Enterado al fin del desembarco y
de la derrota de un destacamento visigodo que acudió a su
encuentro, el rey Rodrigo baja a marchas forzadas desde el
norte peninsular, donde se encontraba peleando con los
vascones. Tarik, quien según las crónicas árabes y
adelantándose a Hernán Cortés quema sus naves para hacer
imposible la retirada, avanza desde su cabeza de puente en
la bahía de Algeciras después de recibir un refuerzo de
otros cinco mil guerreros derrotando, pese a sus inferiores
efectivos, al poderoso y entrenado ejército visigodo al
oeste de Tarifa (¿orillas del Guadalete, Barbate, Laguna de
La Janda…? ¡Qué más da!). En el fragor de la batalla y como
concuerdan fuentes de ambos bandos en liza, los partidarios
de Witiza (J.L. Martín) “abandonan al monarca y, con su
defección, facilitan la victoria musulmana (…)”. Tras ésta y
con la ayuda de los contingentes árabes de Musa, se asiste a
un vertiginoso derrumbe del Reino Visigodo en tan solo ¡tres
años!, pese a que algunas plazas como la antigua Emérita
Augusta (Mérida) resisten heroicamente mientras que, por
otro lado, el ala “witiziana” pacta prebendas y se reparte
en parte el territorio con unos invasores llegados, en
principio, como “aliados”. La entrada y salida del Islam en
España (711-1492), es la historia de una doble ruptura de
pactos inconclusos…
¿Cuál era la relación de fuerzas? J. Bosch evalúa durante
todo el siglo VII una población global de 4 millones de
hispanogodos frente a 350.000 bereberes y entre unos 40.000
a 50.000 árabes, cifras últimas que aun son rebajadas por P.
Guichard. Para García de Cortázar, los contingentes
islámicos antes de la entrada en liza del exiliado omeya
Abderrahmán en el 756, serían los siguientes: 17.000
bereberes de Tarik en el 711; 18.000 árabes de Musa en el
712; 400 notables árabes venidos en el 716, de la mano del
“wali” Al-Hurr, para organizar la administración; otra
pequeña partida árabe, no cuantificada, con Al-Samh;
reducidos efectivos bereberes entre el 720 y el 735; y,
finalmente, 7.000 jinetes sirios al mando de Balch
rescatados de Ceuta en el 741, donde galoparon a refugiarse
tras ser arrinconados por los bereberes insurgentes del
Maghreb tras la gran revuelta jariyí (el jariyismo es la
tercera corriente islámica, junto al sunnismo y el shiísmo).
Todo ello según este prestigioso historiador, “daría una
cifra inferior a los 60.000 hombres para todo el periodo
anterior a la venida de Abderrahmán I, lo que contrasta con
los 4 millones de peninsulares”. ¿Encajaría bajo estos
parámetros la atrevida tesis de Oyagüe, que niega la
invasión y habla, por el contrario, de una conversión
masiva…?.
¿Cómo pudo ocurrir este “milagro histórico”?, en palabras de
Lévy-Provenzal?. La casuística es variada y profunda,
multiforme: luchas intestinas por el poder (la monarquía
visigoda no era en principio hereditaria), secesión de los
vascones, opresión religiosa (catolicismo-arrianismo,
cuestión judía…), junto a aspectos logísticos como la
conservación de las antiguas calzadas romanas que
facilitaron el desplazamiento de las tropas musulmanas. Y,
cómo no, la hábil política de los invasores que, basándose
en la pragmática referencia normativa existente en el Corán,
articularon una mayor permisividad religiosa y unos
flexibles pactos.
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