Toda mi existencia se ha basado en escuchar a mis ancestros;
bisabuelos y abuelos. Tatarabuelos no los llegué a conocer.
Como bien dice mi compañero ADE, la sabia de su abuela
también podía ser la mía porque en cuanto a dichos y
refranes nadie ganaba a mi abuela. Lo malo era que mi abuela
siempre mentaba al diablo. ¿Dónde diablos anda ese diablo?
Hoy, por el jueves, es el último día de un julio tarambana
que le ha dado libertad de acción a Helios para que se
explaya a toda luz con sus mortales rayos y siembre la
tierra de Septum Frates de gambas cocidas, entiéndase gente
dorada al sol.
El fuerte aliento de Helios ha conseguido calentar las frías
aguas envasadas en el lago artificial del Parque
Mediterráneo y ello ha dado motivo para que nuestros mayores
aprovechen la ocasión y se zambullan en sus tranquilas aguas
en busca de un frescor mañanero.
Que una madre de niños pequeños ponga el grito en el cielo
porque nuestros mayores ocupen un espacio destinado, según
la gritona mamá, a los más pequeños usuarios del Parque no
es motivo para profundizar en el tema porque no deja de ser
una pataleta de una señora que cada día está gritando y
gesticulando de manera harto llamativa por cualquier cosa.
Tal vez se crea la propietaria del Parque, cuanto menos la
presidenta de la comunidad de usuarios.
En el Parque no existe ningún cartel avisando que esa zona
es exclusiva de los usuarios más pequeños. También pueden
usarlas aquellas personas que tengan miedo al agua, las
personas minusválidas porque tienen facilidad de acceso y
las personas mayores que no están para jugarse el tipo con
saltitos de rana y zambullirse de cabeza.
En aquellos tiempos no tan lejanos, nuestras abuelas y
algunas madres viudas, se pasaban la vida en la cocina de
nuestras casas.
Bien trabajando en el cocido del día o bien pensando en las
musarañas sentadas en aquella entrañable mecedora de madera
con tantas curvas elípticas en sus bases y abrazaderas que
mareaban.., aparte de cuidar los fines de semana de los
hijos de sus hijos.
Hoy ya no es igual, la excepción puede existir, y nuestras
abuelas y abuelos saben disfrutar de la vida. Ya no quieren
quedarse cuidando a sus nietos, mientra los padres van de
jarana, porque también tienen derecho a la juerga… no tan
juerga padre, pero juerga a fin de cuentas.
Me ha alegrado lo indecible presenciar cómo saben divertirse
nuestros mayores. Por pura casualidad coincidimos con una
comida, que puedo denominar de hermandad, de un numeroso
grupo de mayores en el restaurante La Peña.
No sólo disfrutaron de la magnifica cocina del restaurante,
sino que cantaron y bailaron recordando, quizás, aquellos
tiempos en que movían los esqueletos abrazados amorosamente
a quienes entonces serían sus amores.
Esta gente mayor, agradable de veras, levanta la ilusión de
una sociedad algo taciturna, algo repetitiva y con sus
iniciativas levantan la moral a cualquiera que vean un
futuro, cercano o lejano, lleno de diversión.
El viejo cuerpo lo merece.
Ignoro como se reúnen, cómo acuerdan sus actividades,
principalmente porque no lo he preguntado ni he indagado
acerca de esas asociaciones de nuestros mayores.
Me he dejado llevar por el instinto de viejo articulista y
redacto el artículo, sin complejos, de manera espontánea.
Simplemente porque estaba allí. ¿Alguna pega?
Es lógico que se diviertan. Llegar a la edad de la
jubilación significa ahora que también se jubilan en sus
papeles de abuelas y abuelos niñeras.. Sacan del baúl de los
recuerdos la juventud perdida y la recuperan con creces
anteponiendo lo de segunda. Segunda juventud.
Nada ni nadie puede impedirlo. ¡¡Bien por nuestros mayores!!
Yo dentro de poco también lo seré… aunque tenga un hijo
pequeño.
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