Los nacionalismos, se mire por
donde se mire, no son más que puros y duros aldeanismos. Y
los más nacionalistas, sin duda alguna, son todos aquellos
aldeanos que llegaron a las grandes ciudades con sus maletas
de cartón piedra atada con una correa, con una mano delante
y la otra detrás buscándose la vida.
Algunos de ellos, al llegar a las grandes ciudades y
contemplar los enormes edificios, no se cayeron de espaldas
porque se aferraron con todas sus fuerzas a sus viejas
maletas. Incluso cuando vieron los coches con las luces
encendidas, se refugiaron en el primer portal que
encontraron, en la creencia que el vehículo, no era más que
un enorme bicho con los ojos encendidos.
El aldeano considera, por encima de todo, que no hay un
pueblo mejor que el suyo y, sobre todo, que el que no habla
como él no sabe hablar. Nada hay, pues para él, mejor que su
pueblo y todas sus tradiciones, Sus ferias no las iguala el
pueblo de al lado, que sólo fue capaz de quemar un cohete en
la traca final cuando ellos, los de sus pueblo, quemaron dos
y el corcho de una botella de sidra.
Así que cuando salen al mundo, ese mundo totalmente
diferente al suyo, donde las vacas no van por las calles
principales y el cartero no recorre el pueblo en bicicleta
llevando la correspondencia a Juanita la del tío Rufino o a
Pepita la novia del “verruga”, se quedan asombrado y tratan,
por todos los medios a su alcance, adaptarse lo más rápido
que puedan a la vida de las grandes ciudades, aprendiendo su
idioma, aunque al utilizarlo hacen el mayor de los ridículos
y sirven de risa a los de la ciudad.
En un par de meses, se consideran más nativos de aquellas
tierras a las que llegaron con sus maletas de cartón piedra,
atada con una correa y con un olor a chorizo envuelto en
papel de periódico que no se podía aguantar, que los
auténticos nativos.
En cierta ocasión, paseando por las Ramblas de Barcelona
donde estuve viviendo por razones de trabajo, me fui
paseando detrás de un par de amigos cordobeses que trataban
de hablar en catalán. Digo que trataban porque era un
catalán macarrónico que no había un dios que lo entendiera.
Su acento les delataba del tal forma que a pesar de no
decir, cuando pasaba un coche “escucha que coche pasa”, no
pudieron aguantar sin decir, refiriéndose a un camarero,
“mira el tío cipote lo mal que lleva la bandeja”.. Moví la
cabeza y me aleje riéndome de aquel par de pardillos, que
intentaban, con todas las fuerzas de su alma hablar en
catalán.
Por cierto aquel par de pardillos, a igual que los muchos de
los miles de aldeanos que llegaron a Barcelona buscando una
vida mejor, se consideran más catalanes que los propios
catalanes. Y son esos, los aldeanos llegados a Cataluña, los
que con más ahínco defienden a esa tierra que no es la suya,
convirtiéndose, todos ellos o al menos la mayoría, en
auténticos nacionalistas, renegando de la tierra que les vio
nacer, y pidiendo a voz en grito la independencia de España
porque, Cataluña, es una nación y el idioma catalán está por
encima del español. Ya lo dijo aquel, quien bien te quiere
te hará llorar!. Aldeano con denominación de origen.
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