Como escribimos ayer, el
historiador Gilbert refleja en un mapa la dispersión judía
entre los años 100 y 300 de la E.C., ratificando la
existencia de comunidades judías firmemente asentadas en la
Bética (Hispania) y en las Tingitanas (Cartago, Aurés,
Tánger y Volúbilis), así como en otros seis núcleos que
identifica como “Judíos del Sáhara”. La diáspora judía
durante la Antigüedad se debe a cuatro grandes dispersiones:
bajo Sargón II, 722-721 a.EC y Nabucodonosor, 596-587 a.EC,
los reinos de Israel y de Judá son deportados a Babilonia;
entre el 300 y el 200 a.EC, numerosas colonias judías se
instalan libremente en toda la ribera del Mediterráneo; pero
el exilio definitivo se produce bajo el Imperio Romano, con
dos grandes oleadas: en el 70, tras la destrucción de
Jerusalén y el II Templo por las legiones de Tito y
posteriormente con Adriano (135, rebelión de Bar Kochba). La
tradición judía, sefardí y marroquí, vincula sus orígenes en
Occidente a la toma de Jerusalén por Tito. También según los
profesores H.Z. Hirschberg y Mustafá Na´Imi, “La
concentración de comunidades judías en esta región se
remonta a la época de los fenicios”, como ya habían
atestiguado San Jerónimo y San Agustín. Tras la entrada en
liza del Imperio Bizantino, la comunidad judía de la región
se vio obligada a internarse en las montañas del Aurés
(Argelia) y en el Atlas marroquí; está documentada cierta
hegemonía de tribus judías entre el 522 y el 526 y, todavía
en el 808, se sabe de cabilas judaizantes en las montañas
del Zerhum, próximas a Volúbilis, que habrían sido sometidas
y obligadas a escoger entre la muerte o la conversión al
Islam por la dinastía Idrisi. El profesor Laredo recoge la
existencia en el Antiatlas, al sur de Mogador, del “centro
judío más antiguo de Marruecos, con un origen que se remonta
nada menos que al siglo VI” a.d.EC, el historiador Haim
Zafrani afirma sin ambages que “Los judíos son el primer
pueblo no bereber que se estableció en el Maghreb” y El
mismo Ibn Khaldún cita a los “jerua”, tribu judaica situada
entre Ifrikia (Túnez) y el Maghreb (ex Mauritanas), a la que
perteneció el rey Gasmul (584). Se han encontrado restos
arqueológicos en la ciudadela de Chellah, Rabat (epitafio en
caracteres griegos) y en Volúbilis otro epitafio del siglo
II-III, reza: “matrona, hija del rabino Yehudá, que
descanse” (su alma). También se han hallado lámparas de
bronce que evocan el símbolo nacional-religioso judío: la
menoráh.
Durante la dura y larga invasión islámica (649-715), varios
autores concuerdan en el carácter cuando menos judaizante de
la famosa princesa (La Kahina) que lideró la resistencia a
las tropas árabes en África del Norte, bajo las que
finalmente sucumbió, sumándose tras su muerte sus herederos
a las mismas. De todos modos, sobrevivieron en las montañas
numerosas tribus judías hasta la partida progresiva a Israel
tras la Independencia, en 1956.
A caballo entre la Baja Edad Media y el Renacimiento se
produce en 1492 la expulsión de los sefardíes, que
empobreció económica y culturalmente a España. Acabemos con
una sugerencia, la visita al Museo Judío de Casablanca,
único en un país musulmán y un histórico detalle: la
Estrella de David fue suprimida oficialmente, en el
Protectorado francés, por el mariscal Lyautey.
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