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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE AGOSTO DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Carta a un juez

Por Pilar Morales, asociación de familias de padres separados y ayudas a familias separadas (APFS)


Señoría: Permítame que le hable de un niño ya que, cuando pueda hablarle él, habrá pasado su infancia y será demasiado tarde. Se llama Mario y tiene 6 años. Usted no le conoce. Sin embargo, le acaba de condenar.

Usted le ha condenado a no poder compartir ninguna noche con su padre mientras dure su infancia, a excepción de las noches de sus vacaciones como si, en período escolar, un niño no necesitase la presencia de su padre.

Seguramente usted, Señoría, también ha sido víctima de la trampa, de la inercia, de los expedientes que le sobrepasan… pero Mario no tiene la culpa y su padre, tampoco.

¿Sabe usted de la heroicidad de este hombre en lucha por poder ser simplemente lo que es: padre? ¿Sabe de su trabajo a favor de los derechos de todos los niños mientras ve como dejan al suyo sin el derecho a disfrutar de su compañía? Porque Mario quiere a su padre, Señoría, tanto como a su madre.

¿Tan difícil es eso de entender? ¿Tiene usted hijos, Señoría? ¿Tiene usted padre? Yo tengo un padre maravilloso, tan buen padre como buena madre es la mía. Para mi, la mejor.

Ella nunca hubiera permitido que el odio o la frustración fuesen más fuertes que el amor por mi y por mis hermanas. Nunca hubiese permitido que alejasen a mi padre de nuestras vidas aunque se lo hubiese puesto tan fácil para hacerlo el sistema judicial español. Mi madre me enseñó a ser justa, a valerme por mi misma y a no depender de nadie y, lo más importante, me enseño a valorar, por encima de todas las cosas, el amor. Mi marido y yo, antes de nuestra boda, firmamos capitulaciones matrimoniales acordando una custodia compartida de los hijos en caso de que algún día se separasen nuestros caminos porque el bienestar de los hijos, Señoría, se ha de decidir cuando el amor ilumina el corazón y el pensamiento y no cuando los oscurecen intereses mezquinos y negros sentimientos.

Lo más grave es que, cuando son los intereses mezquinos los que guían las actuaciones en los procesos de separación, ustedes apoyan esos intereses y los derechos de los niños a seguir disfrutando de las dos personas que les llamaron a la vida, quedan diluídos y olvidados. Ustedes colaboran a eliminar de sus vidas la figura paterna porque un padre, por mucho que quieran justificar ustedes sus decisiones, no es un “visitador”.

Ustedes matan al padre y, con eso, les rompen el corazón a los hijos. Como son corazones pequeños y se rompen sin ruido, eso no parece importar demasiado ¿verdad, Señoría?

Cuando leo esas sentencias de divorcio en que se intenta defender que lo mejor para los niños es alejarlos de sus padres, siempre pienso en todo lo que le habría faltado a mi vida si hubiesen alejado a mi padre de mi. A veces le miro y me pregunto cuánto tiempo más podré disfrutar de su compañía, de esa presencia entrañable y ahora ya desmemoriada que, en otro tiempo, me llevaba de la mano saltando por las calles y haciéndome reir.

Algunas mañanas, me despertaba entre risas y saltos porque él me sacaba del sueño con cosquillas. ¿Por qué Mario no puede tener un despertar así?

Mi madre me enseñó a crecer cantando, me contaba los cuentos más maravillosos y me enseñaba a rezar. Ninguno de los dos intentó nunca substituir al otro ni pretendió que una presencia fuese más importante que la otra, ni intentó monopolizar mi corazón. No perdonaría a la vida ni un solo instante que me hubiesen robado de esa infancia en la que nadie me pidió que rompiera mi corazón en dos y tirara al basurero del olvido una de sus mitades. Porque eso, Señoría, es lo que están haciendo ustedes con muchas de sus sentencias.

Tengo 44 años, Señoría, mi padre tiene 79 y su presencia sigue siendo esencial para mi. Yo nunca hubiera perdonado a nadie que me hubieran alejado de él durante una parte de mi vida.

A veces me pregunto qué clase de padres han tenido todas estas personas que valoran tan poco a los padres de los demás, a los padres de sus propios hijos.

El padre del que le hablo yo hoy, el padre de Mario, tiene nombre y rostro, aunque usted seguramente se ha parado poco a mirarle. Se llama Juan Carlos y tiene también una vida que ustedes se han empeñado en romper y mucho que dar a su hijo. Este hombre quiere poder hacer con su hijo lo mismo que su padre hizo con él: acompañarle en su crecimiento y darle su amor siempre que lo necesite y Mario lo necesita mucho más de lo que les otorga ese régimen de visitas al que se encuentran sometidos, como si fuesen presos de una cárcel absurda a la que han llegado sin saber dónde estuvo su culpa. ¿Amar a un hijo es ahora motivo para que el sistema judicial te de la espalda? ¿Y sabe usted como ama este hombre? ¿Sabe usted de los kilómetros recorridos en los últimos 6 años para estar junto a su hijo?

Semana tras semana, de León a Madrid y de Madrid a León… Se dice pronto, Señoría y se lee todavía más rápido cuando se tiene prisa ¿verdad? Sin embargo, se recorren lentamente, muy lentamente porque, además, la situación económica en la que queda un padre divorciado en España, no permite tener coches que alcancen grandes velocidades. Así que las carreteras se hacen largas y cansadas… pero no importa: de León a Madrid, la esperanza de ver a Mario, de abrazarle, de escuchar sus historias, de sentir sus caricias… hacen que Madrid se sienta más cerca; de Madrid a León, la compañía de las últimas horas compartidas convertidas ya en recuerdo hacen más cálido el regreso y alimentarán las horas hasta el próximo encuentro.

Este hombre es un buen padre, Señoría. Yo le he visto con Mario, he visto cómo le mira su hijo, cómo camina cogido de su mano, cómo atiende a su voz, cómo le sonríe…

He visto también los caballos que cría para que Mario crezca en contacto con la naturaleza, para que pueda tener una infancia tan hermosa como lo fue la suya, aprendiendo de los animales lo que a veces no se aprende de las personas. ¿Sabe el tiempo que dedica a cuidar todos los detalles soñando en cuando llegue Mario y disfrute de esos potrillos de los que no se quiere separar? Yo he visto las viejas cosas que pertenecieron a su padre y que él repara con esmero para poder disfrutarlas con su hijo.

Toda la vida de este hombre gira en torno a Mario. Sus sueños, su trabajo, su lucha… todo. Es un buen padre, como también fue un buen hijo. Yo le he escuchado hablar de su padre, Señoría. No es un hombre que exprese sus emociones con demasiadas palabras pero se le sale por los ojos, el corazón. Deberían ustedes aprender a escuchar los ojos de las personas… se darían cuenta de en cuántas mentiras han basado sus sentencias y de a cuántos inocentes han condenado por ser simplemente los que han amado más, los que han querido herir menos.

Todo lo que este hombre sintió por su padre quiere que pueda sentirlo su hijo porque, Señoría, como dijo Unamuno “Con madera de recuerdos armamos esperanzas”

Si privan a los niños de la posibilidad de acumular recuerdos ¿de qué van a alimentar su esperanza? Podrán tener una única y hasta magnífica casa, eso que para ustedes es tan importante después de un divorcio. Tendrán una casa y medio corazón porque la otra mitad la habrán sacrificado ustedes. Tendrán una madre que se lo quedó todo y un padre que lo perdió también todo cuando le alejaron de él y sufrirá al ver sufrir a su papá. ¿O cree usted que no sufren los niños cuando les dejan sin padre? Y, cuando vayan creciendo, no entenderán por qué permitieron ustedes que todo eso sucediera y tendrán que saldar ellos la deuda emocional que tendrán con el padre, aprender a perdonar de una forma brutal para sus maltrechas emociones y digerir que sus madres odiaron más que amaron, algo que ustedes nunca debieron permitir y, mucho menos, secundar.

Algunos ya ven todo eso de pequeños, ya sienten las culpas ajenas, ya perdonan como adultos lo que nunca debieron vivir como niños. Se asombraría usted de lo que llegan a expresar algunos niños cuando se sienten libres para hablar, cuando saben que nadie va a juzgar sus palabras y, muchos menos, sus sentimientos.

Y usted ha pretendido juzgar ahora si el espacio que Mario comparte con su padre cuando este se desplaza a Madrid para poder estar con él es tan “óptimo” como el de la madre. ¿Sólo les importa a ustedes el espacio físico? ¿De verdad es que quieren ustedes ver tan poco? ¿Tan poca memoria tienen? ¿Olvidan tan rápido que, en la mayoría de los casos, han sido ustedes mismos los que han condenado a los padres a vivir con menos medios económicos que las madres? ¿Han olvidado que esa mejor condición económica de las madres se mantiene, en la mayoría de los casos, gracias a los padres que, eso sí, para pagar, todo el mundo quiere que sigan siendo padres? Para eso, Señoría, no hay régimen de visitas.

Para recibir dinero y patrimonio, cualquier momento es bueno. Ustedes les están culpando de haberles dejado sin poco más que su dignidad. Primero les expolian y después les recriminan su escaso poder económico al que ustedes mismos les han condenado y utilizan esa situación para quitarles también a los hijos porque el hogar de la madre, según ustedes, reúne mejores condiciones. ¿Se da usted cuenta de la hipocresía y del absurdo?

Juan Carlos y Mario son padre e hijo y quieren estar juntos. Deje crecer a Mario en paz, permítale seguir siendo niño. No crecerá antes de tiempo porque viva en un espacio sin lujos: así creció la mayoría de la generación anterior, así crecen muchos niños felices.

Sí crecerá antes de tiempo si le alejan de las personas que más ama porque tendrá que endurecer su corazón.

Por favor, Señoría, dejen a los niños vivir su infancia, no permitan que ensucien su inocencia… déjenles ser niños, libres en los sentimientos, amando a las dos personas que les llamaron a la vida y sin tenerse que sentirse mal por ninguno de los dos. Déjenles ser niños con un corazón completo y sano. No les roben la mitad del corazón. Romper un corazón inocente sí que debería estar castigado por la ley.

Si ha llegado usted hasta aquí, en nombre de Mario, gracias.
 

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