Señoría: Permítame que le hable de un niño ya que, cuando
pueda hablarle él, habrá pasado su infancia y será demasiado
tarde. Se llama Mario y tiene 6 años. Usted no le conoce.
Sin embargo, le acaba de condenar.
Usted le ha condenado a no poder compartir ninguna noche con
su padre mientras dure su infancia, a excepción de las
noches de sus vacaciones como si, en período escolar, un
niño no necesitase la presencia de su padre.
Seguramente usted, Señoría, también ha sido víctima de la
trampa, de la inercia, de los expedientes que le sobrepasan…
pero Mario no tiene la culpa y su padre, tampoco.
¿Sabe usted de la heroicidad de este hombre en lucha por
poder ser simplemente lo que es: padre? ¿Sabe de su trabajo
a favor de los derechos de todos los niños mientras ve como
dejan al suyo sin el derecho a disfrutar de su compañía?
Porque Mario quiere a su padre, Señoría, tanto como a su
madre.
¿Tan difícil es eso de entender? ¿Tiene usted hijos,
Señoría? ¿Tiene usted padre? Yo tengo un padre maravilloso,
tan buen padre como buena madre es la mía. Para mi, la
mejor.
Ella nunca hubiera permitido que el odio o la frustración
fuesen más fuertes que el amor por mi y por mis hermanas.
Nunca hubiese permitido que alejasen a mi padre de nuestras
vidas aunque se lo hubiese puesto tan fácil para hacerlo el
sistema judicial español. Mi madre me enseñó a ser justa, a
valerme por mi misma y a no depender de nadie y, lo más
importante, me enseño a valorar, por encima de todas las
cosas, el amor. Mi marido y yo, antes de nuestra boda,
firmamos capitulaciones matrimoniales acordando una custodia
compartida de los hijos en caso de que algún día se
separasen nuestros caminos porque el bienestar de los hijos,
Señoría, se ha de decidir cuando el amor ilumina el corazón
y el pensamiento y no cuando los oscurecen intereses
mezquinos y negros sentimientos.
Lo más grave es que, cuando son los intereses mezquinos los
que guían las actuaciones en los procesos de separación,
ustedes apoyan esos intereses y los derechos de los niños a
seguir disfrutando de las dos personas que les llamaron a la
vida, quedan diluídos y olvidados. Ustedes colaboran a
eliminar de sus vidas la figura paterna porque un padre, por
mucho que quieran justificar ustedes sus decisiones, no es
un “visitador”.
Ustedes matan al padre y, con eso, les rompen el corazón a
los hijos. Como son corazones pequeños y se rompen sin
ruido, eso no parece importar demasiado ¿verdad, Señoría?
Cuando leo esas sentencias de divorcio en que se intenta
defender que lo mejor para los niños es alejarlos de sus
padres, siempre pienso en todo lo que le habría faltado a mi
vida si hubiesen alejado a mi padre de mi. A veces le miro y
me pregunto cuánto tiempo más podré disfrutar de su
compañía, de esa presencia entrañable y ahora ya
desmemoriada que, en otro tiempo, me llevaba de la mano
saltando por las calles y haciéndome reir.
Algunas mañanas, me despertaba entre risas y saltos porque
él me sacaba del sueño con cosquillas. ¿Por qué Mario no
puede tener un despertar así?
Mi madre me enseñó a crecer cantando, me contaba los cuentos
más maravillosos y me enseñaba a rezar. Ninguno de los dos
intentó nunca substituir al otro ni pretendió que una
presencia fuese más importante que la otra, ni intentó
monopolizar mi corazón. No perdonaría a la vida ni un solo
instante que me hubiesen robado de esa infancia en la que
nadie me pidió que rompiera mi corazón en dos y tirara al
basurero del olvido una de sus mitades. Porque eso, Señoría,
es lo que están haciendo ustedes con muchas de sus
sentencias.
Tengo 44 años, Señoría, mi padre tiene 79 y su presencia
sigue siendo esencial para mi. Yo nunca hubiera perdonado a
nadie que me hubieran alejado de él durante una parte de mi
vida.
A veces me pregunto qué clase de padres han tenido todas
estas personas que valoran tan poco a los padres de los
demás, a los padres de sus propios hijos.
El padre del que le hablo yo hoy, el padre de Mario, tiene
nombre y rostro, aunque usted seguramente se ha parado poco
a mirarle. Se llama Juan Carlos y tiene también una vida que
ustedes se han empeñado en romper y mucho que dar a su hijo.
Este hombre quiere poder hacer con su hijo lo mismo que su
padre hizo con él: acompañarle en su crecimiento y darle su
amor siempre que lo necesite y Mario lo necesita mucho más
de lo que les otorga ese régimen de visitas al que se
encuentran sometidos, como si fuesen presos de una cárcel
absurda a la que han llegado sin saber dónde estuvo su
culpa. ¿Amar a un hijo es ahora motivo para que el sistema
judicial te de la espalda? ¿Y sabe usted como ama este
hombre? ¿Sabe usted de los kilómetros recorridos en los
últimos 6 años para estar junto a su hijo?
Semana tras semana, de León a Madrid y de Madrid a León… Se
dice pronto, Señoría y se lee todavía más rápido cuando se
tiene prisa ¿verdad? Sin embargo, se recorren lentamente,
muy lentamente porque, además, la situación económica en la
que queda un padre divorciado en España, no permite tener
coches que alcancen grandes velocidades. Así que las
carreteras se hacen largas y cansadas… pero no importa: de
León a Madrid, la esperanza de ver a Mario, de abrazarle, de
escuchar sus historias, de sentir sus caricias… hacen que
Madrid se sienta más cerca; de Madrid a León, la compañía de
las últimas horas compartidas convertidas ya en recuerdo
hacen más cálido el regreso y alimentarán las horas hasta el
próximo encuentro.
Este hombre es un buen padre, Señoría. Yo le he visto con
Mario, he visto cómo le mira su hijo, cómo camina cogido de
su mano, cómo atiende a su voz, cómo le sonríe…
He visto también los caballos que cría para que Mario crezca
en contacto con la naturaleza, para que pueda tener una
infancia tan hermosa como lo fue la suya, aprendiendo de los
animales lo que a veces no se aprende de las personas. ¿Sabe
el tiempo que dedica a cuidar todos los detalles soñando en
cuando llegue Mario y disfrute de esos potrillos de los que
no se quiere separar? Yo he visto las viejas cosas que
pertenecieron a su padre y que él repara con esmero para
poder disfrutarlas con su hijo.
Toda la vida de este hombre gira en torno a Mario. Sus
sueños, su trabajo, su lucha… todo. Es un buen padre, como
también fue un buen hijo. Yo le he escuchado hablar de su
padre, Señoría. No es un hombre que exprese sus emociones
con demasiadas palabras pero se le sale por los ojos, el
corazón. Deberían ustedes aprender a escuchar los ojos de
las personas… se darían cuenta de en cuántas mentiras han
basado sus sentencias y de a cuántos inocentes han condenado
por ser simplemente los que han amado más, los que han
querido herir menos.
Todo lo que este hombre sintió por su padre quiere que pueda
sentirlo su hijo porque, Señoría, como dijo Unamuno “Con
madera de recuerdos armamos esperanzas”
Si privan a los niños de la posibilidad de acumular
recuerdos ¿de qué van a alimentar su esperanza? Podrán tener
una única y hasta magnífica casa, eso que para ustedes es
tan importante después de un divorcio. Tendrán una casa y
medio corazón porque la otra mitad la habrán sacrificado
ustedes. Tendrán una madre que se lo quedó todo y un padre
que lo perdió también todo cuando le alejaron de él y
sufrirá al ver sufrir a su papá. ¿O cree usted que no sufren
los niños cuando les dejan sin padre? Y, cuando vayan
creciendo, no entenderán por qué permitieron ustedes que
todo eso sucediera y tendrán que saldar ellos la deuda
emocional que tendrán con el padre, aprender a perdonar de
una forma brutal para sus maltrechas emociones y digerir que
sus madres odiaron más que amaron, algo que ustedes nunca
debieron permitir y, mucho menos, secundar.
Algunos ya ven todo eso de pequeños, ya sienten las culpas
ajenas, ya perdonan como adultos lo que nunca debieron vivir
como niños. Se asombraría usted de lo que llegan a expresar
algunos niños cuando se sienten libres para hablar, cuando
saben que nadie va a juzgar sus palabras y, muchos menos,
sus sentimientos.
Y usted ha pretendido juzgar ahora si el espacio que Mario
comparte con su padre cuando este se desplaza a Madrid para
poder estar con él es tan “óptimo” como el de la madre.
¿Sólo les importa a ustedes el espacio físico? ¿De verdad es
que quieren ustedes ver tan poco? ¿Tan poca memoria tienen?
¿Olvidan tan rápido que, en la mayoría de los casos, han
sido ustedes mismos los que han condenado a los padres a
vivir con menos medios económicos que las madres? ¿Han
olvidado que esa mejor condición económica de las madres se
mantiene, en la mayoría de los casos, gracias a los padres
que, eso sí, para pagar, todo el mundo quiere que sigan
siendo padres? Para eso, Señoría, no hay régimen de visitas.
Para recibir dinero y patrimonio, cualquier momento es
bueno. Ustedes les están culpando de haberles dejado sin
poco más que su dignidad. Primero les expolian y después les
recriminan su escaso poder económico al que ustedes mismos
les han condenado y utilizan esa situación para quitarles
también a los hijos porque el hogar de la madre, según
ustedes, reúne mejores condiciones. ¿Se da usted cuenta de
la hipocresía y del absurdo?
Juan Carlos y Mario son padre e hijo y quieren estar juntos.
Deje crecer a Mario en paz, permítale seguir siendo niño. No
crecerá antes de tiempo porque viva en un espacio sin lujos:
así creció la mayoría de la generación anterior, así crecen
muchos niños felices.
Sí crecerá antes de tiempo si le alejan de las personas que
más ama porque tendrá que endurecer su corazón.
Por favor, Señoría, dejen a los niños vivir su infancia, no
permitan que ensucien su inocencia… déjenles ser niños,
libres en los sentimientos, amando a las dos personas que
les llamaron a la vida y sin tenerse que sentirse mal por
ninguno de los dos. Déjenles ser niños con un corazón
completo y sano. No les roben la mitad del corazón. Romper
un corazón inocente sí que debería estar castigado por la
ley.
Si ha llegado usted hasta aquí, en nombre de Mario, gracias.
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