Definitivamente el asunto o
problemática alrededor de las naves del Tarajal es como el
cuento de nunca acabar. No hay manera de que las decisiones
que se adopten resulten del agrado definitivo de quienes
residen comercialmente la zona. Cuando los porteadores
contaban con dificultades para trasladar mercancías por el
muy obtuso paso de la frontera, las protestas lograron, muy
a regañadientes de los sindicatos policiales, la apertura
del puente del Biutz.
Desde ahí hasta ahora, no ha habido momento de tregua. Todo,
de ir mal fue a peor. En muy poco se ha mejorado, y cada
medida que se adopta significa complicaciones sobrevenidas
para ambas administraciones, a las que ha de reconocerseles
el interés por abordar un problema real que, además, debería
formar parte de la regulación privativa que debe suponerse a
un recinto privado que, por otra parte, nació viciado por
cuanto no ha sido hasta hace bien poco [alguna década
después] desde cuando se intenta regular los hasta entonces
inexistentes permisos de apertura. Algo que debería haber
sido el primer requisito indispensable para ejercer
cualquier mínima actividad comercial.
Pero el hecho de haber estado miopes durante tantos años
trae estas consecuencias. Que el hecho de intentar poner
solución provoca numerosos quebrantos porque, en estos
momentos, todo es un tumulto de desporporcionadas medidas
que, además, es muy complicado de reconducir. Encontrarse
con 10.000 personas -o más- de golpe, a diario y tener que,
literalmente, arrearlas por la costumbre caótica de
comportamiento, dificulta a escala estratosférica la labor
policial por más vallas y cotos que quieran adaptarse para
un imprevisible mejor funcionamiento del caos.
¿La solución?... parches. Marruecos la aportará por sí misma
cuando en 2010 libere sus aranceles y cree su propia zona
franca entre la frontera y M’diq [Castillejos de toda la
vida]. Mientras tanto, la idílica visión de un polígono
industrial, al estilo de los que se tercian en la península
con numerosos servicios a los usuarios, se antoja una
posibilidad latente pero perceptiblemente inalcanzable.
|