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OPINIÓN - SÁBADO, 2 DE AGOSTO DE 2008

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

El mundo, ¿más cerca de la paz?
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Mantener la paz en un mundo globalizado en el desorden, disperso y diverso, con multitud de divisiones sociales y con tantas áreas en conflicto, mucho me temo que no es nada fácil. Luchas que parecen tener sus raíces en la religión y que, sin embargo, tienen sus orígenes en rivalidades políticas, ambiciones territoriales o acceso a recursos naturales. Pugnas que se tragan los derechos humanos y la justicia social. En una palabra, cuando tantos factores podrían favorecer el entendimiento, resulta que en doquier parte del mundo, la sociedad estalla y prevalece las fragmentaciones del este-oeste, norte-sur, país amigo-país enemigo… Si bien la consolidación de la paz es un esfuerzo colectivo y permanente, en el que ha de participar las comunidades internacionales, pienso que son los gobiernos de los países los que tienen la responsabilidad primordial de establecer una agenda de prioridades y de asegurar tranquilidad a sus ciudadanos.

La tierra tiene el rostro del sufrimiento subido, a pesar de los que siembran la alegría de vivir –atmósfera que es de agradecer- y aunque la paz aparenta ganar terreno. Parece progresar la cultura de la paz en la conciencia humana; pero, por desgracia, vemos al mismo tiempo violencias y violaciones, brutalidades y fanatismos, que nos hacen dudar de todo y de todos. Dicho lo anterior, creo que el mundo no está más cerca de la paz, en parte, porque a veces se deja muerta la vía del diálogo, mientras la irresponsabilidad toma posiciones de poder. Países y pueblos enteros andan envueltos en tensiones que les desbordan. Los humanos en vez de ponerse por montera el orbe en el alma, se escudan en un mundo con armas. El peligro de que aumenten los países con armas nucleares suscita en toda persona responsable una fundada preocupación.

En África, a pesar de que numerosos países han progresado en el camino de la libertad y de la democracia, quedan todavía muchas inciviles guerras en el escenario de la vida. El Medio Oriente sigue siendo aún fragua de conflictos y atentados, que influye también en Naciones y regiones limítrofes, con el riesgo de quedar atrapadas en la espiral de la violencia. Para avivar el peligro, el mundo está inundado de armas de todo tipo. La proliferación de armas pequeñas y ligeras, si bien no provocan, de por sí, los conflictos, la facilidad de conseguirlas estimula el ajuste de cuentas como solución para zanjar controversias y tiende a agravarlo todo y a hacerlo más cruel. Nadie hoy, en su sano juicio, pone en duda que las armas ilícitas, aparte de alimentar las contiendas, son un gran negocio. En ocasiones da la sensación que la humanidad vive sin ley, si acaso con la ley de la selva. Por ello, sería bueno avanzar en el crecimiento de la cultura jurídica universalista, esa que converge de las legislaciones de cada Estado hacia el reconocimiento de los derechos humanos fundamentales. Garantizar la seguridad de todo ciudadano ha de ser algo vital, debe serlo por ley de vida. Esto significa utilizar tanto acciones prácticas como legislativas para impedir que las bandas de delincuentes organizados -capos de la droga, traficantes de seres humanos, blanqueadores de dinero o terroristas- aprovechen las libertades que les aportan algunos países.

Para que la paz esté más cerca del mundo y el mundo de la paz, hay que buscar una estética, un equilibrio entre diversidades e intereses divergentes para que converjan en un punto, en el de la paz, que si es posible. Es cierto que hace falta cultivarla tanto cada mañana como cada atardecer. El arte, el deporte u otra motivación humana, ayuda a crecer el desvelo. Por ejemplo, la Copa de la Paz, competición amistosa que tiene por objetivo promocionar la paz en el mundo mediante el balompié. La primera edición se celebró en 2003 y se disputa cada dos años, en distintas ciudades coreanas, participando en ella los equipos más importantes de los diferentes continentes. Para 2009, el torneo abandonará por primera vez el país asiático y se disputará, entre julio y agosto, en nuestro país. En cualquier caso, está visto que una paz impuesta por los vencedores sobre los vencidos no es más que una paz aparente. Nuestra propia historia nos participa que una paz duradera no se edifica más que sobre la justicia, que es tanto como decir, sobre el reconocimiento en cuanto pueblo y el respeto en cuanto a persona. De lo contrario, el mundo será un parte de sucesos bochornoso.

A todos nos interesa eliminar todas las amenazas a la paz. Lo sensato sería que hubiese una autoridad mundial colegiada que hiciese respetar el derecho y propiciase el diálogo cuando surgieran conflictos entre países. Es cierto que tenemos Organismos internacionales, pero a veces son más representativos que ejecutivos y, si lo son, su entramado estructural es complejo para una eficaz resolución. El mundo se halla en una situación precaria. A los hechos me remito. Unos aguantan la crisis alimenticia como pueden y otros nadan en la abundancia. Unos se lanzan a la mar para llegar al paraíso y otros cierran filas para que no entren. La vida humana en unos sitios apenas vale nada, en otros lo que vale es el culto al cuerpo. A pesar de los pesares existe la esperanza. Lo son los ocho objetivos de desarrollo del Milenio, que abarcan desde la reducción a la mitad la pobreza extrema hasta la detención de la propagación del VIH/SIDA y la consecución de la enseñanza primaria universal para el año 2015. Constituyen un plan convenido por todas las naciones del mundo y todas las instituciones de desarrollo más importantes a nivel mundial. Los objetivos han galvanizado esfuerzos sin precedentes para ayudar a los más pobres del mundo, lo que redundará en achicar injusticias. Desde luego, si queremos la paz hay que luchar por la justicia.
 

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