Bizancio establece en sus dominios
africanos tres provincias consulares y cuatro
circunscripciones militares, que son reorganizadas
administrativamente en el siglo VI, quedando el ejército
imperial de la zona del Estrecho encerrado en sus bases
militares de Septom (Ceuta), Rusadir (Melilla), Tingis
(Tánger) y Lixus (Larache). Justiniano prestó especial
atención a Ceuta como plaza fuerte, dotándola de una
guarnición mínima de 300 soldados y una flota de cobertura
de dromones. Se levantan defensas y una iglesia, sirviendo
la plaza en el 552 como punta de lanza (otra constante
histórica) para ocupar el sur de la Península.
Con todo, la influencia de Bizancio fue muy débil y
problemática: ruinas, despoblamientos, creciente
berberización del territorio muy desunido en tribus y
religiones: bereberes puros que adoraban a las fuerzas de la
naturaleza (el fuego, las montañas…), cristianismo católico
y arriano fuertemente enfrentados y bajo los cuales se
desarrollaron numerosas herejías (donatismo, monofisismo…),
más la presencia poco estudiada de tribus judías. Debilidad
política interna, insumisión bereber y enfrentamientos
religiosos que abrieron, no sin cruenta y larga lucha, la
senda victoriosa a los encendidos seguidores de Mahoma.
Ya a finales del siglo XIX autores como Mercien citan la
tribu de R´omara (Gomara), que “ocupaba la región litoral
del Rif, desde la desembocadura del Muluya a Tánger”.
Procopio cita la revuelta del desertor Stozas (primavera del
536) mientras que, a la muerte de Justiniano, un tal Gasmul
derrotó entre el 568 al 570 a varios prefectos,
estableciendo un pequeño reino “mauro” en el 574 que es
finalmente derrotado por el general y prefecto bizantino
Gennadius, en el 580; otros levantamientos bereberes en el
588 y 597 llegan a asediar Cartago. Durante el último, el
hábil y cauto Gennadius les entrega abundantes víveres y
embriagador vino…; borracho, el contingente bereber festeja
su pronta victoria, momento en el que es sorprendido y
masacrado por las disciplinadas tropas bizantinas. Algunos
investigadores describen el reino mauro de Altaza, en la
frontera de las dos Mauritanias. Procopio escribe de un
reino mauro en la zona del Estrecho, que bien pudiera ser el
de Masuna (580), autoproclamado “rey de mauros y romanos”.
También se conoce la existencia de un tal Mastinas
(535-539), quien llegó a acuñar moneda. En el interior del
siempre inestable Maghreb se detecta cierto brote
nacionalista mauro-bereber, al que sin duda se suman
elementos descontentos de la antigua población romanizada y
supervivientes del pueblo vándalo (¿de esta estirpe
germánica vendrían los famosos “rubios” del Rif?). El río
Muluya y el Estrecho siguen siendo dos constantes
históricas, fraccionando el primero la unidad de la
población norteña bereber; Volúbilis sigue brillando con luz
propia hasta bien finales del siglo VI. Expulsado Bizancio
del Mediterráneo Occidental, acantonados los visigodos en
las plazas litorales norteafricanas y dispersa la población
bereber en minúsculos reinos, el Maghreb aparece maduro para
la irrupción de un pueblo joven, vigoroso, imbuido de una
ardiente fe y hambriento de historia: el árabe. Había
sonado, como veremos, la hora del Islam.
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