Diferentes autores concuerdan en
distinguir hasta ocho duras campañas, en las que el actual
Marruecos ocupa un lugar destacado al principio y al final:
primero durante la “razzia” de Okba, en la que el caudillo
árabe alcanza Tánger y en la última, cuando Musa Ibn Nosair
consigue someter la totalidad de África del Norte. Las
fechas, comúnmente aceptadas, podemos agruparlas en las
siguientes fases: 1ª, 642-649; 2ª, 661-663; 3ª, 669-672; 4ª,
673-681; 5ª, 681-683; 6ª, 688; 7ª, 693-3698; y 8ª, 698-715.
Al decir de C. Cahen, la verdadera conquista no fue
emprendida hasta finales del siglo VII “en esta provincia
excéntrica y no helenizada en la que la resistencia
bizantina era difícil”, pero en la que “… la expansión árabe
se enfrentó a una tenaz resistencia bereber” (Varela y
Llaneza). La conquista áraboislámica no fue un paseo.
Durante casi ocho siglos en algunos territorios (Granada
nazarí), el Islam irrumpirá en Europa desde el Maghreb,
condicionando la historia y el devenir de España hasta
profundidades insospechadas: el profundo arraigo de los
moriscos, la pervivencia de los Reinos de Taifas en el
talante de las actuales Comunidades Autónomas, el latifundio
andaluz como pernicioso efecto de la Reconquista y la
presente imagen de al-Andalus como icono reivindicativo del
salafismo yihadista, cuando menos. Nueve figuras brillan con
luz propia: el exarca Gregorio, el patriarca bizantino
Nicéforo, los bereberes rebeldes Qusaila y la “Kahina”,
reina de los judaizantes Jerúa, los caudillos árabes Okba
Ibn Nafi y Musa Ibn Nocair, el bereber islamizado Tariq, el
rey visigodo Rodrigo… y el conde Don Julián (Alian Al-Gumari
en las fuentes musulmanas).
Para los árabes es sin duda el general Okba la figura más
destacada, un héroe del Islam aun cuando parece claro que
“persiguió hasta el exterminio” (Coissac de Chavrebiere),
entre otros, a grupos bereberes libios. Mercier, basándose
en la obra del historiador egipcio Al-Hakam (803-878), lo
define con “un carácter vindicativo, fanático en exceso,
sanguinario sin necesidad, hacía seguir sus victorias de
masacres inútiles”. Siguen persistiendo muchos
interrogantes: C. Cerdeira se preguntaba sobre “el camino
que siguieron los árabes para alcanzar Ceuta” (y Tánger):
“¿Llegaron por el boquete de Taza o directamente por el Rif,
siguiendo la costa?”. B. Lugan afirma, un poco
precipitadamente a mi juicio: “Menos romanizado, menos
cristianizado que las antiguas provincias romanas del este
del Maghreb, el Marruecos bereber pasa del paganismo al
Islam sin vacilación”. Para este historiador, los bereberes
marroquíes no habrían participado en las grandes rebeliones
insurgentes de Qusaila y La Kahina, mientras todas las
fuentes apuntan a que, sin embargo, se alistaron con
presteza a las ordenes de Tarik y Musa para saltar desde la
debelada Ceuta, alentados por el rico botín, sobre el Reino
Visigodo de España. Esta vez no había ningún “limes”
protector que sirviera de colchón y “defensa adelantada”.
Concluido el proceso de la Reconquista tras la caída del
Reino nazarí de Granada en 1492, el “limes africano” fue
otra vez activado (vigente aun de forma residual, en las
Plazas de Soberanía -o Ciudades Autónomas- de Ceuta y
Melilla), con visión estratégica pero desigual fortuna,
desde la vieja Hispania…
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