Cada persona tiene una idea muy
distinta de la amistad. Mí idea de la misma se encierra en
una sola frase “el que tiene un amigo tiene un tesoro”. A
mis amigos, los que elijo yo, porque nadie me puede elegir,
son auténticos tesoros.
No tengo muchos, porque hay que diferenciar entre conocidos
y amigos. Y a esos pocos que tengo, amigos de vedad, cuido
su amistad como oro en paño. Por esa amistad verdadera, en
defensa de la misma me la juego, aplicando el código
legionario, “con razón o sin ella”
Por eso agotado, después de la primera boda, a la que había
asistido, me largue a casa, me cambie y me fui a la boda de
María y Ernesto porque, María, es hija de mis amigos Paco
Navas y María Carmen. De no ser por esa amistad, a la que no
le puedo fallar, pueden asegura que me quedo en casa.
No pude ir a la iglesia, porque en el momento que se
casaban, Maria y Ernesto, estaba servidor aún en la primera
de las bodas, dándole a su cuerpo alegría.
Cuando marchaba por la Marina, en coche de caballo iban los
novios y unas chicas que pasaban, en esos momentos, le
gritaron ¡guapa!. María las miro y le lanzó una sonrisa, en
la que mostraba toda la felicidad del mundo.
La verdad es que, María iba ¡guapa, guapa, guapa!. Esas tres
veces guapas, que el personal lanza al viento, a la Patrona
de Ceuta cuando pasea por nuestras calles. Claro que también
hay que tener en cuenta que el novio se llama Ernesto. Y
alguien escribió: la importancia de llamarse Ernesto. Total
que hacen una pareja increíble, rebozando felicidad para dar
y repartir.
Llego al local donde se celebra el asunto de la fiesta y le
doy un abrazo de los de verdad, sin falsedad ni hipocresía a
mi amigo Paco Navas, que se muestra una jartá de orgulloso,
a igual que su esposa María del Carmen, de esta boda de su
hija con Ernesto.
Sigo saludando al personal, mientras en la terraza se nos
ofrece una copa. Mis amigos y, por supuesto, amigos de Paco
no han fallado, estamos todos allí. Salud a Cristóbal Chaves,
a su encantadora esposa y a su hijo, al matrimonio Arnaiz,
Javier y Julia, a Manolo y Maria José Navarro y a mis niños,
Pablo y Teresa. En fin que creo sólo me faltó saludar a un
árbol que había por aquellos lares. Nos sentamos todos
juntos y viendo la felicidad de los novios y la piña de
amistad que había en la mesa donde estábamos sentados todos
los amigos, a pesar de que se me cerraban las cortinas de
los ojos, aguanté hasta las tres de la mañana. Justo cuando
iba a empezar el baile.
Me despido el personal, entre ellos de la madrina que es la
madre del novio, de Paco Navas y de todo el que me da la
mano, algunas de las que ya ni veo.
Mientras camino hacia casa, tirando de los píes que me
duelen con avaricia, voy deseándolo toda la felicidad a
María y Ernesto. Dos chavales extraordinarios que han
logrado consolidar más, si ello es posible, su felicidad
contrayendo matrimonio. Enhorabuena.
Paco, amigo, como las sevillanas, esas que tú tan bien
bailas ¡vamos por la segunda!. Gracias por todo, amigos.
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