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OPINIÓN - VIERNES, 25 DE JULIO DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

El yihadismo en Europa (I)

Por Javier Jordán (UGR) y Manuel R, Torres (Univ. Pablo Olavide-Sevilla)


Nuestro trabajo se estructura en el estudio de tres fases grandes temporales en la evolución del yihadismo en Europa: a) Europa retaguardia estratégica (años 80 y principios de los 90); b) Europa envuelta en el yihadismo global (desde la segunda mitad de los 90 hasta los atentados del 11 de septiembre); y c) Afianzamiento y extensión del yihadismo global descentralizado en el interior de Europa (desde septiembre de 2001 hasta la actualidad). Más allá de la mera concatenación temporal de noticias sobre detenciones y e intentos (en su mayoría frustrados) de ejecutar acciones terroristas en Europa, lo que hemos procurado ha sido establecer un orden analítico en la secuencia de acontecimientos. No es posible fijar un límite temporal preciso entre unas y otras, pero a grandes rasgos esas fases serían las siguientes:

1. Primera fase: Europa retaguardia estratégica (años 80 y principios de los 90).


El comienzo de esta primera etapa se puede situar de manera aproximada en la década de 1980. Aunque con anterioridad ya residían en Europa individuos relacionados con el islamismo radical, fue en las dos últimas décadas del siglo cuando se establecieron permanentemente, y comenzaron a actuar, redes compuestas por personas afines al salafismo yihadista. Es decir, a una versión de la corriente salafista que entiende la lucha armada como un instrumento necesario para defenderse de y derrotar a los enemigos del islam.

La categoría de enemigo es variable según la tendencia yihadista. Habitualmente se refiere a los gobernantes de los países de mayoría musulmana que no cumplen con la supuesta obligación de crear regímenes islámicos y que además persiguen a los movimientos islamistas con aspiraciones políticas. También suele incluir a los judíos y al Estado de Israel, así como a los gobiernos occidentales que sostienen tanto a los israelíes como a esos gobiernos árabes que los yihadistas consideran falsos musulmanes. Entre los países occidentales destaca Estados Unidos.

La animosidad yihadista contra USA tiene su origen en la tradicional alianza de Washington con Israel, y se ha acrecentado conforme la política norteamericana se ha implicado más y más en los asuntos de Oriente Medio. Pero junto a Estados Unidos, otras grandes potencias como Rusia, laIndia o China son percibidas como enemigas del islam, y lo mismo puede decirse de los gobiernos europeos aliados de Washington. En las versiones más radicales del salafismo yihadista, la hostilidad no se dirige sólo contra los responsables políticos y fuerzas de seguridad contempladoscomo adversarios, sino que se amplía al conjunto de la sociedad que sostiene y elige democráticamente a esos gobiernos. En los casos más extremos (el yihadismo takfirí), también se anatematiza a la población musulmana que no apoya la causa yihadista, incluidos los ancianos, mujeres y niños (Makarenko, 2001).

A pesar de alejarnos parcialmente del tema, esta aclaración conceptual resulta oportuna porque las redes que se asentaron en Europa a partir de los años 80 se han diferenciado entre sí en función de la estrategia que han perseguido. Estrategia que ha venido marcada tanto por sus postulados doctrinales -y por la identificación de enemigos-, como por el pragmatismo. Al mismo tiempo, a lo largo de estos años también se ha podido constatar una evolución en los planteamientos ideológicos del yihadismo en Europa en lo referente a quiénes son los principales adversarios y cómo deben ser combatidos.

En un primer momento las redes yihadistas que se establecieron en Europa Occidental se caracterizaban por tener una agenda nacional y, en consecuencia, por situar en la cabecera de la lista de enemigos a los gobiernos de sus países de origen. El objetivo a largo plazo de esas redes consistía por tanto en luchar por el derrocamiento de dichos gobiernos (Egipto, Siria, Jordania, Arabia Saudí, Yemen, Marruecos, Túnez, Libia, Argelia, etc) y la instauración en su lugar de regímenes acordes con la doctrina salafista que profesaban. Para esas redes Europa constituía una zona de refugio y una retaguardia estratégica desde la que desarrollar actividades de apoyo a la insurrección armada en sus países de origen (Paz, 2002).

En la mayor parte de los casos los grupos yihadistas eran inicialmente muy exiguos tanto en recursos como en número de miembros. Se trataba de redes minoritarias vinculadas a los grupos egipcios al-Yama’a al-Islamiyya, Tanzim Yihad o Takfir Wal Hijra, a grupúsculos yihadistas procedentes de Marruecos, Túnez o Libia; a la rama armada de los Hermanos Musulmanes en Siria y Jordania, y – a partir de la década de los noventa- al Grupo Islámico Armado y al Ejército Islámico de Salvación que combatían en Argelia. Habitualmente los líderes y la mayor parte de los miembros de esas redes se encontraban en la cárcel o actuando en la clandestinidad en sus países de origen, o se hallaban exiliados en Pakistán y Afganistán o en los países del Golfo. Sin embargo, y a pesar de su escasa entidad, en aquellos primeros años las redes yihadistas gozaban de una visibilidad relativamente mayor a la actual entre las comunidades musulmanas inmigradas, especialmente aquellas redes que se dedicaban a tareas de propaganda, recaudación de fondos y reclutamiento (Kepel, 1995: 302-309; Avilés, 2002; Guendouz, 2002).

Por aquel entonces, la aparición de grupos radicales que apoyaban directamente la yihad se solapaba con la implantación previa de líderes y movimientos islamistas que en muchos casos abogaban por causas similares, aunque a menudo por la vía pacífica de la predicación y el activismo social y político. La presencia de algunos de ellos se remontaba a varias décadas antes.

No obstante, no siempre resultaba fácil distinguir la frontera entre quienes abogaban preferentemente por la vía pacífica y quienes concedían mayor importancia al uso de la fuerza. La mayor parte de esos grupos ejercían la oposición política a los regímenes dictatoriales de sus países de origen y en consecuencia eran perseguidos y calificados en algunos casos como terroristas. Así sucedía por ejemplo con el movimiento tunecino Ennahda, liderado por el Sheij Rachid Al-Ghannouchi. Ghannouchi consiguió asilo político en el Reino Unido en 1993 a pesar de haber sido condenado a muerte en ausencia en Túnez por presunta relación con el terrorismo (Echeverría, 2004). Otros casos similares eran los del saudí Saad al-Fagih (líder del Movimiento para la Reforma Islámica en Arabia, prohibido en Reino Unido después del 11 de septiembre), el kurdo Mullah Krekar (fundador de Ansar Al Islam, residente en Noruega desde 1991 y condenado por terrorismo en Jordania), o el argelino Rabah Kebir, líder del FIS en el exilio, refugiado en Alemania desde 1992. Pese a las sospechas que se cernían sobre ellos, estas personas solían usar un discurso moderado cuando se dirigían a los medios de comunicación europeos. El enemigo no era Europa sino los regímenes autoritarios de sus países de origen. En una entrevista publicada en Liberation en febrero de 1993, Kebir culpaba del inicio de la lucha armada en Argelia a la dictadura militar y afirmaba que en esas circunstancias a ellos (a los islamistas) no les había quedado otra alternativa que la violencia recíproca.

Por tanto, en los años 80 y primera mitad de los 90, las redes yihadistas asentadas en Europa no era percibidas como una amenaza directa contra la seguridad de los países que las acogían; y en realidad no lo eran todavía, ya que la lista de enemigos de esos grupos estaba encabezada por los gobiernos de sus respectivos países de origen, mientras que el resto quedaban relegados a una posición muy secundaria. El giro contra el “enemigo de lejos” (Estados Unidos y sus aliados) se produjo a mitad de la década de los 90, durante la estancia de la cúpula de Al-Qaida en Sudán (1992-1996). Fue entonces cuando se llegó al convencimiento de que la derrota de Occidente era un requisito previo al reestablecimiento del califato en el mundo musulmán (Sageman, 2004: 44).

Hasta ese cambio de estrategia los yihadistas se habían limitado a criticar a Estados Unidos y Europa por el silencio que guardaban ante los abusos que cometían los regímenes árabes y por el apoyo que prestaban a Israel. Sólo se habían atrevido a cometer acciones terroristas fuera de territorio europeo contra fuerzas norteamericanas y francesas en el Líbano en 1982 y contra ciudadanos occidentales en Egipto y Argelia. Esos episodios armados fueron valorados como un modo de evitar la injerencia occidental o como una forma de hundir económicamente a los regímenes de esos países. No parecía que el yihadismo fuera a declarar la guerra a Occidente ni a llevar la destrucción a su territorio.
 

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