historia de esta
religión tras la batalla y arbitraje de Seffin, junto al
Éufrates (julio de 657). Movimiento rigorista y purista
(“Los que salen al campo y se rebelan”), prendió rápidamente
en el Maghreb dentro de la sociedad bereber como reacción al
colonialismo árabe pero, es preciso matizar, sin apostatar
del Islam recientemente adquirido al que dio un contenido
autóctono que aun perdura. Los jariyitas pretendían retomar
la pureza tradicional del Islam, su sentido de igualdad,
alzándose cuando el nuevo “wali” de Tánger nombrado por los
califas Omeyas de Damasco (734) les exige un impuesto
personal como a los no musulmanes y una cuota de esclavos.
El jariyismo (que ya había prendido en Ifriquiya en el 720
con el asesinato del gobernador Al-Lazid Ibn Muslim) rebrota
en Marruecos precisamente en la histórica capital Tingis
(Tánger) entre el substrato indígena recientemente
islamizado, liderando un aguador de nombre Maisara Al-Magdari
a los insurgentes beréberes que derrotan a la flor y nata de
las tropas árabes en la llamada “Batalla de los Nobles”
(740) tras liquidar al gobernador de la plaza, Omar Al-Muradi,
rechazando incluso contingentes venidos rápidamente de
España para sofocar la rebelión; efectivos de caballería
sirios de guarnición en Ifriquiya al mando de Bal´y, galopan
a refugiarse a Ceuta, de donde son rescatados y embarcados
para España (Al-Andalus). Todo el Maghreb se enciende tras
esta victoria dando lugar a varios reinos o emiratos salvo
en Kairuán (Ifriquiya, Túnez), donde un hijo de Oqba (el
primer conquistador árabe) funda un pequeño reino árabe, que
se extingue tras el asesinato de su hijo y heredero
Abderrahmán. Los árabes son expulsados por un tiempo de
África del Norte, hasta que el nuevo Califato Abasida
llegado al poder tras la masacre de la familia de los Omeyas
(750) contraataca e inicia la reconquista.
Herejía para el Islam tradicional, el jariyismo amazigh
libera el Maghreb de influencias orientales desarrollando un
prístino islamismo autóctono, que acaba (otra constante
histórica, la eterna preocupación: el frágil equilibrio
entre un gobierno central y la independencia tribal)
naufragando en luchas intestinas facilitando la vuelta de
los árabes, si bien en parte del Marruecos histórico quien
toma el testigo es la corriente shií representada, como
veremos, por la dinastía Idrisi. La doctrina jariyita y su
radical afirmación (en el fondo la división en el Islam tras
la muerte de Mahoma fue mas política que religiosa) de que
los califas deberían ser elegidos popularmente por la “Umma”
o comunidad musulmana (en contra del legitimismo shií y la
ortodoxia sunní) entroncaba como anillo al dedo con los
criterios enraizados en la sociedad amazigh, como ya
advirtió Terrase: “La historia y las tendencias del
Jariyismo muestran por qué los bereberes escogieron
sublevarse en su nombre”. La rebelión jariyí tuvo varias
consecuencias: la creación de reinos bereberes, la
desmembración del Califato Abasí, la “magrebización”
definitiva de Marruecos primero bajo el shiísmo de los
Idrisíes y finalmente la fundación en Al-Andalus, tras un
Emirato independiente, del brillante Califato Omeya de
Córdoba.
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