A finales del siglo III se procede
a una reorganización militar de la Tingitana, detectándose
una retirada de efectivos militares con una posible
evacuación de la zona más meridional (Thamusida se despuebla
hacia el 280), para en la época de Diocleciano (284-305)
concentrarse los efectivos militares en el trapecio norte,
por encima de la línea del Lucus y en la región de Tingis
(Tánger), cuyo objetivo no sería otro que el de mantener la
seguridad en el Estrecho y servir de “defensa adelantada”
del sur de Hispania, con la que se mantenía un fructífero
contacto a través de la pacífica y civilizada Bética
(Extremadura y Andalucía en la actualidad).
La crisis que se incuba en esta época parece más de carácter
económico, lo que influye sobre las inversiones en defensa
(de hecho parece que Lixus nunca tuvo guarnición militar),
si bien autores como Carcopino apuntaron, sin mayores
pruebas, la presión ofensiva de los pueblos “mauri” (bereberes
autóctonos) como factor determinante de este repliegue.
Parece más plausible una labor diplomática en la que Roma
también era ducha, pues en general los núcleos de población
romanizada sirvieron de fermento cultural en un contorno
marcadamente berberizado y tribal sin problemas aparentes.
También como advertimos hubo reajustes administrativos: en
el 257 Diocleciano decidió incorporar la Mauritania
Tingitana a la Diócesis de la Hispania peninsular, con lo
que ésta quedó dividida en seis provincias, marcando una
constante en el tiempo histórico: salvo en la Edad Media,
con los Almorávides y Almohades durante unos 160 años, el
norte de Marruecos siempre estuvo vinculado a algún tipo de
poder político (romano, musulmán o cristiano) basado en la
Península Ibérica, allende el Estrecho de Gibraltar. En
total Roma estuvo presente en la Mauritania Tingitana
(actual Marruecos) a lo largo de cinco siglos, no debiendo
subestimarse la importancia estratégica de la misma. En el
siglo I, el Norte de África en su conjunto abastecía a Roma
del 60% de cereales, aceite y fieras para los espectáculos
circenses, mientras en su tierra veían la luz emperadores de
la valía de Septimio Severo (193-211).
Durante el Bajo Imperio (finales del siglo III y el IV)
comienza a vivirse en el Imperio un declive irreversible
confluyendo tanto factores internos como externos, que
sacude también a las provincias africanas. La crisis del
sistema esclavista da paso al régimen de colonato; la
sociedad se ruraliza, cae la tasa demográfica y, aunque
aumentan los gastos en defensa, no se logra corregir el
debilitamiento militar. A la vez, pueblos más jóvenes y con
mayor dinamismo demográfico presionan el “limes”. Tras el
“Edicto de Milán” (Constantino, 313), el Cristianismo se
oficializa y en el 394 se divide el Imperio: Honorio, desde
la nueva capital Rávena, se alza como emperador de Occidente
(con jurisdicción sobre el norte de África), mientras que
con Arcadio nace en Constantinopla el Imperio Romano de
Oriente, el futuro Bizancio. Las provincias africanas se
desgarran (otra constante que precede al jariyismo islámico)
en herejías cristianas (arrianismo y donatismo), generando
inestabilidad social y política favoreciendo la
implantación, en el actual Túnez, del Reino Vándalo
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