El Reino Vándalo logra victorias
importantes y humilla a Roma mientras, desde el oriente del
Mediterráneo, Bizancio (Imperio Romano de Oriente) sigue con
atención los acontecimientos. Hay altibajos entre la
población católica (romano-bereber) de la región y los
invasores arrianos, sucediéndose enfrentamientos con los
“mauris” (bereberes no romanizados) mientras la rebelión de
los “circumcelliones” que estalla en Numidia (Argelia) a
finales del siglo IV, formada por propietarios arruinados,
esclavos huidos e insurgentes políticos, casi todos
bereberes y de religión donatista en la que se mezcla una
fanática reivindicación religioso-nacionalista, se suma tras
ser derrotada a los contingentes vándalos. Aunque el
penúltimo rey, Hilderico, se acerca a Bizancio es depuesto
por el arriano Gelimer (530-533), quien se declara rey.
El sitio de Constantinopla por Atila (442) y la guerra con
los persas inmovilizan por un tiempo a Bizancio. Alcanzada
la paz en las fronteras orientales y reivindicando un pacto
con el depuesto Hilderico, el emperador Justiniano pasa a la
acción: un fuerte ejército bizantino de diecisiete mil
efectivos bajo el mando del general Belisario, zarpa en
junio del 533 del Bósforo, desembarcando en África. Gelimer
divide a sus tropas y es finalmente derrotado en la batalla
de Tricamarum (Oued Chaffroun, 15 de diciembre) huyendo a
refugiarse entre los bereberes, pactando su rendición,
mientras restos de sus tropas son acogidas en Ceuta y la
Mauritania Tingitana, engrosan las fuerzas visigodas o se
alistan con los bizantinos. El Reino Vándalo de África
(429-533) puede ser considerado como una “autocracia
militar”, con tres características: no aplicaron la
“hospitalitas” vigente, confiscando propiedades; fueron los
únicos bárbaros arrianos en perseguir, sistemáticamente, a
los romanizados católicos; su espíritu de rapiña y
destrucción fue tal, que la palabra “vandalismo” ha pasado
al vocabulario como sinónimo de devastación.
En el Maghreb y tras el proceso de desintegración política
posterior pese a la emergencia de Bizancio, surgen (al igual
que pasó tras las guerras púnicas) varios reinos bereberes.
Ya antes de la caída vándala, autores como Courtois
defienden la existencia de siete pequeños principados
bereberes en sus fronteras. En cuanto al Imperio Bizantino y
aunque Justiniano (527-565) pretende recuperar la antigua
gloria de la Roma Imperial restableciendo la Mauritania
Tingitana como una de las siete provincias de África, se ve
obligado después de varios reveses ante insurgentes mauro-bereberes
a confinarse atrincherado tras las murallas de las
principales ciudades de la costa (Tingis y Lixus),
estableciendo fuertes guarniciones alrededor del 534 en
Rusadir (Melilla) y Septem Fratres (Ceuta), logrando así
controlar la “llave” del Estrecho con la toma de Ceuta y el
control del sur de la Península (la Bética), protegiendo sus
dominios de la expansión del Reino visigodo. Siempre la
misma dinámica: “Hay una ley histórica que hemos venido
observando a través de los siglos en el Magreb”, advirtió
Cánovas del Castillo: “La cual deja claro que el pueblo
conquistador que llega a dominar en una de las dos orillas
del Estrecho, antes de mucho tiempo dominará en la línea
opuesta”.
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