Whitman, el padre de la criatura
“hojas de hierba” conoció a un profeta que iba más allá de
los matices y de los objetos del mundo, del campo del arte y
de la ciencia, del placer, de los sentidos, para espigar
imágenes que es lo más eficaz del lenguaje. Con justicia el
pueblo dice que una imagen vale más que mil palabras. El
mundo, todo el mundo es una fábrica de imágenes que proyecta
a la vida. He aquí que tú o yo, -prosigue el antedicho y el
más grande de los poetas norteamericanos-, o la mujer,
hombre o estado, conocidos o desconocidos, parece que
construimos sólidas riquezas, fuerza, belleza, pero
realmente construimos imágenes. Un amigo es una imagen de
nosotros mismos. El tiempo es una imagen temporal de lo
eterno. El espacio es una imagen inventada por la soledad.
Las palabras son el reflejo de los sentimientos. Nuestra
misma manera de actuar es un espejo que nos retrata. Todo es
figura de un objeto por la combinación de los rayos de luz
que proceden de él, representación viva y eficaz de una
intuición o visión poética por medio de signos, semejanza y
apariencia de algo.
Vivimos rodeados de imágenes. Los poetas y artistas que
suelen tener una visión clarividente, que va más allá de la
cotidianidad, son esponjas de metáforas y símiles. Me quedo
con sus descriptivas letras. Como decía Dámaso Alonso, el
objeto del poema no puede ser la expresión de la realidad
inmediata y superficial, sino de la realidad iluminada por
la claridad fervorosa de la poesía: realidad profunda,
oculta normalmente en la vida, no intuible, sino por medio
de la facultad poética y no expresable por nuestro
pensamiento lógico.
Cuando el poema ya está creado, su virtualidad consiste en
producir en el lector una conmoción de elementos de
conciencia profunda igual o semejante a la que fue el punto
de partida de la creación, hacer que el ser humano se
abstraiga un momento del estrés diario, hacerle comprender
bellamente el mundo, comprenderse a si mismo y comprenderlo
todo.
En esa permanente y persistente producción de imágenes que
es vivir, cuando la persona olvida el valor ético y la valía
estética, hace oídos sordos al poeta del alma que todos
llevamos dentro, sus egoístas actuaciones brotan estampas
verdaderamente escalofriantes. Tantas veces la crueldad y la
violencia, violaciones y torturas, se transforman en motivo
de divertimento, que hemos hecho de la efigie del mundo un
problema. Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego, dijo
Gandhi. Resistir hoy a las tentaciones del egoísmo, del
placer, de la desesperanza, de la nada, del odio, exige
ideas claras y horizontes firmes, para fomentar imágenes de
entendimiento. Frente a un aluvión de despropósitos que nos
desborda, nos queda la esperanza de otra gente dispuesta a
reconstruir otras imágenes de vida, que no de muerte, como
ese entusiasta equipo de especialistas del Comité Asesor de
Derechos Humanos dispuesto a preparar un borrador de
declaración sobre educación y capacitación en derechos
humanos. Ellos son el árbol de la luz, la arboleda que
necesita el paisaje humano, la imagen que hoy precisa darse
en la tierra.
Los injertos de odio, tan impresos en las imágenes del mundo
actual, lo que pone de manifiesto es que todavía la alianza
de civilizaciones es puro espejismo. En la lucha entre el
bien y el mal, entre el amor y el enfermizo desamor, pueden
influir poderosamente las convicciones ideológicas. Todos
hemos sido testigos de cómo grupos ideológicos, tratando de
reaccionar ante frustraciones sociales y prometiendo vías de
liberación, desencadenan a veces conflictos desmesurados que
al fin producen sólo mayores angustias. A mi juicio, grave
es la responsabilidad de las ideologías que lanzan iconos
seductores, esculturas sugestivas, ídolos cautivadores,
símbolos provocativos, donde el rencor y el resentimiento
son primer plano de la imagen. Se hace necesario, pues, un
auténtico y regeneracionista cambio en la construcción de
imágenes, o sea en la construcción de nuestra propia vida,
de nuestro propio hábitat. Nosotros, -ya lo dije
anteriormente,- somos la fábrica de imágenes y, como tales,
hemos de propiciar otras poéticas capaces de superar las
brechas que se vienen abriendo entre mundos y poderes, entre
países y pueblos, entre etnias, religiones y culturas.
El mundo – en palabras de León Felipe- es algo que funciona
como el piano mecánico de un bar. Se ha acabado la cuerda,
se ha parado la máquina. Todo buen combustible es material
poético excelente. Para regresar al verso hay que cambiar
modos y maneras de vivir. La conservación del medio
ambiente, la promoción del desarrollo sostenible y la
atención particular al cambio climático son cuestiones de
las que todos hablamos, pero que hasta ahora hacemos bien
poco. Sin embargo, lo que si cuidamos es nuestra imagen. Es
algo que está de moda. Para poder tener éxito, aunque sea
pasajero, necesitamos ganar puntos a los ojos de los demás.
Lo solemos hacer, aunque sea vendiendo nuestro propio cuerpo
o hipotecando nuestra propia vida.
Deseamos ser bien acogidos. Pero, a menudo, se infiltra en
nuestra imagen el endiosamiento, el afán de dominio, los
personalismos y el sentirse señor imprescindible, En
realidad, centrar la vida en nosotros mismos, como imagen
perfecta, es una trampa mortal. Algo muy del momento
presente. Así pues, entre toda la producción iconográfica
engendrada por la fábrica humana y también creada por ley de
vida, me quedo con la imagen del poeta sensible a todo
humano y con las imágenes poéticas del agua que, hasta de
las piedras, hace brotar el musgo.
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