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OPINIÓN - JUEVES, 14 DE AGOSTO DE 2008

 
OPINIÓN / EDITORIAL

El nunca acabar del polígono del Tarajal

Definitivamente el asunto o problemática alrededor de las naves del Tarajal es como el cuento de nunca acabar. No hay manera de que las decisiones que se adopten resulten del agrado definitivo de quienes residen comercialmente la zona. Cuando los porteadores contaban con dificultades para trasladar mercancías por el muy obtuso paso de la frontera, las protestas lograron, muy a regañadientes de los sindicatos policiales, la apertura del puente del Biutz.

Desde ahí hasta ahora, no ha habido momento de tregua. Todo, de ir mal fue a peor. En muy poco se ha mejorado, y cada medida que se adopta significa complicaciones sobrevenidas para ambas administraciones, a las que ha de reconocerseles el interés por abordar un problema real que, además, debería formar parte de la regulación privativa que debe suponerse a un recinto privado que, por otra parte, nació viciado por cuanto no ha sido hasta hace bien poco [alguna década después] desde cuando se intenta regular los hasta entonces inexistentes permisos de apertura. Algo que debería haber sido el primer requisito indispensable para ejercer cualquier mínima actividad comercial.

Pero el hecho de haber estado miopes durante tantos años trae estas consecuencias. Que el hecho de intentar poner solución provoca numerosos quebrantos porque, en estos momentos, todo es un tumulto de desporporcionadas medidas que, además, es muy complicado de reconducir. Encontrarse con 10.000 personas -o más- de golpe, a diario y tener que, literalmente, arrearlas por la costumbre caótica de comportamiento, dificulta a escala estratosférica la labor policial por más vallas y cotos que quieran adaptarse para un imprevisible mejor funcionamiento del caos.

¿La solución?... parches. Marruecos la aportará por sí misma cuando en 2010 libere sus aranceles y cree su propia zona franca entre la frontera y M’diq [Castillejos de toda la vida]. Mientras tanto, la idílica visión de un polígono industrial, al estilo de los que se tercian en la península con numerosos servicios a los usuarios, se antoja una posibilidad latente pero perceptiblemente inalcanzable.
 

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