El punto de partida, con defectos
o sin ellos, para que nuestra economía saliera de la ruina
en que se encontraba en la posguerra fue el turismo.
A partir de ahí, porque con pocos francos, o con pocos
marcos, tanto alemanes como franceses, y no digamos ingleses
con sus libras, los que venían de fuera iban a vivir como
Dios, la hostelería empezó a ser la que tiró del carro
inicialmente, en paralelo con la emigración, la mano de obra
joven que salió a Alemania, Holanda, Suiza o Francia, con lo
que las divisas llegaban, también, por esa vía a recuperar
la paupérrima economía española.
Afortunadamente la emigración dejó de ser la salvación de
algunos españoles, y aunque a intervalos con paro, desde los
años 70 el que trabajaba, comenzó a trabajar más aquí.
El turismo siguió en alza y en estos momentos podemos decir
que las instalaciones hoteleras en nuestro país pueden
competir con las mejores del mundo.
Hay zonas que viven única y exclusivamente del turismo,
durante todo el año, especialmente aquellas en las que el
sol es el emblema y reclamo para los de las otras latitudes.
En otras partes, las menos afortunadas del sol, están
esperando la época veraniega para atraer personal de fuera y
así poder hacer su agosto con el buen tiempo, o las buenas
comidas, que también son el reclamo de una buena parte del
turismo.
Lo malo es cuando, precisamente, en esta época en la que los
hoteles están llenos, con turistas de fuera o de la propia
España, los gamberros de siempre, o algo más que gamberros,
se empeñan en destrozar lo mucho y bueno que hay, para que
esa zona no sea reclamo para nadie.
Es una vergüenza que cuatro cafres se empeñen en romper, un
poco más, la economía, basándose en la “ley” del miedo, y
eso es lo que parece que se intenta este año con Cantabria.
Si hay una zona encantadora, en todos los sentidos, esa es
Cantabria. Allí nadie se siente extraño. Allí en el verano
se vive como en el mismísimo paraíso y su gastronomía puede
competir con la mejor.
Allí no hay problemas de bilingüismo, allí todos tienen las
puertas abiertas siempre, salvo que unos cafres intenten y
lo consigan que los visitantes a Cantabria cambien de
dirección.
La explosión de varios artefactos, en estos días,
precisamente, puede suponer unas pérdidas irreparables para
esa comunidad autónoma, que en los años que lleva como tal
no ha creado el más mínimo problema, a sus vecinos, a otras
comunidades más alejadas, ni al resto de España.
En muchas ocasiones he escrito sobre esta lacra que tenemos
y que no somos capaces de desterrar. Ya es lamentable que un
grupo de 10, 20 o de 100 desalmados pongan en jaque a toda
una sociedad y traten de cambiar el rumbo a quienes
honradamente vienen trabajando para, también ellos, dar
ejemplo de lo que son buenos servicios, en este caso, en el
turismo.
La alegría más grande que podríamos tener las personas de
buena voluntad sería que esos ataques nefastos no hayan roto
las expectativas, buenas expectativas veraniegas, de esa
hermosa comunidad autónoma que es Cantabria.
Ahora les ha tocado a ellos, y el punto de arranque ha
estado donde siempre, en la barbarie de ETA.
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