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OPINIÓN - JUEVES, 31 DE JULIO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Otras historias de Marruecos
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Si en España sectores no necesariamente ultramontanos recordaron (razones no faltan) a mediados de este mes la trascendental batalla de las Navas de Tolosa (1212), en la que una coalición de reinos peninsulares quebraron el espinazo del imperio almohade frenando en seco su expansión (de ahí la inclusión de las cadenas en los escudos de Navarra y España), en Marruecos partidos ultranacionalistas como el Istiqlal siguen celebrando la batalla de los Tres Reyes (Oued Al Makhzén, 4 de agosto de 1578), a orillas de un afluente del Lucus en las cercanías de Alcazarquivir, que no es exactamente el reverso de las Navas. Si bien detuvo la expansión hispano-portuguesa (tras ella los lusos evacuaron la cercana Alcasarseguer), sirvió para cohesionar el imperio xerifiano en larvada guerra civil y, sobre todo, alejo el peligro de una invasión turca pues, pese a la toma de Fez, Marruecos fue el único país del Magreb en mantenerse independiente de sus hermanos ideológicos, el voraz Imperio Otomano al que la católica España plantó cara en Lepanto y contuvo en el Mediterráneo Occidental, pese a la interesada traición de otra potencia católica: Francia.

Valga este largo introito para apuntar, en la historia de todo país, la existencia de unos mitos fundacionales que suelen cimentar chauvinismos de todo tipo, así como ofuscar las mentes dejándolas prestas a manipulaciones jingoístas. Nada hay más peligroso que las verdades a medias. Este año, el vecino país está celebrando la fundación de Fez y, por tanto, retrotrayendo los orígenes de Marruecos a la dinastía Idrisi; muy bien pero, ¿cuáles eran las fronteras de este reino…?. Porque no hay ni una palabra, no ya a la fértil aportación judía al patrimonio cultural fassi, sino que se obvian interesadamente la existencia coetánea del emirato del Nekor en el Rif, al este de Alhucemas y la curiosa simbiosis religiosa del reino de los Barguata contra el que nada pudo Idris II, sito en las planicies atlánticas entre Salé y Azemmour y debelado por los almorávides en 1148. Más todavía: a partir del siglo X de la Era Común, la dinastía shiíta Idrisi (venida de Oriente) tuvo que enfrentarse a otra insurgencia autóctona, la de los Lgmara, alzados en armas contra “el esclavismo de los Idrisís”. La palabra Marruecos deriva de Marrakech, la capital de la dinastía almorávide venida del Sáhara y el Senegal, asumida más tarde por el imperio almohade, fundado en las montañas del Atlas por el fundamentalista Ibn Toumert: dos dinastías bereberes netamente marroquíes y bajo los cuales el país alcanzó su mayor expansión territorial, “el imperio de las dos orillas”, desde la mítica Tombuctú a orillas del Níger hasta el Tajo y Cataluña, Baleares incluídas y, en el Maghreb, hasta Argel. Eso sí, las Canarias nunca fueron alcanzadas si bien figuran en el imaginario amazigh. Así pues, ¿cuáles serían exactamente las fronteras de Marruecos reclamadas al grito de la “unidad territorial”…? Porque, si hablamos de Ceuta y Melilla, tan solo estuvieron bajo control de una dinastía marroquí durante ciento sesenta años. Desde la cosmovisión islámica, es otra cosa.

Sin recurrir a la España Trasfretana, el norte de Marruecos fue incorporado a la Hispania romana por Diocleciano y más tarde formó parte de Al Andalus, con la dinastía Omeya. A la Historia de Marruecos se dedicará, esta columna, todo el mes de agosto.
 

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