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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE AGOSTO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

18. La invasión del Reino Visigodo de España (III)
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Enterado al fin del desembarco y de la derrota de un destacamento visigodo que acudió a su encuentro, el rey Rodrigo baja a marchas forzadas desde el norte peninsular, donde se encontraba peleando con los vascones. Tarik, quien según las crónicas árabes y adelantándose a Hernán Cortés quema sus naves para hacer imposible la retirada, avanza desde su cabeza de puente en la bahía de Algeciras después de recibir un refuerzo de otros cinco mil guerreros derrotando, pese a sus inferiores efectivos, al poderoso y entrenado ejército visigodo al oeste de Tarifa (¿orillas del Guadalete, Barbate, Laguna de La Janda…? ¡Qué más da!). En el fragor de la batalla y como concuerdan fuentes de ambos bandos en liza, los partidarios de Witiza (J.L. Martín) “abandonan al monarca y, con su defección, facilitan la victoria musulmana (…)”. Tras ésta y con la ayuda de los contingentes árabes de Musa, se asiste a un vertiginoso derrumbe del Reino Visigodo en tan solo ¡tres años!, pese a que algunas plazas como la antigua Emérita Augusta (Mérida) resisten heroicamente mientras que, por otro lado, el ala “witiziana” pacta prebendas y se reparte en parte el territorio con unos invasores llegados, en principio, como “aliados”. La entrada y salida del Islam en España (711-1492), es la historia de una doble ruptura de pactos inconclusos…

¿Cuál era la relación de fuerzas? J. Bosch evalúa durante todo el siglo VII una población global de 4 millones de hispanogodos frente a 350.000 bereberes y entre unos 40.000 a 50.000 árabes, cifras últimas que aun son rebajadas por P. Guichard. Para García de Cortázar, los contingentes islámicos antes de la entrada en liza del exiliado omeya Abderrahmán en el 756, serían los siguientes: 17.000 bereberes de Tarik en el 711; 18.000 árabes de Musa en el 712; 400 notables árabes venidos en el 716, de la mano del “wali” Al-Hurr, para organizar la administración; otra pequeña partida árabe, no cuantificada, con Al-Samh; reducidos efectivos bereberes entre el 720 y el 735; y, finalmente, 7.000 jinetes sirios al mando de Balch rescatados de Ceuta en el 741, donde galoparon a refugiarse tras ser arrinconados por los bereberes insurgentes del Maghreb tras la gran revuelta jariyí (el jariyismo es la tercera corriente islámica, junto al sunnismo y el shiísmo). Todo ello según este prestigioso historiador, “daría una cifra inferior a los 60.000 hombres para todo el periodo anterior a la venida de Abderrahmán I, lo que contrasta con los 4 millones de peninsulares”. ¿Encajaría bajo estos parámetros la atrevida tesis de Oyagüe, que niega la invasión y habla, por el contrario, de una conversión masiva…?.

¿Cómo pudo ocurrir este “milagro histórico”?, en palabras de Lévy-Provenzal?. La casuística es variada y profunda, multiforme: luchas intestinas por el poder (la monarquía visigoda no era en principio hereditaria), secesión de los vascones, opresión religiosa (catolicismo-arrianismo, cuestión judía…), junto a aspectos logísticos como la conservación de las antiguas calzadas romanas que facilitaron el desplazamiento de las tropas musulmanas. Y, cómo no, la hábil política de los invasores que, basándose en la pragmática referencia normativa existente en el Corán, articularon una mayor permisividad religiosa y unos flexibles pactos.
 

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