Lo que no debiera ser noticia lo
es, en ocasiones porque ha dejado de cultivarse un tiempo.
Como digo esto pasa a veces, sobre todo en un mundo que
confunde semánticas, que disimula el engaño y disfraza los
designios. Resulta que la democracia es por si misma unidad
y consenso, pacto y diálogo, apertura y participación. Es
palabra rumiada por el pueblo. Aún es más: el forofo dice
que debe serlo siempre. Y añade. Nadie puede dirigir a su
antojo políticas, la pluralidad social exige otro estilo y,
el espíritu demócrata, la acción de la mano tendida y de los
brazos abiertos. Dentro del respeto constitucional, trabajar
a destajo para llegar a un punto de coincidencia ha de ser
razón de vida (o de estado) para aquellos que concurren a la
formación y manifestación de la voluntad popular, remata un
político de tres cuartos de esos que andan siempre a la
mecha del votante. En consecuencia, que un jefe de gobierno,
pues, establezca una hoja de ruta y acuerde con otros
partidos trabajar en la misma dirección, y máxime en la
lucha contra el terrorismo, aparte de ser una necesidad
impuesta por la ley, es también un ético ejercicio a ejercer
de responsabilidad política. Lo que sucede es que este buen
talante democrático hace tiempo que brillaba por su ausencia
y la presencia novedosa se ha subido a los altares, cuando
menos de la sonrisa.
Propiciar el respaldo de la mayoría de fuerzas políticas y
sociales, en su tarea de gobierno, es lo propio que ha de
hacer quien debe gobernar. Nunca es tarde si la dicha es
buena. Hace tiempo que ya se debió utilizar la contundencia
democrática, que es distinta a la puñalada trapera,
injertada en la unidad e inmersa en los valores superiores
del ordenamiento jurídico. Me parece un justo deber, instar
a todas las administraciones para que retiren los símbolos
que enaltezcan cualquier artimaña de doquier sembrador de
guerra psicológica como es el terrorismo. Solidarizarse con
las víctimas implica respeto. Es lo menos que le debemos
ofrecer a los martirizados por el terror. Ya es hora de que
los terroristas vean las orejas al lobo. Su persistente
intento de modificar comportamientos, de provocar miedos,
incertidumbres, división de la sociedad, con frecuencia ha
generado el efecto pasivo socialmente y para más INRI, en
más de una ocasión, se han llevado el gato al agua las
gentes del miedo.
También es justo que la legislación penal proteja a las
víctimas del terrorismo de por vida, frente a los
sembradores del horror que tras cumplir sus penas no
muestren ni un mínimo de arrepentimiento; y que, se revise
su patrimonio para que satisfagan sus responsabilidades
civiles. El presidente del Gobierno ha explicado que el
entendimiento con el principal partido de la oposición en
materia antiterrorista se ha fijado sobre cinco pilares:
unidad de los demócratas, apoyo a las víctimas, cooperación
internacional, confianza en el Estado de Derecho y respaldo
a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, reafirmar
que el único destino de ETA es desistir de la violencia.
Bienvenidos sean los cimientos que cimientan unidad frente a
las gentes del miedo. Nunca el terror puede ser moneda de
cambio, nace del odio, se basa en el desprecio de la vida
del ser humano como tal y es un auténtico crimen contra la
humanidad. Nadie queda a salvo. Cualquiera puede ser cebo y
caer en su trampa de perder la vida. Y la vida no es terror
sino deseo de vivir y de dejar vivir.
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