A medida que avanza agosto, uno ve
que la fuerza del ingenio, perdonen la presunción, se le va
acabando. Y es que la facultad de inventar cosas con
facilidad, debido a la escasez de noticias durante la
canícula, también tiene su límite cuando se opina en una
ciudad pequeña y donde pocas son las personas que despiertan
interés cuando se escribe sobre ellas.
Bien es cierto que podría ahondar en algunos asuntos ya
reseñados y hasta podría adentrarme en otras cuestiones que
están en sus comienzos y que darán mucho que hablar en
cuanto la fiesta del verano vaya languideciendo. Mas siempre
será mejor dejarlas germinar. Tampoco es menos cierto que si
quisiera, echando mano de la maña que del oficio he ido
adquiriendo con el transcurrir del tiempo, nada me impediría
hacer desfilar por esta pasarela a quienes arden en deseos
de hacerlo.
Son los que se mueren de ganas de que se les luzca en los
medios, mientras no cesan de postularse como hermanos
mayores de la humildad. Los tales pertenecen a la casta de
los hipócritas. De quienes Quevedo decía que se
ganaban el infierno con sus trabajos en la tierra.
Mentiría si no dijera que escribiendo de fútbol seguro que
serían muchos los lectores que ganaría para mi causa. Y así
podría seguir enumerando posibilidades para decirles que a
mí la escasez de noticias locales, no me han arredrado nunca
y, desde luego, mucho menos ahora, para poder opinar
diariamente.
Por más que el verano invite a la pereza. De la que huyo.
Puesto que un hombre perezoso es como un reloj sin cuerda.
Lo dijo Balmes: a quien juro haber leído sin dar una
sola cabezada. Y me ufano de ello, públicamente, a ver si
sale alguien solicitando para mí un diploma. Por haber
pasado la prueba, dura como el pedernal, de no ser ni
desdeñoso ni vago leyendo la filosofía del cura catalán.
Eso sí: el diploma sólo lo aceptaría si me lo entregara
Juan Vivas y en el salón del Trono. Lo cual colmaría
todas mis apetencias presentes y futuras. ¡Qué gustazo sería
oír de boca del presidente de la Ciudad más o menos lo que
sigue!: “Se le concede este diploma a Manolo de la Torre por
haber demostrado una capacidad de aguante enorme como lector
de mamotretos y tochos voluminosos; se le concede este
diploma a Manolo de la Torre porque me consta que lee
todos los días a Carmen Echarri, sin tan siquiera
sufrir el acoso de los bostezos; se le concede este diploma
a Manolo de la Torre, aunque en ocasiones sería conveniente
que nos volviera a hablar de Casillas, por la
voluntad de sacrificio que viene demostrando al leerse el
‘Dardo de los jueves’ del indecible Aróstegui y
responderle en un santiamén. Se le hace entrega a
Manolo...”.
Y a mí, créanme, el discurso repetitivo del presidente me
haría un bien inconmensurable. Tanto, de verdad de la buena,
que a buen seguro me serviría de terapia para calmar mis
momentos de ira. Sobre todo cuando me percato de que a veces
me hallo en sitio equivocado y rodeado por comediantes que
sólo gustan de oír lo que les conviene.
Vuelvo a la realidad: esta mañana me han dicho que al José
Benoliel están llegando montones de carpetas que van siendo
almacenadas en un cuarto oscuro. Seguro que cuando se lo
cuente a quienes yo sé, salen diciendo que tengo fijación
con el asunto.
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