No es el entusiasmo quien fenece,
somos nosotros mismos quienes vamos perdiendo deseos. Cuando
se frena en seco, y el frenazo económico de este país es de
campeonato, se nota un vacío de sentido y una pérdida de
lucha. Al respecto, la actual situación de estancamiento
(¡maldita palabra!) de la economía española es muy
significativa. En consecuencia, surge la exigencia de colmar
ese vacío con una reflexión de prioridades a curar y de
éticas a injertar en vena que nos pongan en activo. Por
ejemplo, que se suba la imaginación al poder. Es la bolsa de
la vida. Ya lo dijo Einstein en su época: “En los momentos
de crisis, sólo la imaginación es más importante que el
conocimiento”.
Pienso, pues, que el mejor plan de choque aún no ha sido
propuesto por nadie, por ninguna fuerza social ni política.
En el estado permanente de desigualdad injusta que
soportamos, donde nadie conoce a nadie, de carencias
gravísimas educacionales (la mala calidad de la enseñanza
originada en parte por el estancamiento en los métodos
pedagógicos, redunda necesariamente en merma de esa
formación integral para la vida) y de afectos (un individuo
cultivado en el desenfreno se vuelve descaradamente
antisocial), son debidas a veces a la escasa conciencia
cívica que nos reina y gobierna por todas las esquinas de la
existencia. Las puertas de la indiferencia, cuando no de la
corrupción, están abiertas. Aún –como rubricó Benavente-
“más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un
mismo amor”.
Sin embargo, yo creo que todavía no es demasiado tarde para
construir una utopía que nos permita realmente proteger a
toda familia y a toda infancia. Quizás haya que redistribuir
más, seguro que sí, hay que cerrar las puertas a los
intereses del egoísmo personal y a la ausencia de una
civilización del trabajo. La solidaridad del mundo laboral,
si es preciso repártase el laboreo, será, por consiguiente,
una solidaridad que ensancha los horizontes de toda persona
para abarcar el bien común de toda la sociedad, de todo un
país, de todo el mundo. Nadie puede quedar excluido de un
trabajo decente. Es un derecho y un deber como la vida
misma.
Unas meras turbulencias económicas no pueden estancarnos, ni
hacernos retroceder. La raíz del problema tiene semántica
propia. Para empezar, es necesaria la solidaridad entre las
naciones cuyas políticas son ya interdependientes. Acto
seguido hay que acabar con los mecanismos perversos y poner
en alza el esfuerzo común para movilizar los recursos, sean
muchos o pocos, siempre serán los suficientes, si se
redefinen las prioridades y se priorizan bajo una escala
ética de valores. El gobierno de nuestro país se ha
comprometido, porque dice que es posible, mantener el
incremento de gasto por prestaciones de desempleo y las
inversiones modernizadoras. Aparte de que sea una inyección
de ánimo, ahora lo que hay es que trabajar en la prelación
de necesidades a cubrir, sobre todo en aquellas que no
pueden esperar por más tiempo y que son principios rectores
de una política social y económica justa. El empleo es una
de ellas, como avanzar en la política laboral por el camino
de una economía más humana.
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