Por la industria turística ya
sabíamos cómo es el mundo: cada vez más global y más
interdependiente. Ahora también, por la evolución de los
diversos turismos, sabemos quiénes son y cómo se mueven las
ideas de los moradores de este hábitat. Por ejemplo se habla
de un turismo reproductivo creciente con destino a nuestro
país, cuyos exploradores lo que buscan son embriones en
rebajas.
Al parecer, la demanda crece por la permisividad de nuestras
normas. También cohabita otro turismo sexual, verdaderamente
bochornoso y cruel, que trafica con personas humanas con
total impunidad. Es el fruto de la combinación de un mercado
sin ética alguna, amoral y sin principio alguno, que compra
la pobreza y las estructuras familiares débiles para ofertar
viajes por doquier lugar, donde sólo espiga el vicio y el
sexo, con la pasividad de instituciones y países.
Se debe y se puede ayudar a las familias pobres de las
naciones del mundo en vías de desarrollo; asimismo, se puede
y se debe detectar y castigar eficazmente a los clientes
explotadores a través de la cooperación legal internacional,
con armas políticas globales.
Visto lo cual ya es historia el sol que buscaban los
extranjeros en nuestro país. En el mundo plural de la
movilidad ya nada es igual. Quienes tienen la posibilidad de
disfrutar de tiempo libre, aparte de la suerte que tienen,
deberían esforzarse en gestionarlo de forma responsable.
Otro turismo que viene pegando fuerte y que, a primera vista
parece enriquecedor, es el llamado turismo solidario.
Lo que sucede es que a veces tiene más protagonismo
vacacional que compromiso real. Para empezar no suele ser de
igual a igual el tiempo compartido con ese otro mundo
hambriento de todo. La verdadera solidaridad si lo es. Si
hay que pasar hambre y calamidades, el turista tiene sus
reservas (debiera compartirlas) y no la pasa o tiene sus
privilegiados cobijos que le hacen sobrellevar los días
mejor. Quede claro que estoy por el turismo solidario, pero
sólo por el auténtico, el otro lo detesto. Por aquel turismo
responsable, entregado a la causa más allá de un tiempo de
vacaciones, que toma nota de lo que ve y lo vive y lo
recuerda y se inventa estrategias y acciones para hacer
justicia social.
Al fin y al cabo, lo que uno echa en falta es ese turismo
concienciador y conciliador, garante y consciente, maduro y
sensato, que no se mueve a la moda de las manadas, que cuida
a la tierra como si fuese su propio jardín, a los moradores
como si fuesen su propia familia, sangre de su sangre,
injertando equilibrio (de acciones y opciones) como norma de
vida. La prueba, el desorden del turismo de playa, donde se
confunden los rascacielos del cemento con las olas del mar,
el cieno de la arena con el cielo del mar.
Lo mismo sucede con el turismo, de interior o de montaña.
Frente a los diversos turismos, pues, lo que urge es ser un
turista consecuente y cabal. El Plan Estratégico del Consejo
Español de Turismo (Plan 2020) cuyo objetivo es que el
desarrollo turístico de España en el futuro se asiente sobre
las bases de la competitividad y la sostenibilidad
medioambiental, social y económica, sin duda es un buen
propósito. Llevarlo a la realidad es lo suyo.
|