Muy por debajo de la arabización
(más cultural que genética e implementada por las invasiones
hilalíes del siglo XII), los historiadores consideran que
entre el 800 y 600 antes de la E.C. ya existían expresiones
netamente bereberes en el Atlas. Existen incluso leyendas
recogidas por autores clásicos como San Agustín (s. IV) y
Procopio (s. VI) que emparentan a los bereberes con ¡los
cananeos!, expulsados tras la conquista de Canaán por Josué.
El vago recuerdo de la antigua existencia de factorías
fenicias en la costa, podría haber alimentado este mito
histórico. Hay incluso autores que llegan a relacionar a los
bereberes con los descendientes de Troya, mientras etnólogos
como Wölfel no dudan en defender para el Maghreb el concepto
de “África Blanca” (bereber) en contraposición al “África
Negra”, del centro y sur del Continente. Aunque oscura, la
historia de la población bereber (emparentada con los íberos
de la Península Ibérica e incluso con el vasco o euskera,
según investigaciones publicadas en “Scientific American) es
apasionante, pues aunque modelada por sucesivas invasiones y
culturas (romana en el norte, árabe e islámica desde finales
del siglo VII) supo adaptarse y sobrevivir, imprimiendo su
sello a todas ellas. Bereberes como ya vimos fueron lo dos
grandes imperios (islámicos, curiosamente) de la Edad Media:
el almorávide (del profundo Sur) y el almohade de las
montañas del Atlas.
En la población indígena bereber Ibn Jaldún (s. IV)
distinguió, siguiendo un criterio lingüístico, tres grandes
agrupaciones tribales que abarcarían la actual Argelia: “Masmudas”,
quizás los habitantes más antiguos, repartidos por el Gran
Atlas, el Anti Atlas y la región del Sus, alcanzando la
población de la costa norte (Gomara); “Sanhayas”, más
reciente, ocuparía la parte meridional del Atlas Medio y el
Rif; los “Zenatas” se remontarían a la Edad Media,
extendiéndose por el norte del Atlas Medio, el Marruecos
Oriental y el Pre-sahariano. El bereber, como el árabe y el
hebreo, pertenece a la gran familia camito-semítica lo que
avalaría un remoto origen de Oriente Medio, si bien al ser
una lengua oral no ha quedado ninguna huella escrita. En
todo caso está firmemente establecido que durante los
primeros tiempos de la conquista árabe y salvo una discreta
presencia del latín en el litoral norte, la población
autóctona era y hablaba bereber. Habiendo alcanzado hoy día
su expresión escrita, el bereber actual suele clasificarse
en dos grandes dialectos: el “zenata” y el “shelja”. Bajo el
primero se acogen el rifeño del norte y las lenguas de
pequeñas tribus del Marruecos Oriental y del Sur: Figuig,
Ait Sghruhen… El “shelja” a su vez se subdivide en dos: el
“tamazight” de la región central y subsahariana y el “tachelhit”,
propio de las poblaciones del Atlas, Antiatlas y el Sur.
Dominante en el medio rural, la dinámica migratoria actual
(el 50% de la población marroquí es ya urbana) proyectó a la
población bereber al medio urbano y a varios países de
Europa.
Uno de los escollos para la concreción de la “Unión del
Maghreb Árabe” es un error en el punto de partida. El
Maghreb es más, histórica y demográficamente hablando,
bereber. Bereber fue también (hasta la diáspora hispana de
1492) el primitivo asentamiento judío en Marruecos, como
veremos mañana.
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