Detrás de todas las historias personales, de todo el tejido
comercial y de todos los abusos que cometen los rufianes con
los porteadores, está Obimace. Después de una jornada de
tumulto, de ruido, de estafas, empujones, malhumor, colas
métricas, atascos y cartones aparecen los trabajadores de
Obimace, el servicio de limpieza a domicilio. Ellos son como
los árbitros de fútbol; los comerciantes solo los mencionan
cuando han errado, cuando lo que ven no les gusta.
Obimace es otra empresa más que se ejercita dentro de la
actividad comercial que se produce en el Polígono del
Tarajal. Alrededor de 50 empleados de esta sociedad
municipal se afanan a diario para despejar el tránsito. Los
domingos, estas 10 calles principales del Tarajal dan miedo
por el silencio que albergan, como si todos aquellos que
durante la semana trabajan aquí fueran zombis y estuvieran
dentro de las naves descansando para iniciar una nueva
jornada. Apenas se aprecia algo de cinta aislante adherida
al suelo; o algún cartonaje prensado, prácticamente
disecado, bajo las ruedas de un camión, como resultado de
horas de bullicio y actividad. El eco y el asfalto queman.
El domingo es el único día que Obimace no trabaja aquí. La
madrugada del sábado al domingo, a las 5.00 de la mañana,
terminan de limpiar todo el cartonaje y la basura. El lunes
a las 8.00 horas reestablecen el servicio, igual de monótono
y estresante que siempre. “Es mosntruoso lo que se forma
aquí por la mañana”, declara Miguel Ayora, responsable de
estos empleados en el Tarajal. A las 10.00, el trabajo para
estos operarios se vuelve incómodo, pegajoso, imposible. Las
dos vespas o toritos o máquinas para levantar palés
encuentran obstáculos a cada metro para desarrollar su
trabajo. Este martirio dura hasta las 13.00. Durante este
tramo de tiempo lo único que pueden hacer los empleados de
Obimace es amontonar cartón, dejar libre la circulación para
los comercios y los porteadores.
Para facilitar la labor, se han colocado recientemente unas
10 jaulas delante de alguno de los comercios más visitados,
con el fin de liberar el espacio. Gregorio García Castañeda,
responsable de esta empresa, asegura que estas jaulas, cuyo
tamaño es ridículo para albergar parte de los 7.000 kilos de
cartón que mueren a diario en este perímetro, serán
sustituidas por unos contenedores más altos y de mayor
superficie. “Esto nos permitirá ahorrar en tiempo y en
dinero, porque ahora habrá dos contenedores para hacer el
mismo proceso, pero en menos sesiones”. Un camión contenedor
que está a punto de adquirir Obimace vaciará los kilos de
cartón que se acumulen en estos esbeltos basureros.
Castañeda reconoce que el volumen de residuos supera la
labor de limpieza de 10.00 a 13.00, pero tiene una
explicación. Según él, la estrechez de las calles supone el
principal inconveniente. Sin embargo, “en la parte moderna,
las calles son más amplias, el tránsito es mejor y se
amontona más fácilmente el cartón”. La recogida selectiva de
la basura también retrasa mucho la limpieza. Las nuevas
normativas europeas obligan a que los residuos sean
separados, para conseguir un aprovechamiento de los
materiales y, en definitiva, reciclar.
Ya por la tarde, desaparecen los porteadores en el Polígono.
El paso del Biutz se cierra a las 13.00 horas y llega el
turno de las familias. “Llegan las señoras para comprar
enseres del hogar o los mismos comerciantes preparan la
mercancía para el día siguiente”, explica Miguel Ayora. Es a
partir de las 19.00 horas cuando se agilizan las operaciones
de limpieza y son los del segundo turno (de 14.00 a 22.00)
los que desarrollan esta función. A las 22.00 entra el
último turno, que repasa y culmina todo el trabajo previo.
Los días festivos, incluso, hay empleados que despejan el
cinturón que rodea al Tarajal.
Detrás del tumulto, detrás del ruido, existe un silencio que
convierte en tiernas y pueriles a unas calles donde se
cocinan miles de historias a diario.
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