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OPINIÓN - VIERNES, 25 DE JULIO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Averroes (Ibn Rusd): a Dios/Allah por la razón
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

No es la primera vez que me ocupo de una de las cumbres del pensamiento islámico andalusí, cuyo discurso racionalista inspiró al judío Maimónides (cordobés como él) y al teólogo cristiano Tomás de Aquino. Averroes fue considerado casi un “librepensador” para E. Renán, quien lo “redescubrió” en 1852, siguiendo luego sus pasos Asín Palacios y Gauthier. El lector interesado puede bucear en la obra de Dominique Urvoy, “Averroes: las ambiciones de un intelectual musulmán”, editada por Alianza Editorial en 1998, libro de síntesis en cuyas 276 páginas se resumen la vida y la obra de éste filósofo y médico hispano-musulmán, nacido en Córdoba (1126) y muerto en Marrakech (1198), padre espiritual de la “falsafa” cuyo término “no hacía más que retomar, arabizándolo, el nombre griego de philosophia” (pág. 10). Traductor al árabe de la obra de Aristóteles por encargo del califa almohade Abu Yacub Yusuf, fue recompensado siendo nombrado caíd en Sevilla y Córdoba antes de caer en desgracia bajo el rigorismo islamista, cuyo dogmatismo teológico decidió arrinconar el fecundo intento de síntesis de la filosofía greco-árabe abordado por Ibn Rusd. Acusado de heterodoxia e incluso de ateísmo, fue desterrado durante dos años a Lucena y luego a Marruecos poco antes de morir, mientras veía sus obras pasto de las llamas por orden de la Inquisición almohade. Posteriormente sus restos fueron devueltos a la Córdoba, “lejana y sola” (Lorca dixit) que le vio nacer, mientras su fecunda y sugerente obra logró salvarse gracias a ser traducida al hebreo y al latín, algo a tener en cuenta cuando ahora tanto se jalea el controvertido paradigma de la “tolerancia islámica”. Averroes, cumbre del pensamiento musulmán, es en definitiva conocido hoy gracias a las culturas judía y cristiana, tomen nota islamistas y “witizianos” que, en teoría, dicen defender el pluralismo y la convivencia. Ya.

El profesor Miguel Cruz Hernández, en su trilogía sobre la “Historia del Pensamiento en el Mundo Islámico” (Vol. 2, páginas 503 y 504. Alianza Editorial, Madrid 1996), escribe: “El cadí cordobés representó la cima del aristotelismo medieval”, su forma de pensar “habría clausurado la filosofía en el mundo islámico, víctima del fanatismo intolerante de los ulemas y alfaquíes; no en vano Averroes padeció condena, destierro y vio anatomizados sus escritos…”. Para el teólogo suizo Hans Küng, Ibn Rusd “separa revelación y filosofía con el fin de eliminar así la contradicción entre ambas” (“El Islam, Historia, Presente y Futuro”, página 420. Editorial Trotta, Madrid 2006).

Averroes, cumbre del pensamiento islámico racionalista y cuyo nombre lleva una mezquita de Ceuta, significó en su tiempo justo lo contrario de la intolerancia y el fanatismo que llegó a sufrir en sus carnes: sus obras, quemadas por la Inquisición islamista almohade en 1195, pasaron al acervo cultural común gracias -repito- a su traducción al hebreo y al latín. Hoy mismo y no lejos, parecidas versiones de la sinrazón, el dogma vacuo y el fanatismo pugnan, otra vez, por brotar cercenando la libertad y el pensamiento; Averroes es pluralismo y convivencia y no, bien al contrario, otras corrientes islamistas, maestras de la “taquiya”, emboscadas al amparo de una respetable mezquita. Ibn Rusd, Averroes, estará hoy y mañana revolcándose, de impotencia y asco, en su tumba.
 

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