Desde el s. X al II, oleadas de
pobladores de raza blanca procedentes del Asia Central
desarrollan la “Cultura Capsiense”, cubriendo el área
norteafricana así como el sur y levante de la Península
Ibérica, que podríamos definir pues como “Ibero-bereber”
reservando el nombre de “Gétulos”, siguiendo fuentes
romanas, a los bereberes nómadas de las áreas desérticas. Es
un periodo oscuro y muy entrelazado datado siempre antes de
la Era Común y cuya descripción supera, ampliamente, el
espacio del actual Marruecos. Comencemos por referirnos a
los “mauros” de los que deriva el término “moros”, término
de honda raigambre histórica acuñado en época romana para
los habitantes de las dos provincias mauritanas; las
primeras oleadas árabes designarían a los mauros no
romanizados como bereberes, reservando el nombre de “rumis”
para los romanos o mauros romanizados. Coetáneo entre los
siglos VII a V en el área del estrecho de Gibraltar, sería
el mítico reino peninsular de Tartesos, de notable cultura,
sede de un gran emporio comercial alimentado por las
fértiles vegas del Bajo Guadalquivir y la riqueza minera de
Sierra Morena y Ríotinto.
Con la colonización fenicia del litoral (1100 al 146)
aparece en Marruecos la Edad del Bronce, remontándose su
presencia en torno al año 1000. En el Atlántico
establecieron su base en las lomas situadas al norte del
Lucus (Larache), donde según Plinio El Viejo habrían
levantado un templo dedicado al dios Merkart, deidad de Tiro
que los romanos identificaron con Hércules y cuyo recuerdo
quedaría simbolizado a ambos lados del estrecho de
Gibraltar. Este es el mítico lugar en el que los griegos
situaron el Jardín de las Hespérides, en el que crecía el
árbol de las manzanas de oro guardado por un león de cien
cabezas; uno de los trabajos de Hércules fue vencer al
gigante Anteo y recoger las áureas manzanas del jardín, lo
que le abrió las puertas del Olimpo. El lugar, ocupado a
partir del siglo VII por Cartago, fue conocido por el nombre
de Makom Shemesh (Ciudad del Sol), según atestiguan
inscripciones de monedas púnicas, adorándose entonces a
divinidades cartaginesas como Baal-Hammon y Tania (Astarté),
no descartándose la existencia de sacrificios humanos, niños
incluidos.
Cartago, colonia fenicia fundada en el 814, heredó a la
caída de Tiro la red de ciudades y asentamientos extendidos
por las dos orillas del Mediterráneo Occidental, pagando un
tributo hasta el s. V a un tal Hiarbas, rey de la tribu
vecina de los Maxitani; capital más tarde de un imperio
talasocrático, controlaba los enclaves de Útica, Hadrumetum
(Susa), Hippo y Diarritus (Bizerta) en Túnez; Hippo Regius
(Bona o Annaba), Saldae (Bugía) e Iol (Cherchell), en
Argelia y ya en la costa del actual Marruecos, Rusadir
(Melilla), Tamuda (Tetuán), Tingis (Tánger), Chellah
(Rabat), Anfa (Casablanca), Essauira (Mogador) y otros.
Fuentes documentales griegas hablan de un periplo africano
hacia mediados del siglo VI, costeando el continente (hay
pruebas hasta el golfo de Guinea y referencias en la obra de
Homero), de cincuenta naves bajo el mando del almirante
Hannon, quien describe la colonia de Makom Shemesh (Larache)
citando la existencia de elefantes y otros animales salvajes
en la desembocadura misma del Lucus.
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